San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 31 de octubre de 2020

San Carlos Borromeo

 


         Vida de santidad[1].

         Nació en Arjona (Italia) en 1538. Desde joven se consagró con todas sus fuerzas a los estudios y se reveló como exacto cumplidor de sus deberes de cada día; en consecuencia, a los 21 años obtuvo el doctorado en derecho en la Universidad de Milán. Un hermano de su madre, el Cardenal Médicis, fue nombrado Papa con el nombre de Pío IV, y éste admirado de sus cualidades nombró a Carlos como secretario de Estado. Más tarde, renunció a sus riquezas, se ordenó de sacerdote, y luego de obispo y se dedicó por completo a la labor de salvar almas.

         El Papa Pío IV había anunciado poco después de su elección que tenía la intención de volver a reunir el Concilio de Trento, suspendido en 1552: San Carlos empleó toda su influencia y su energía para que el Pontífice llevase a cabo su proyecto y el Concilio volvió a reunirse en enero de 1562. Durante los dos años que duró la sesión, el santo logró que la empresa siguiese adelante, permitiendo que se aprobaran los decretos dogmáticos y disciplinarios de mayor importancia. El éxito se debió a San Carlos más que a cualquier otro de los personajes que participaron en la asamblea, ya que puede decirse que él fue el director intelectual y el espíritu rector de la tercera y última sesión del Concilio de Trento. El santo también organizó retiros para su clero y él mismo hacía los Ejercicios Espirituales dos veces al año y tenía por regla confesarse todos los días antes de celebrar la misa. Por otra parte, consciente de la importancia de la temprana formación en la fe católica de los niños, San Carlos ordenó que se atendiese especialmente a la instrucción cristiana de los niños, para lo cual, además de imponer a los sacerdotes la obligación de enseñar públicamente el catecismo todos los domingos y días de fiesta, estableció la Cofradía de la Doctrina Cristiana, que llegó a contar, según se dice, con 740 escuelas, 3.000 catequistas y 40.000 alumnos. San Carlos fundó además 6 seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para organizar según ellos sus propios seminarios.

El santo predicó y catequizó por todas partes, destituyó a los clérigos indignos y los reemplazó por hombres capaces de restaurar la fe y las costumbres del pueblo y de resistir a los ataques de los protestantes zwinglianos. Fue amigo de San Pío V, San Francisco de Borja, San Felipe Neri, San Félix de Cantalicio y San Andrés Avelino y de varios santos más. Murió cuando tenía apenas 46 años, el 4 de noviembre de 1584[2].

         Mensaje de santidad.

         Cuando leemos la vida de San Carlos Borromeo, vemos cómo el santo se aplicó, en cada etapa de su vida, a cumplir su deber de estado y esto no por un mero perfeccionismo, sino como consecuencia de su fe en la acción de la gracia de estado, gracia que actúa cuando el alma obra “lo que debe y está en lo que hace”, no por mero perfeccionismo, sino para alcanzar el Cielo. Es decir, San Carlos Borromeo tuvo, desde muy joven, presentes las palabras de Jesús: "Sed perfectos, como mi Padre del cielo es perfecto" (Mt 5, 48). Quería ser perfecto en su cumplimiento de los deberes de estado porque su Padre celestial era perfecto y porque así alcanzaba el cielo. Esto podemos tomarlo como un legado suyo; otro mensaje de santidad es su preocupación por mantener la recta Doctrina y la Verdadera Fe, frente al error de la herejía protestante y esto se ve en sus intervenciones en el Concilio de Trento, uno de los pilares dogmáticos del Magisterio y faro de luz divina para nuestra vida en la fe. Por último, el santo sabía que si al alma no la gana Dios y su gracia desde pequeña, ésta termina siendo captada o por sus pasiones, o por el Demonio o por el mundo y es por eso que se esmeró en hacer obligatorio el Catecismo de la Iglesia Católica para los niños pequeños. Así, siguiendo al santo, la formación en la fe católica debe comenzar ya desde la familia, que con razón es llamada “Iglesia Doméstica” por los Padres de la Iglesia. Podemos decir que el mensaje de santidad de San Carlos Borromeo lo podemos resumir así: cumplimiento del deber de estado, de cara a Dios y para ganar el Cielo y profesión de la Verdadera Fe Católica, sin la contaminación del error protestante, ya desde pequeños.

        

San Martín de Porres


 

         Vida de santidad[1].   

         Nació en Lima, Perú, hijo de un blanco español y de una negra africana. A los 15 años pidió ser admitido en la comunidad de Padres Dominicos, ingresando en la misma como hermano religioso, recibiendo el oficio de peluquero y de enfermero. Desde su ingreso, San Martín de Porres comenzó a hacer toda clase de obras de caridad, sin distinción de ninguna clase, socorriendo a los enfermos y moribundos, pero además rezando y catequizando a todo el que se le acercaba. El santo solía rezar frente a un crucifijo de gran tamaño que había en el convento; pasaba también largas horas ante el Santísimo Sacramento del altar, haciendo Adoración Eucarística y además tenía una gran devoción  a la Virgen, rezando el Rosario en todo momento. En muchas ocasiones, varios testigos observaron con asombro cómo levitaba, en estado de éxtasis, cuando rezaba. Con la ayuda material de varios ricos de la ciudad fundó el Asilo de Santa Cruz para reunir a todos los mendigos, huérfanos y enfermos de la ciudad. Recogía limosnas en cantidades asombrosas y repartía todo lo que recogía, razón por la cual miles de menesterosos llegaban a las puertas del convento a pedirle ayuda.

         Sucedió que, aunque él trataba de ocultarse, sin embargo su fama de santo crecía día por día, razón por la cual acudían al convento para consultarle incluso hasta las altas autoridades, como el Virrey y el Arzobispo, al curó de una grave enfermedad con solo imponerle las manos. Como tenía el don de la curación, lo primero que pedían muchos enfermos cuando se sentían graves era: “Que venga el santo hermano Martín”.

         Tenía también el don de la bilocación, puesto que, sin moverse de Lima, fue visto en China y en Japón animando a los misioneros que estaban desanimados y sin que saliera del convento, lo veían llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos. Conversaba con los animales, quienes lo escuchaban atentamente y le obedecían en el acto: es conocido el episodio en el que una vez, a los ratones que invadían la sacristía, les dijo que se fueran a la huerta y así lo hicieron los ratones, saliendo de la sacristía en fila india encaminándose hacia la huerta, adonde les había dicho el santo que fueran.   Amaba a los animales como creación de Dios y los hacía comer, en una misma cacerola y al mismo tiempo a un gato, un perro y varios ratones. También tenía el don de la invisibilidad: una vez, llegaron hasta su celda unos enemigos, pero el santo pidió a Dios que lo volviera invisible y los otros no lo vieron, retirándose sin hacerle daño alguno.

A los 60 años, después de haber pasado 45 años en la comunidad, mientras le rezaban el Credo y besando un crucifijo, murió el 3 de noviembre de 1639. Toda la ciudad acudió a su entierro y los milagros empezaron a obtenerse a montones por su intercesión.

Mensaje de santidad.

Aunque tuvo dones extraordinarios como la bilocación y la levitación, además del ser invisible a los ojos humanos, el mensaje de santidad de San Martín de Porres no consiste en estos dones, sino en su piedad y amor eucarísticos, en su amor por la Virgen, en su devoción por el Santo Rosario y en el amor de caridad demostrado hacia todo prójimo, sea éste un mendigo que pedía en las calles, sea el mismo Virrey o incluso el Arzobispo. Al recordarlo en su día, le pidamos a San Martín de Porres que acreciente nuestro amor por la Eucaristía, la Virgen y el Rosario y también por nuestros prójimos, sin hacer distinción de ninguna clase, obrando la misericordia con todo prójimo.

 

miércoles, 28 de octubre de 2020

Santos Judas Tadeo y Simón, Apóstoles


 


Vida de santidad[1].

A causa de los numerosos favores celestiales que consigue a sus devotos que le rezan con fe, San Judas Tadeo es uno de los santos más populares dentro de la Iglesia Católica. Santa Brígida cuenta en sus Revelaciones que Nuestro Señor le recomendó que cuando deseara conseguir ciertos favores los pidiera por medio de San Judas Tadeo. A San Simón y San Judas Tadeo se les celebra la fiesta en un mismo día porque según una antigua tradición los dos iban siempre juntos  todas partes a predicar la Palabra de Dios. Ambos fueron llamados por Jesús para formar parte del grupo de sus Doce elegidos, llamados “Apóstoles”. Ambos recibieron el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego el día de Pentecostés y presenciaron los milagros de Jesús en Galilea y Judea y oyeron sus sermones; fueron testigos de sus apariciones como resucitado e incluso hablaron con Él después de su santa muerte en la Cruz, y fueron además testigos presenciales de Su ascensión al cielo.

Mensaje de santidad.

A Judas se le llama Tadeo para diferenciarlo de Judas Iscariote que fue el que entregó a Jesús. San Judas Tadeo escribió una de las Cartas del Nuevo Testamento. En la misma, ataca a los gnósticos y dice que los que tienen fe pero no hacen buenas obras son como nubes que no tienen agua, árboles sin fruto, y olas con sólo espumas, y que los que se dedican a los pecados de impureza y a hacer actos contrarios a la naturaleza, sufrirán la pena del fuego eterno. Entonces, San Judas se caracteriza por luchar contra el gnosticismo, que es una herejía según la cual el hombre no necesita de la gracia de Dios para salvarse, sino simplemente adquirir unos conocimientos reservados a los iniciados; también defendió la pureza del alma y del cuerpo, indispensables para entrar en el Reino de los cielos, porque sólo así el alma se configura a Cristo Dios, que es la Pureza Increada.

La antigua tradición cuenta que a San Simón lo mataron aserrándolo por medio y a San Judas Tadeo, cortándole la cabeza de un hachazo, por eso es que a San Judas se lo retrata muchas veces con un hacha en la mano.  

Al recordar a los Santos Apóstoles Simón y Judas Tadeo, les pidamos que intercedan por nosotros para que siempre vivamos en gracia y obremos la misericordia y para que nunca caigamos en el error soberbio de pensar que no necesitamos a Cristo Jesús y su gracia en nuestras vidas.

        

sábado, 24 de octubre de 2020

Solemnidad de Todos los Santos

 



(Ciclo A – 2020)

         La Iglesia celebra en este día a “Todos los Santos”. ¿Quiénes son los santos? Los santos son seres humanos que han sido glorificados con la gloria divina luego de su muerte terrenal y, luego de morir y atravesar el Juicio Particular, fueron considerados dignos de ingresar en el Reino de los cielos, para alegrarse y gozarse por toda la eternidad, en la contemplación, amor y adoración de la Trinidad y el Cordero, en compañía de la Santísima Virgen y de los Ángeles de Dios.

         Pero, ¿qué hizo que los santos fueran santos? Todos los santos –con la única excepción de la Madre de Dios, que nació sin la mancha del pecado original- fueron pecadores, porque nacieron, como todos los hombres, con la mancha del pecado original. Y hubieron algunos, como por ejemplo San Agustín, que vivieron largos años en estado de pecado, alejados de la gracia de Dios y de su Iglesia y sus Sacramentos. Sin embargo, todos los Santos, también sin excepción, recibieron, en algún momento de sus vidas, una gracia especialísima, que los convirtió de pecadores en santos, que los hizo abandonar su vida de pecado y los encaminó por el Camino Real de la Cruz y es así que todos los Santos se caracterizan por haber cargado la cruz de cada día y haber seguido a Cristo camino del Calvario, todos los días de su vida, hasta la muerte, siendo esta fidelidad a la gracia y a la cruz lo que los condujo al cielo, en donde ahora habitan, plenos de felicidad, por siglos sin fin. En otras palabras, los santos fueron, antes de ser santos, hombres comunes y pecadores que, de no haber recibido la gracia de la conversión, habrían continuado en su vida de pecado y se habrían condenado. Sin embargo, lo que los hizo convertir de pecadores a santos fue, como dijimos, la recepción de la gracia santificante, gracia que no sólo quitó el pecado de sus almas, sino que hizo que empezaran a vivir, por participación, de la vida del Cordero, ya desde esta vida terrena, vida que ahora viven en su plenitud, en la gloria del Reino de Dios. Esto quiere decir que, sin la gracia santificante, los Santos a los que veneramos y que están en el cielo, habrían sido hombres comunes y pecadores: esto nos anima a nosotros, que somos hombres comunes y pecadores –en realidad, somos “nada más pecado”- a emprender el camino de la santidad, tal como lo hicieron los Santos, camino que consiste, esencialmente, en recibir la gracia santificante, atesorarla en el corazón como el tesoro más preciado, más valioso que el oro y la plata, y cargar la cruz en el seguimiento de Cristo crucificado, para morir en el Calvario al hombre viejo y así nacer a la vida nueva de los hijos de Dios, los santos, destinados al Reino de los cielos. Entonces, es el atesoramiento de la gracia lo que hizo a los Santos ser Santos y merecedores del Reino de los cielos y por éste motivo es que la Iglesia nos pone como ejemplos, para que nosotros los imitemos en su camino de santidad, en su aprecio y amor de la gracia santificante.

         Por último, otra cosa que caracteriza a los Santos, sin excepción, es su amor por la Eucaristía y por la Virgen. No hay santo que no se haya destacado por su fe, devoción, piedad y amor hacia Jesús Eucaristía y hacia la Virgen, que es la Madre de la Eucaristía. Los Santos nos muestran entonces el camino al cielo: poseer la gracia santificante en el alma y amar a Jesús y a la Virgen. Si esto hacemos, algún día, luego de nuestro paso por la tierra y luego de atravesar el Juicio Particular, participaremos con Todos los Santos de su alegría, la contemplación, amor y adoración de la Trinidad y del Cordero, por los siglos sin fin.

sábado, 17 de octubre de 2020

San Ignacio de Antioquía

 


         Vida de santidad[1].

         Ignacio, segundo sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía, fue condenado a morir devorado por las fieras. Para ese fin, fue trasladado a Roma y allí, bajo el imperio de Trajano, recibió la corona de su glorioso martirio el año 107. En su viaje a Roma escribió siete cartas, dirigidas a varias Iglesias, en las que trata sabiamente de Cristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana.

         Mensaje de santidad[2].

         Para comprender el sentido de las palabras de la siguiente carta de San Ignacio, hay que entender en el contexto en que fue escrita: la escribió camino de su martirio y en ella, lejos de pedir a los fieles que intercedieran ante las autoridades para que lo liberen, les suplica que no lo hagan y que lo dejen ir al martirio, para así dar testimonio de Cristo e ingresar en el Reino de Dios. Analicemos brevemente su carta.

         Dice así: “Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo. Rogad por mí a Cristo, para que, por medio de esos instrumentos, llegue a ser una víctima para Dios”. San Ignacio dice que “morirá de buena gana por Dios”; que es “trigo de Dios y que ha de ser molido por los dientes de las fieras” y que no lo impidan, puesto esto –ser devorado por las fieras- le hará posible “alcanzar a Dios”. Mientras en otras religiones hay que matar a los infieles para alcanzar la felicidad del cielo, en el catolicismo hay que entregar la propia vida como testimonio del Reino de Dios y su Cristo.

Luego continúa: “De nada me servirán los placeres terrenales ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi nacimiento a la vida nueva. Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera; si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales; dejad que pueda contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios. El que tenga a Dios en si entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mi, sabiendo cuál es el deseo que me apremia”. Aquí se ve cómo San Ignacio desprecia profundamente este mundo, al tiempo que anhela, con todas sus fuerzas, morir a esta vida terrena para vivir en la vida eterna, pues “todo su deseo está puesto en Cristo Jesús”. Morir será, para él, el “nacer a la Vida eterna” y por eso pide que no se opongan a ello.

Prosigue: “El príncipe de este mundo me quiere arrebatar y pretende arruinar mi deseo que tiende hacia Dios. Que nadie de vosotros, los aquí presentes, lo ayude; poneos más bien de mi parte, esto es, de parte de Dios. No queráis a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca y los deseos mundanos en el corazón. Que no habite la envidia entre vosotros. Ni me hagáis caso si, cuando esté aquí, os suplicare en sentido contrario; haced más bien caso de lo que ahora os escribo. Porque os escribo en vida, pero deseando morir. Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y me dice: “Ven al Padre”. No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible”. Afirma que si alguien se interpone en su martirio, aun con la mejor de las intenciones, en realidad está secundando el trabajo del Demonio, quien precisamente no quiere que muera mártir: “el Príncipe de este mundo pretende arruinar mi deseo que tiende hacia Dios (…) que nadie lo ayude”. Ya no tiene ningún deseo terreno; se han apagado en él todos los fuegos de la concupiscencia y sólo siente una voz celestial que lo llama y le dice: “Ven al Padre”. Sólo desea alimentarse de la Eucaristía, “el Pan de Dios, la carne de Jesucristo” y “la bebida de su Sangre”, que es el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

Por último, concluye así: “No quiero ya vivir más la vida terrena. Y este deseo será realidad si vosotros lo queréis. Os pido que lo queráis, y así vosotros hallaréis también benevolencia. En dos palabras resumo mi súplica: hacedme caso. Jesucristo os hará ver que digo la verdad, él, que es la boca que no engaña, por la que el Padre ha hablado verdaderamente. Rogad por mí, para que llegue a la meta. Os he escrito no con criterios humanos, sino conforme a la mente de Dios. Si sufro el martirio, es señal de que me queréis bien; de lo contrario, es que me habéis aborrecido”. San Ignacio ya no desea “vivir la vida terrena”, porque desea vivir en la Vida eterna, en compañía de Jesucristo y para eso desea que se cumpla el martirio; de parte de sus discípulos, si no se oponen al martirio, eso será señal de que lo aman. Finalmente, al escribir esta última carta deseando el martirio en nombre de Cristo, lo hace movido “no por criterios humanos, sino conforme a la mente de Dios”.

Le pidamos a San Ignacio que también nosotros no sólo despreciemos este mundo y sus placeres, sino que deseemos ardientemente morir en gracia para alcanzar el Reino de los cielos.

 



[2] De la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a los Romanos, Cap. 4. 1-2; 6, 1--8, 3: Funk 1, 217-223.

jueves, 15 de octubre de 2020

Santa Teresa de Ávila

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en Ávila (España) el año 1515. Ingresó en la Orden del Carmelo, donde realizó grandes progresos en el camino de la perfección y gozó de místicas revelaciones. Habiendo emprendido la reforma de su Orden, tuvo que sufrir muchas dificultades, que superó con gran fortaleza de ánimo. También escribió varias obras, insignes por lo elevado de su doctrina, fruto de su experiencia personal. Murió en Alba de Tormes el año 1582.

         Mensaje de santidad.

         En un mundo caracterizado por dos extremos, un materialismo ateo y una espiritualidad pagana y anti-cristiana como la de la Nueva Era, Santa Teresa de Jesús nos deja un maravilloso mensaje de esperanza, no para esta vida, sino para la vida eterna. Analicemos brevemente el poema “Vivo sin vivir en mí”.

“Vivo sin vivir en mí,/y tan alta vida espero,/que muero porque no muero”. Santa Teresa vive, con la vida natural, pero no vive de ella y para ella, sino para otra vida, la vida eterna y es “tan alta” esta vida eterna en Cristo Jesús, que aunque viva con esta vida terrena, vive ansiando la muerte, para vivir eternamente con Cristo: “Muero porque no muero”.

“Esta divina unión/del amor con que yo vivo/hace a Dios ser mi cautivo/y libre mi corazón;/mas causa en mí tal pasión/ver a Dios mi prisionero,/que muero porque no muero”. Es un dogma de fe que Dios Trinidad, por la gracia, vive, inhabita, en el alma en gracia y a eso se refiere Santa Teresa cuando dice que “por el amor Dios vive cautivo en su corazón” y ese vivir de Dios Trino en su corazón, por la gracia y el amor, le causa tal ardor de amor, que se impacienta por no morir, para empezar a gozar de la visión beatífica: “Muero porque no muero”.

“¡Ay! ¡Qué larga es esta vida!/¡Qué duros estos destierros,/esta cárcel, estos hierros/en que el alma está metida!/Sólo esperar la salida/me causa dolor tan fiero,/que muero porque no muero”. Esta vida terrena, comparada con la hermosura inimaginable de la vida eterna en el Reino de los cielos, es como “una cárcel”, “unos hierros”, que se hacen “largos” porque el alma que contempla la vida futura en compañía del Cordero, no ve la hora en que llegue su muerte terrena, para alcanzar la vida eterna.

“¡Ay! ¡Qué vida tan amarga/do no se goza el Señor!/y si es dulce el amor,/no lo es la esperanza larga;/quíteme Dios esta carga/más pesada que el acero,/que muero porque no muero”. Esta vida terrena, además de ser una “cárcel” y unos “hierros”, es “amarga”, porque no se puede gozar, mientras estemos en la tierra, de la dulzura del Ser divino trinitario y de la contemplación en el Amor de Dios del Cordero; por eso, si bien se atenúa un poco la amargura por el amor que se puede tener a Dios, aun así, “la esperanza es larga”, esto es, la esperanza de morir cuanto antes a esta vida terrena para empezar a gozar de la Trinidad, hace que esta vida se vea como muy larga, y por eso el alma “muere porque no muere”.

“Sólo con la confianza/vivo de que he de morir,/porque, muriendo, el vivir/me asegura mi esperanza;/muerte do el vivir se alcanza,/no te tardes que te espero,/que muero porque no muero”. El alma que desea contemplar cara a cara a Dios Trino “muere porque no muere”, pero hasta que eso suceda, vive con la confianza que algún día ha de morir y que la muerte terrena significará, para el alma que vive en gracia, el comienzo de la vida eterna, de la bienaventuranza sin fin y por eso le dice a la muerte que “no tarde” y que hasta tanto, “muere porque no muere”.

“Vivo sin vivir en mí,/y tan alta vida espero,/que muero porque no muero. Amén”. El alma que ama a Dios vive en esta vida terrena, pero no vive en sí ni para sí, sino que vive en Dios, por Dios y para Dios y espera “tan alta vida” en el Reino de los cielos”, que “muere porque no muere”.

Imitemos a Santa Teresa de Ávila y vivamos en esta vida deseando morir para vivir la vida eterna; mientras tanto, recibamos de esa vida eterna que se nos da, como un anticipo, en la Sagrada Eucaristía, en donde Jesús vive para darnos su Vida Eterna.

 



[1] http://oraciondelashoras.blogspot.com/