San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

En un mundo hiper-racionalista, que rebaja todo al nivel de la razón, y que al mismo tiempo relativiza toda verdad, los ángeles son poco menos que seres de fantasía.

Casi nadie cree en ellos, y aún entre los pocos que creen, para muchos de estos no pasan de ser personajes mitológicos, sin importancia ni incidencia alguna en la vida real.

Y sin embargo, los ángeles, por orden de Dios, intervienen activamente a lo largo de la historia humana, como por ejemplo el Arcángel Gabriel, anunciando el evento más importante para la humanidad, la Encarnación del Hijo de Dios.

Los ángeles continúan actuando aún hoy, y lo seguirán haciendo hasta el Día del Juicio Final, pues serán ellos los encargados de reunir a los hombres, tanto a los buenos como a los malos.

Pero no sólo actúan los ángeles de Dios, los ángeles de luz: también actúan e intervienen en la historia humana los ángeles rebeldes, los ángeles apóstatas, aquellos que se rebelaron en los cielos y se pervirtieron para siempre.

Estos seres de oscuridad, movidos por el odio a Dios y a su imagen, el hombre, buscan arrastrar a la mayor cantidad de almas al infierno, antes del Último Día, y su presencia y actividad entre los hombres aumenta día a día, a medida que la historia humana se acerca a su consumación.

Hay datos estadísticos que registran la creciente actividad por parte de los ángeles caídos: en continentes enteros, como Europa y Norteamérica, la actividad de los brujos, hechiceros, magos y ocultistas, ha aumentado considerablemente. Pero no hace falta viajar al hemisferio norte, puesto que en nuestra realidad cotidiana podemos apreciar cómo los mensajeros de las tinieblas se han infiltrado en todos los niveles de la cultura y del quehacer humanos, particularmente entre los niños y los jóvenes: prácticamente no hay canción que no tenga mensajes subliminales, que exaltan lo oculto y lo esotérico; entre los programas de televisión, son cada vez más las series televisivas que presentan a la magia, a la hechicería, al contacto con los muertos, a la brujería, como algo inocente, divertido, bueno, agradable; películas como la saga de Harry Potter, han adiestrado e introducido a generaciones de niños y jóvenes en el ocultismo y la brujería; elementos siniestros, utilizados por los satanistas para la invocación directa del demonio, como el tablero guija, son vendidos como inocentes juguetes para niños; el juego de la copa, en la que intervienen seres diabólicos, es jugado desde la Escuela Primaria por miles de niños; entre los adultos, el satanismo es explícito en numerosas manifestaciones del quehacer del hombre, como por ejemplo, las leyes que aprueban la educación sexual anti-natural, el homomonio, el aborto, la eutanasia; aunque también el satanismo se manifiesta de manera implícita cuando se exalta el disfrute y el goce de los sentidos a toda costa y en todo momento; cuando se emplea la violencia irracional; cuando se presenta al dinero y al oro como los fines últimos de la vida; cuando se exalta un modo de ser y de vivir en el que la compasión, la caridad, la bondad, el respeto, son despreciados y considerados como muestras débiles, para reemplazarlos por la ausencia de misericordia en todos los niveles de relación del hombre con el hombre.

Toda esta actividad de los ángeles caídos se ve favorecida por los cristianos que piensan que los ángeles, si no son seres de fantasía, son personajes pertenecientes al folclore religioso, a los que se los recuerda, de tanto en tanto, en alguna fecha especial, con una ceremonia litúrgica.

Estos tales cristianos, al no invocar a los ángeles de Dios para esa lucha diaria que se combate en el corazón de todo hombre, entre los ángeles de luz y los ángeles caídos, favorecen, con su inacción, el sombrío trabajo de los ángeles rebeldes.

martes, 20 de septiembre de 2011

San Andrés Kim y compañeros mártires



La vida y muerte de los mártires, no importan sus edades o el tiempo transcurrido, constituyen siempre un testimonio válido y actual para la Iglesia que peregrina en el tiempo, porque ellos nos pueden ayudar a sacudir la modorra espiritual que nos envuelve cotidianamente en la práctica de la religión, modorra causada por la pereza espiritual, por la tibieza, por la incredulidad.

Los mártires son ejemplo siempre actual porque dieron sus vidas no por un ideal utópico, irrealizable, vacío, o inalcanzable; dieron sus vidas porque fueron iluminados desde lo alto, con una potencia de luz divina tan intensa, que sus almas quedaron, ya desde la tierra, fijas en el estupor que provoca la contemplación de la divinidad de Jesucristo, como un anticipo de lo que habría de sucederles luego en el cielo.

El derramamiento de sangre de los mártires testimonia, con ese solo hecho, que aquello que contemplaron es tan inmensamente grande y majestuoso, que la vida aquí no vale la pena si no es para derramarla en testimonio de ese misterio sobrenatural que se revela en Cristo: Dios es Uno y Trino, se ha encarnado en la Persona del Hijo, y este nos ha donado a Dios Espíritu Santo, para comunicarnos el Amor divino.

Su testimonio de Cristo, dado al precio de la sangre, y sus palabras, deberían hacernos pensar en la clase de cristianos perezosos, negligentes y tibios que somos, puesto que por nada estamos dispuestos a dejar de lado la vida de la gracia.

Dice Andrés Kim Taegon, primer sacerdote coreano, decapitado a los 26 años, en una carta encontrada entre sus pertenencias, dirigida a sus fieles: “En este difícil tiempo, para ser victorioso se debe permanecer firme usando toda nuestra fuerza y habilidades como valientes soldados completamente armados en el campo de batalla”.

El ser soldados, no quiere decir pertenecer a un ejército de la tierra, sino al ejército victorioso de Jesucristo, cuyo estandarte es la Cruz ensangrentada; la armadura y escudo, es la fe de los Apóstoles, rezada en el Credo dominical; las armas son la oración, el Rosario, la Santa Misa, la confesión frecuente, las obras de misericordia; la batalla, no es una terrestre, sino una batalla espiritual, la batalla decisiva que se libra en cada corazón humano, entre las fuerzas de la luz y las fuerzas de las tinieblas.

Los mártires son quienes han combatido este buen combate, y han ganado la batalla final, y han entrado victoriosos en el cielo.

Su ejemplo nos debe servir para erradicar del alma, de una vez y para siempre, la tibieza, la pereza y el orgullo, y para eso debemos contraponer la sangre de los mártires, derramada por confesar a Cristo, es decir, por vivir en gracia, y nuestra tendencia a negar a Cristo y a preferir los atractivos del mundo.

Por qué San Expedito es el santo de las causas urgentes



¿Por qué San Expedito es el santo de las causas urgentes? Porque San Expedito no demoró ni siquiera un segundo su conversión. A pesar de que el demonio lo tentaba, para que postergara su conversión para otro día, apareciéndose como cuervo y gritando: “Cras”, que significa “Mañana”, San Expedito, movido por el amor a Dios, dijo: “Hodie”, que quiere decir: “Hoy”.

Esta es la verdadera “causa urgente” por la que debemos recurrir a la intercesión de San Expedito. Seguramente que hay muchas otras causas urgentes, pero la primera y fundamental, la más importante de todas, es la causa urgente de nuestra conversión.

A San Expedito tenemos que pedirle, antes de cualquier otra cosa, que nos comunique el amor que él tenía a Jesucristo, que fue lo que lo hizo convertirse sin dudar, rechazando las insidias del demonio.

Cuando el demonio nos dice esto, miente: “Espera a mañana para convertirte; continúa hoy con tu vida de pagano; continúa viendo ese programa indecente en televisión; continúa creyendo en los horóscopos y en la suerte; continúa depositando tu confianza en el dinero; continúa aferrado a tus vicios; continúa con el rencor a tu prójimo; Dios es bueno y te esperará, y te va a perdonar todas tus faltas; no es necesario que te conviertas ya, déjalo para mañana”. El demonio miente, porque no sabemos si hemos de vivir mañana; no sabemos si habremos de amanecer vivos; no sabemos si esta noche hemos de morir, y si no nos convertimos ya, ahora, hoy, en este momento, corremos el riesgo de morir en pecado mortal, y así, con la oscuridad en el alma, nos presentaremos ante el juicio de Dios, en donde no habrá ya tiempo para el arrepentimiento y la conversión.

Pero si decidimos a convertirnos, le pedimos a San Expedito que nos ayude en la conversión, para estar en paz con Dios y con el prójimo, y si morimos, iremos a disfrutar de la Presencia de Dios por toda la eternidad.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Los mártires Cornelio y Cipriano y la apostasía de los sacerdotes austríacos



En junio de este año, y en previsión a la visita que el Papa hará a Austria el 22 de septiembre, un grupo cismático de más de 300 sacerdotes austríacos, apoyado por dos tercios de los casi dos mil sacerdotes de ese país –es decir, la casi totalidad de los sacerdotes-, y por tres de cada cuatro laicos publicó, un manifiesto en Internet, titulado: “Llamada a la desobediencia”.

En el mismo, se exhorta abiertamente a la rebelión, al cisma y a la apostasía, ya que se pide, entre otras medidas, la ordenación de mujeres, el acceso a la Eucaristía de los divorciados vueltos a casar y que, además, puedan volver a contraer un segundo matrimonio religioso, que los protestantes puedan recibir la Comunión y, finalmente, que hombres y mujeres laicos preparados, solteros o casados, puedan prediquen oficiar misa y dirigir iglesias carentes de párroco, que los protestantes puedan recibir la comunión, y que los sacerdotes se puedan casar[1].

Respecto al celibato se dice textualmente: “Nos sentimos solidarios con aquellos que a causa de su casamiento no pueden seguir ejerciendo sus funciones y también con quienes, a pesar de mantener una relación, continúan prestando su servicio como sacerdotes”.

El cardenal primado de Austria, Schönborn, ha expresado su sorpresa por la iniciativa y ha recordado a los sacerdotes rebeldes que han hecho libremente voto de obediencia a su obispo cuando fueron ordenados, “por lo que quien rompa este principio disuelve la unidad”.

Esta actitud cismática y apóstata de estos sacerdotes y laicos, perteneciente a la Iglesia Católica en Austria, contrasta radicalmente con el amor a la unidad de la Iglesia demostrado por los santos mártires Cornelio y Cipriano. El amor a la Iglesia Una, se pone de manifiesto en este fragmento de una carta de san Cipriano al papa Cornelio, cuyos términos fueron luego refrendados con el derramamiento de su sangre.

Cipriano -quien murió mártir en la persecución del emperador Valeriano, el año 258-, escribe la carta con ocasión de la disputa producida entre Novaciano, partidario de mano dura contra los “lapsis” o bautizados que habían apostatado en la persecución y una vez pasada esta, deseaban retornar a la Iglesia, y el Papa Cornelio, caracterizado por ser obispo y Papa de espíritu comprensivo, tendiente a la misericordia y al perdón de las debilidades.

Cuando Cipriano se enteró de la actitud rebelde de Novaciano frente a Cornelio, en un primer momento dudó mucho sobre cómo debía comportarse, pero luego de examinar bien la situación, se adhirió al Papa.

Con ello contribuyó a la paz y unidad en la Iglesia, amenazada de división.

La carta dice así: “Hemos tenido noticia, hermano muy amado, del testimonio glorioso que habéis dado de vuestra fe y fortaleza; y hemos recibido con tanta alegría el honor de vuestra confesión de fe, que nos consideramos partícipes y socios de vuestros méritos y alabanzas.

En efecto, si todos formamos una sola Iglesia, si todos tenemos una sola alma y un solo corazón, ¿qué sacerdote no se congratulará de las alabanzas tributadas a un colega suyo, como si se tratara de alabanzas propias? ¿Qué hermano no se alegrará siempre de las alegrías de sus otros hermanos?... Tú has ido a la cabeza de tus hermanos en la confesión del nombre de Cristo; y esa confesión tuya, como cabeza de la Iglesia, se ha visto robustecida por la fe de los hermanos... Acordémonos siempre unos de otros, con grande concordia y unidad de espíritu, encomendándonos siempre mutuamente en la oración y prestándonos ayuda con mucha caridad...”.

Hoy, a dieciocho siglos, la situación se repite, porque la apostasía de la gran mayoría de sacerdotes y laicos austríacos puede extenderse como una mancha de aceite por toda la Iglesia, ya que es sabido que gran parte de laicos y sacerdotes de todo el mundo piensan o al menos simpatizan con los apóstatas austríacos. El ejemplo de los mártires Cornelio y Cipriano, que derramaron su sangre por la unidad de la Iglesia, luego de mil ochocientos años, permanece vivo y actual, y es un estímulo en momentos en que la unidad de la Iglesia de Cristo aparece amenazada en sus cimientos.

jueves, 1 de septiembre de 2011

El profeta Isaías y el Sagrado Corazón




Los Padres de la Iglesia utilizan la figura del “carbón ardiente” para referirse al Cuerpo de Jesús. Con esta figura quieren indicar a la Humanidad santísima de Jesús, penetrada por el Amor divino: el carbón es su humanidad, y el fuego es la divinidad.

Así como el fuego penetra el carbón y lo vuelve incandescente, comunicándole de su mismo ardor, así la divinidad impregna la Humanidad de Jesús, comunicándole todo el ardor de su santidad divina.

Este es el motivo por el cual, en las apariciones a Santa Margarita, el Sagrado Corazón de Jesús aparece envuelto en llamas.

Si la Eucaristía es el Cuerpo de Jesús, tal como lo creemos en la fe de la Iglesia, entonces la Eucaristía es ese “carbón ardiente”, la Humanidad sacratísima de Jesús, envuelta en las llamas del Amor divino, y si es así, la Eucaristía es también el Sagrado Corazón, que viene a nosotros, no en una aparición, sino en la realidad, para comunicarnos el fuego de la caridad divina.

Comulgar es entonces para el fiel católico una experiencia más trascendente que ser transportado a los mismos cielos, como le sucedió al profeta Isaías, a quien un ángel purifica sus labios tocándolos con un carbón ardiente (cfr. 6, 5-7), porque por la comunión no es un ángel quien toca nuestros labios con un carbón encendido, sino el mismo Dios quien se dona a sí mismo en ese carbón ardiente que es la Eucaristía, para encender nuestras almas y nuestros corazones en el fuego del Amor divino.

¿Cómo encuentra el Sagrado Corazón, envuelto en llamas, nuestro corazón? ¿Lo encuentra con humildad, es decir, como si fuera un pasto seco, en el que pueden prender con facilidad las llamas del Amor de Dios?

¿O lo encuentra con soberbia, es decir, como una roca fría, en la que el fuego nada puede hacer?