Un
día sucedió un hecho místico en la vida de San Juan de la Cruz, el cual fue relatado
por el mismo santo en una conversación mantenida con un religioso de su
comunidad, fray Francisco. Decía así el santo: “Quiero contaros una cosa que me
sucedió con Nuestro Señor. Teníamos un crucifijo en el convento, y estando yo
un día delante de él, parecióme estaría más decentemente en la iglesia, y con
deseo de que no sólo los religiosos le reverenciasen, sino también los de
fuera, hícelo como me había parecido. Después de tenerle en la Iglesia puesto
lo más decentemente que yo pude, estando un día en oración delante de él, me
dijo: ‘Fray Juan, pídeme lo que quisieres, que yo te lo concederé por este
servicio que me has hecho’. ‘Yo le dije: “Señor, lo que quiero que me deis
trabajos que padecer por vos, y que sea yo menospreciado y tenido en poco”.
“Esto pedí a Nuestro Señor, y Su Majestad lo ha trocado, de suerte que antes
tengo pena de la mucha honra que me hacen tan sin merecerla”.
El
episodio de San Juan de la Cruz con el Crucifijo es asombroso desde todo punto
de vista, comenzando desde el hecho de que se trata de una intervención
extraordinaria de nuestro Señor, hasta la gratitud demostrada por Nuestro Señor
para con San Juan, por el solo hecho de haber colocado un crucifijo a la vista
de todos. Pero lo que sorprende también es la respuesta del mismo San Juan de la
Cruz: ante el ofrecimiento de Jesús de darle “lo que quisiera”, el santo no
pide –como alguien mundanamente podría pensar- ser tenido en cuenta,
considerado, o alabado por los demás. Por el contrario, el santo pide “trabajos
para padecer” por Cristo y “ser menospreciado y tenido en poco”.
¿A
qué se debe esta petición? A que San Juan de la Cruz estaba unido profunda y
espiritualmente a Jesucristo por el Espíritu Santo y por lo tanto, participaba
de su Pasión, de su dolor, de su humillación, de su angustia, y pedir y recibir
honores mundanos, habría significado el ser apartado del lado de Jesús
crucificado, humillado por todos nosotros, por nuestra salvación. Con su
petición, San Juan de la Cruz no solo nos enseña que no basta con huir de la
vanidad, sino que debemos buscar ser humillados con Cristo, humillado por
nosotros en la Pasión.
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