San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 28 de diciembre de 2019

Los Santos Mártires Inocentes


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         Vida de santidad[1].

         El Día de los Santos Inocentes es la conmemoración de un episodio hagiográfico del cristianismo: la matanza de los niños menores de dos años nacidos en Belén (Judea), ordenada por el rey Herodes I el Grande con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret. La Iglesia católica recuerda este acontecimiento el 28 de diciembre, aunque de acuerdo con el Evangelio de Mateo, la matanza debió haber sucedido después de la visita de los Magos al rey Herodes I el Grande (uno o dos días después del 6 de enero), aunque también la fecha de la adoración de los astrólogos a Jesús no tiene una fecha dada exactamente en las escrituras. La brutalidad del episodio está en armonía con el carácter de Herodes, tal como Josefo lo describió en Antigüedades judías (15.3, 3 § 53-56). Josefo presentó a Herodes como un ser patológicamente celoso de su poder: varios de sus familiares fueron asesinados por orden suya, ya que sospechaba que trataban de suplantarlo.

         Mensaje de santidad.

         Su mensaje de santidad está dado por su testimonio de Cristo, puesto que murieron a causa de Cristo. La paradoja es que los niños aun no podían hablar y sin embargo dieron testimonio de Él; no lo conocían personalmente, pero murieron a causa de Cristo y dando testimonio de Él. Y si bien murieron, en su mayoría, traspasados por las lanzas, las espadas y las cuchillas de los esbirros de Herodes, todos, sin excepción, murieron participando, anticipadamente, de la Pasión de Cristo. Es decir, los niños a los que Herodes mató, pensando que en ellos mataba a Cristo, son mártires no por sí mismos, sino porque murieron dando testimonio de Cristo y dieron testimonio de Cristo porque Cristo los asoció a su Pasión. De otra manera, si no estuvieran asociados, de alguna manera, a la Pasión de Cristo, no serían mártires. Pero sí lo son, porque fueron asociados, sin saber hablar aún a causa de su corta edad y sin conocer personalmente a Cristo, a la Pasión de Cristo: murieron unidos a la muerte de Cristo en la Cruz y por esa razón es que son mártires y testigos de Cristo. Sus frágiles cuerpos fueron atravesados, cortados y desmembrados por el frío y cruel hierro de las armas de los soldados de Herodes y de esa manera imitaron y participaron de la muerte de Cristo en la Cruz, porque el Cuerpo de Cristo en la Cruz también fue atravesado por el frío y cruel hierro de los clavos y luego su Sagrado Corazón fue traspasado por el duro acero de la lanza del soldado Longinos. Por esta participación en la Pasión, por ser asociados a la muerte de Cristo, es que los Santos Mártires Inocentes, luego de un breve período de dolor y muerte en la tierra, viven ahora adorando al Cordero en los cielos, por toda la eternidad.
         En nuestros días, la matanza de los Santos Inocentes no solo se perpetúa sino que se multiplica, porque cientos de miles de niños por nacer son asesinados en el vientre de sus madres a causa del aborto. También son mártires, porque en el fondo, el genocidio del aborto es de causa demoníaca: detrás del aborto en masa está el demonio, que busca matar a Cristo en sus imágenes, los niños por nacer y puesto que no le puede hacer nada a Cristo, que lo venció en la Cruz, descarga su furia homicida en aquellos que son imágenes vivientes del Hombre-Dios, los niños por nacer. Y puesto que mueren porque el Demonio persigue a Cristo –como en el episodio del Apocalipsis, en el que el Dragón persigue a la Mujer con el Niño y ésta con el Niño huyen al desierto-, mueren asociados a la Pasión de Cristo y así son también mártires que mueren dando testimonio de Cristo, Creador de la vida y la Vida Increada en sí misma. Los niños que mueren en los abortorios no conocen a Cristo en esta vida, pero sí lo conocen apenas pasan de esta vida a la otra y si bien no pueden hablar, dan testimonio de Él con su muerte silenciosa en el seno de sus madres. Es decir, sin conocer a Cristo y sin poder hablar de Él, dieron testimonio de Él porque fueron asociados a su Pasión. Cada niño muerto en el seno de su madre nos recuerda a Cristo crucificado.

jueves, 26 de diciembre de 2019

Fiesta de San Juan Evangelista


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         Vida de santidad[1].

         Nació en Galilea y era hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor. Su oficio era el de pescador. Junto con Andrés, fue uno de los dos primeros discípulos de Jesús. Los dos eran también discípulos de Juan Bautista y un día al escuchar que el Bautista señalaba a Jesús y decía: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, se fueron detrás de Él. Jesús se volvió y les dijo: “¿Qué buscan?”. Ellos le respondieron: “Señor: ¿dónde habitas?”. Y Jesús les dijo: “Vengan y verán”. Y se fueron con él y estuvieron en su compañía toda la tarde recibiendo sus enseñanzas. Durante toda su vida, jamás Juan podrá olvidar el día, la hora y el sitio en que se encontró por primera vez con Jesucristo. Fue el momento más decisivo de su existencia, porque fue su encuentro personal con el Mesías y Redentor de los hombres.
Juan estaba después un día con su hermano Santiago, y con sus amigos Simón y Andrés, remendando las redes a la orilla del lago, cuando pasó Jesús y les dijo: “Vengan conmigo y los haré pescadores de almas”. Inmediatamente, dejando a su padre y a su empresa pequeña, se fue con Cristo a dedicarse para siempre y por completo a extender el Reino de Dios. Juan evangelista formaba parte, junto con Pedro y Santiago, del pequeño grupo de preferidos que Jesús llevaba a todas partes y que presenciaron sus más grandes milagros: los tres estuvieron presentes en la Transfiguración; presenciaron la resurrección de la hija de Jairo; los tres presenciaron la agonía de Cristo en el Huerto de los Olivos. Y junto con Pedro, fue este apóstol encargado por Jesús de prepararle la Última Cena. A Juan y su hermano Santiago les puso Jesús un sobrenombre: “Hijos del trueno”, debido a que un día fueron los apóstoles a pedir hospedaje en un pueblo de samaritanos (que odiaban a los judíos) y nadie les quiso proporcionar nada. Entonces los dos hermanos le propusieron a Jesús que les mandara a los samaritanos “fuego desde el cielo”. Esto lo dijeron porque no habían comprendido todavía que el “fuego del cielo” que Jesús había venido a traer es un fuego desconocido para los hombres, el Fuego del Espíritu Santo.
En la Última Cena, San Juan Evangelista tuvo el honor de recostar su cabeza sobre el corazón de Cristo y pudo así escuchar los latidos del Sagrado Corazón. Juan Evangelista fue el único de los apóstoles que estuvo presente en el Calvario al morir Jesús, recibiendo de Jesús –y, en su persona, toda la humanidad- el más preciado don después de su Cuerpo y su Sangre entregados en la Cruz: recibió el regalo de la Virgen como Madre adoptiva suya al decirle: “He ahí a tu madre”, además de recibir el encargo de cuidar a María Santísima al decirle a la Virgen: “He ahí a tu hijo”.
El Domingo de Resurrección, fue el primero de los apóstoles en llegar al sepulcro vacío de Jesús, llegando antes que Pedro, aunque por respeto a su cargo –Pedro era el Papa- lo dejó entrar a él primero y luego entró él también. Luego de ver el sepulcro vacío, creyó que Jesús había resucitado.
Después de la resurrección de Cristo, en el episodio de la segunda pesca milagrosa, Juan fue el primero en darse cuenta de que el que estaba en la orilla era Jesús. Vivió hasta el año 100, y fue el único apóstol al cual no lograron matar los perseguidores. Juan, para cumplir el mandato de Jesús en la cruz, se encargó de cuidar a María Santísima como el más cariñoso de los hijos. Con Ella se fue a evangelizar a Éfeso y la acompañó hasta la hora de su gloriosa dormición o tránsito de esta vida al cielo con su cuerpo y alma glorificados. El emperador Dominiciano quiso matar al apóstol San Juan y lo hizo arrojar en una olla de aceite hirviente, pero él sobrevivió absolutamente indemne, sin sufrir daño alguno. Entonces fue desterrado de la isla de Patmos, donde escribió el Apocalipsis.
Después volvió otra vez a Éfeso donde escribió el Evangelio según San Juan, libro que tiene un estilo elevadísimo y es impresionantemente hermoso. Agrada mucho a las almas místicas, y ha convertido a muchísimos con su lectura. A San Juan Evangelista se lo representa como un águila, porque así se quiere significar que es el escritor de la Biblia que se ha elevado a más grandes alturas de espiritualidad con sus escritos. Ningún otro libro tiene tan elevados pensamientos como en su evangelio. Dice San Jerónimo que cuando San Juan era ya muy anciano se hacía llevar a las reuniones de los cristianos y lo único que les decía siempre era esto: “Hermanos, ámense los unos a otros”. Una vez le preguntaron por qué repetía siempre lo mismo, y respondió: “Es que ese es el mandato de Jesús, y si lo cumplimos, todo lo demás vendrá por añadidura”. San Epifanio dice que San Juan murió hacia el año cien, a los 94 años de edad. Afirman los antiguos escritores que amaba mucho a todos pero que les tenía especial temor a los herejes porque ellos con sus errores pierden muchas almas.

         Mensaje de santidad.

         Parte de su mensaje de santidad lo encontramos en el inicio de su Evangelio, en donde describe a Jesús como al Hombre-Dios, es decir, como a Dios, hecho hombre perfecto, sin dejar de ser Dios. En efecto, el Evangelista, que se eleva a las alturas de lo sobrenatural para contemplar a ese Sol de justicia que es Dios Uno y Trino, así como el águila se eleva hacia el cielo mirando fijamente al sol, describe a Jesús como “el Verbo” y lo describe como Dios, porque estaba junto a Dios y lo describe también como la Vida –la vida divina de Dios Trinidad- y como la Luz de los hombres, porque en verdad Dios, en su Acto de Ser purísimo y perfectísimo, es Luz eterna y Vida divina. Para el Evangelista Juan Jesús, entonces, es Dios, es el Verbo de Dios, la Sabiduría de Dios, la Palabra de Dios eternamente pronunciada y es un Verbo que es Vida y que es Luz divina y eterna. Pero el Evangelista Juan también describe a Jesús desde el punto de vista terreno o humano, así como el águila, que está en las alturas, ve al cordero que está abajo, en la tierra, para dirigirse hacia él. El Evangelista Juan dice que “el Verbo se hizo carne”, es decir, el Verbo Eterno del Padre se encarnó –en el seno virginal de María Santísima- y “puso su morada” entre los hombres, porque al encarnarse, tomó el nombre de “Emanuel”, es decir, Dios con nosotros. Entonces, así como el águila, por un lado, remonta vuelo hacia el sol y lo contempla fijamente, pero al mismo tiempo puede ver al cordero que está abajo en la tierra, así el Evangelista Juan, elevándose por obra del Espíritu Santo, contempla al Sol de justicia, Cristo Jesús, como Verbo del Padre, que es Dios y que está junto al Padre, junto a Dios, pero también lo contempla como Cordero de Dios, es decir, como Dios  Hijo encarnado para nuestra salvación. “El Verbo era Dios (…) el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (…) el Verbo era la Vida (…) el Verbo era la Luz que ilumina a todo hombre”. Por último, el Evangelista Juan describe al Verbo, además de Luz y de Vida, como Amor: “Dios es Amor”. Junto al Evangelista Juan, contemplemos al Verbo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, en el Santísimo Sacramento del altar y junto al Evangelista, nos postremos ante el Verbo de Dios encarnado que está en la Eucaristía y lo adoremos y lo amemos con todas las fuerzas de las que seamos capaces, para seguir adorándolo y amándolo por la eternidad.

San Esteban, protomártir


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         Vida de santidad[1].

         Según el Martirologio Romano, San Esteban, protomártir, en el siglo I, fue un varón lleno de fe y del Espíritu Santo; fue el primero de los siete diáconos que los apóstoles eligieron como cooperadores de su ministerio, y también fue el primero de los discípulos del Señor que derramó su sangre en Jerusalén, dando testimonio de Cristo Jesús al afirmar que veía al Señor sentado en la gloria a la derecha del Padre, al ser lapidado mientras oraba por los perseguidores. Se le llama “protomártir” porque fue el primer mártir que tuvo el honor de derramar su sangre por proclamar su fe en Jesucristo.
Sucedió que después de Pentecostés, los apóstoles, llenos de la fuerza y el ardor del Espíritu Santo, dirigieron el anuncio del mensaje cristiano a los más cercanos, que eran los hebreos, pero este hecho despertó un conflicto por parte de las autoridades religiosas del judaísmo, quienes no aceptaban la prédica de los apóstoles, es decir, la Buena Nueva de Jesucristo.
Al igual que Cristo, por su prédica los apóstoles fueron humillados, azotados y encarcelados, aunque apenas eran liberados, inmediatamente continuaban la predicación del Evangelio. Debido a la prédica, la comunidad cristiana creció, por lo que se hizo necesario que se eligieran diáconos entre los varones justos y el primero de ellos fue Esteban, el cual, además de administrar los bienes comunes –para eso había sido elegido-, se dedicaba también a predicar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y esto lo hizo con tanto ardor y pasión que despertó el recelo entre los judíos, los cuales “se echaron sobre él, lo prendieron y lo llevaron al Sanedrín. Después presentaron testigos falsos, que dijeron: Este hombre no cesa de proferir palabras contra el lugar santo y contra la Ley; pues lo hemos oído decir que este Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés”. Es decir, apresaron a Esteban por el solo hecho de predicar el Evangelio y además presentaron contra él testigos falsos, que tergiversaban la Verdad de lo que Esteban predicaba.
Sin embargo, como Dios no abandona a los que lo aman y dan testimonio de Él, infundió en él su Santo Espíritu y es así como se lee en el capítulo 7 de Los Hechos de los apóstoles que Esteban estaba “lleno de gracia y de fortaleza”, y con la luz del Espíritu Santo, se defendió de sus adversarios con la luz de la Verdad: resumió la historia hebrea desde Abrahán hasta Salomón, luego afirmó que no había blasfemado contra Dios ni contra Moisés, ni contra la Ley o el templo, demostrando que Dios se revela aun fuera del templo, y cuando estaba por exponer la doctrina universal de Jesús como última manifestación de Dios, sus adversarios no lo dejaron continuar el discurso, porque “lanzando grandes gritos se taparon los oídos...y echándolo fuera de la ciudad, se pusieron a apedrearlo”. Esteban, que así se convertía en el primer mártir cristiano, doblando las rodillas bajo la lluvia de piedras, repitió las mismas palabras de perdón que Cristo pronunció en la cruz: “Señor, no les imputes este pecado”. También declaró que veía los cielos abiertos y al Señor Jesús sentado a la derecha del Padre; dicho esto, cayó muerto debido a la lapidación que le propiciaron sus enemigos.

         Mensaje de santidad.

         La vida y muerte de San Esteban nos demuestra, por un lado, que es verdad lo que Jesús dijo, acerca de que sus discípulos serían encarcelados y algunos asesinados; demuestra también que es cierto que no debían preparar su discurso de defensa, pues el discurso de defensa de Esteban lo dio el Espíritu Santo por él y de forma tan elocuente, que sus enemigos no tuvieron forma de refutarlo. También nos demuestra que a quienes más ama, más los hace partícipes Jesús de su Cruz: como a Él, Esteban fue apresado, humillado y calumniado; como a Jesús, fue muerto injustamente por el solo hecho de revelar la Verdad del plan salvífico de Dios manifestado en el misterio pascual de muerte y resurrección de Cristo. Finalmente, como Jesús, Esteban imitó a su Señor al perdonar a sus verdugos antes de morir. Como premio a su testimonio, Dios Trino le concedió, instantes antes de morir, ver la gloria celestial que le tenía reservada apenas concluyera su vida en la tierra. Otro mensaje de santidad que nos deja San Esteban mártir es el perdón a los enemigos ya que, al igual que Jesús hizo en la Cruz, pidió a Dios que no les tuviera en cuenta el crimen que estaban cometiendo.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Santa Cecilia, virgen y mártir


Santa Cecilia
          Vida de santidad[1].

          Una tradición muy antigua dice que pertenecía a una de las principales familias de Roma, que acostumbraba vestir una túnica de tela muy áspera y que había consagrado a Dios su virginidad. Sus padres la comprometieron en matrimonio con un joven llamado Valeriano, pero Cecilia le dijo a éste que ella había hecho voto de virginidad y que si él quería ver al ángel de Dios debía hacerse cristiano. Valeriano se hizo instruir por el Papa Urbano y fue bautizado. Luego entre Cecilia y Valeriano convencieron a Tiburcio, el hermano de éste, y lograron que también se hiciera cristiano.
Las historias antiguas dicen que Cecilia veía a su ángel de la guarda. El alcalde de Roma, Almaquio, había prohibido sepultar los cadáveres de los cristianos. Pero Valeriano y Tiburcio se dedicaron a sepultar todos los cadáveres de cristianos que encontraban y ése fue el motivo por el que los arrestaron. Al ser llevados ante el alcalde, éste les ordenó que declararan que adoraban a Júpiter, pero ellos le dijeron que únicamente adoraban al verdadero Dios del cielo y a su Hijo Jesucristo, Dios Hijo encarnado y que por lo tanto no estaban dispuestos, de ninguna manera, a adorar a ídolos. Ante su negativa de adorar a ídolos paganos, fueron entonces ferozmente azotados y luego les dieron muerte. Los dos santos mártires animaban a los demás cristianos de Roma a sufrir con gusto todos los horrores, con tal de no ser infieles a la santa religión, es decir, preferían toda clase de martirios y castigos, antes que renegar de la fe en Jesucristo Dios.
Luego de los dos mártires, fue arrestada Santa Cecilia, a quien también le exigieron que renunciara a la religión de Cristo y que desconociera a Cristo como Dios. Pero la santa, ante el asombro de todos, declaró firmemente que prefería la muerte antes que renegar de la verdadera religión y traicionar a Jesús. Entonces fue llevada junto a un horno caliente para tratar de sofocarla con los terribles gases que salían de allí, pero en vez de asfixiarse ella cantaba gozosa alabanzas a Cristo y a la Trinidad –por esta razón es que fue nombrada patrona de los músicos-. Al comprobar que con este martirio no podían acabar con ella, el cruel Almaquio mandó que le cortaran la cabeza. La santa, antes de morir le pidió al Papa Urbano que convirtiera su hermosa casa en un templo para orar, y así lo hicieron después de su martirio. Antes de morir, había repartido todos sus bienes entre los pobres. En 1599 permitieron al escultor Maderna ver el cuerpo incorrupto de la santa y él fabricó una estatua en mármol de ella, muy hermosa, la cual se conserva en la iglesia de Santa Cecilia en Roma. Está acostada de lado y parece que habla; además, tiene en su mano derecha extendidos los dedos pulgar, índice y medio, y doblados el anular y el meñique, indicando con esto a la Santísima Trinidad: esto quiere decir que aun después de muerta, la santa seguía confesando a Dios Uno y Trino como al Único y verdadero Dios y a Jesucristo como Dios Hijo encarnado y Salvador del mundo.

          Mensaje de santidad.

          En estos tiempos tan difíciles en los que vivimos, llenos de confusión y de traiciones encubiertas y explícitas a Cristo Dios y a la Santa Religión Católica, es preciso que miremos al ejemplo de Santa Cecilia y que le pidamos su intercesión para estar dispuestos a dar la vida antes que renegar de Jesucristo y adorar a ídolos paganos como la Pachamama, el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte y tantos otros ídolos demoníacos más. Le digamos así a Santa Cecilia: “Santa Cecilia bendita, dile a Dios que también nosotros prefiramos mil muertes antes que ser infieles a nuestra santa religión Católica, Apostólica y Romana”.

Santa Isabel de Hungría


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          Vida de santidad[1].

A los 15 Isabel años fue dada en matrimonio por su padre el Rey de Hungría al príncipe Luis VI de Turingia, con el cual tuvo tres hijos. Se amaban tan intensamente que ella llegó a exclamar un día: “Dios mío, si a mi esposo lo amo tantísimo, ¿Cuánto más debiera amarte a Ti?”. Su esposo no ponía reparos a la costumbre de Isabel de dar a los pobres todo lo que encontraba en su casa. Él solía decir: “Cuanto más demos nosotros a los pobres, más nos dará Dios a nosotros”. Una vez se encontró un leproso abandonado en el camino, y no teniendo otro sitio en dónde colocarlo por el momento, lo acostó en la cama de su marido que estaba ausente. Llegó este inesperadamente y le contaron el caso. Se fue furioso a regañarla, pero al llegar a la habitación, vio en su cama, no el leproso sino un hermoso crucifijo ensangrentado. Recordó entonces que Jesús premia nuestros actos de caridad para con los pobres como hechos a Él mismo.
Cuando Isabel tenía apenas veinte años su esposo murió en una de las Cruzadas a Tierra Santa; Santa Isabel, con gran dolor, aceptó con resignación cristiana la voluntad de Dios y desde entonces, rechazando otras ofertas de matrimonio, se dedicó a vivir en la pobreza y a dedicarse al servicio de los más pobres y desamparados.
Sin embargo, un día su suerte cambió radicalmente, puesto que el sucesor de su marido la desterró del castillo y tuvo que huir con sus tres hijos, desprovistos de toda ayuda material. Y así, aquella que cada día daba de comer a 900 pobres en el castillo, ahora no tenía quién le diera para el desayuno. Pero Isabel nunca dejó de confiar en Dios y fe así que poco tiempo más tarde el Rey de Hungría consiguió que le devolvieran los bienes que le pertenecían como viuda, y con ellos construyó un gran hospital para pobres, y ayudó a muchas familias necesitadas. Un día, cuando todavía era princesa, fue al templo vestida con los más exquisitos lujos, pero al ver una imagen de Jesús crucificado pensó: “¿Jesús en la Cruz despojado de todo y coronado de espinas, y yo con corona de oro y vestidos lujosos?”. Nunca más volvió con vestidos lujosos al templo de Dios; como consecuencia de esto, un Viernes Santo, después de las ceremonias, cuando ya habían desvestido los altares en la iglesia, se arrodilló ante uno y delante de varios religiosos hizo voto de renuncia de todos sus bienes y voto de pobreza, como San Francisco de Asís, y consagró su vida al servicio de los más pobres y desamparados. Cambió sus vestidos de princesa por un simple hábito de tela burda y ordinaria de hermana franciscana y los últimos cuatro años de su vida –murió joven, a los veinticuatro años- se dedicó a atender a los pobres enfermos del hospital que había fundado. Se propuso recorrer calles y campos pidiendo limosna para sus pobres, y vestía como las mujeres más pobres del campo. Vivía en una humilde choza junto al hospital. Tejía y hasta pescaba, con tal de obtener con qué compararles medicinas a los enfermos.
Tenía un director espiritual que, para ayudarla en su camino a la santidad, la trataba duramente. Ella exclamaba: “Dios mío, si a este sacerdote le tengo tanto temor, ¿cuánto más te debería temer a Ti, si desobedezco tus mandamientos?”.
Cuando apenas cumplía 24 años, el 17 de noviembre del año 1231, pasó de esta vida a la eternidad. A sus funerales asistieron el emperador Federico II y una multitud tan grande formada por gentes de diversos países y de todas las clases sociales, que los asistentes decían que no se había visto ni quizá se volvería a ver en Alemania un entierro tan concurrido y fervoroso como el de Isabel de Hungría, la patrona de los pobres.
El mismo día de la muerte de la santa, a un hermano lego se le destrozó un brazo en un accidente y estaba en cama sufriendo terribles dolores. De pronto vio a parecer a Isabel en su habitación, vestida con trajes hermosísimos. Él dijo: “¿Señora, Usted, que siempre ha vestido trajes tan pobres, por qué ahora tan hermosamente vestida?”. Y ella sonriente le dijo: “Es que voy para la gloria. Acabo de morir para la tierra. Estire su brazo que ya ha quedado curado”. El paciente estiró el brazo que tenía totalmente destrozado, y la curación fue completa e instantánea. Dos días después de su entierro, llegó al sepulcro de la santa un monje cisterciense el cual desde hacía varios años sufría un terrible dolor al corazón y ningún médico había logrado aliviarle de su dolencia. Se arrodilló por un buen rato a rezar junto a la tumba de la santa, y de un momento a otro quedó completamente curado de su dolor y de su enfermedad. Estos milagros y muchos más, movieron al Sumo Pontífice a declararla santa, cuando apenas habían pasado cuatro años de su muerte.

Mensaje de santidad.

Tal vez el mensaje de santidad lo podemos descubrir en dos afirmaciones de quienes conocieron a la santa. Un sacerdote de aquella época escribió: “Afirmo delante de Dios que raramente he visto una mujer de una actividad tan intensa, unida a una vida de oración y de contemplación tan elevada”. El mismo emperador Federico II afirmó: “La venerable Isabel, tan amada de Dios, iluminó las tinieblas de este mundo como una estrella luminosa en la noche oscura”. Es decir, Santa Isabel de Hungría, siendo noble de nacimiento y muy rica en bienes materiales, eligió, por amor a Cristo, despojarse de la nobleza terrena para adquirir la nobleza que da la gracia y eligió además despojarse de sus bienes materiales para darlos a los pobres y así ganar una mansión en el Reino de los cielos. Antes que los honores mundanos de la corte, prefirió el silencio y la oración y antes que disfrutar de los bienes terrenos, prefirió darlos todos a los pobres y servirlos a ellos, viendo en ellos al mismo Cristo crucificado. Santa Isabel de Hungría no sirvió a los pobres por mero altruismo, sino porque en ellos veía a Cristo crucificado, pobre y necesitado de todo. Y Cristo crucificado, recibiendo todo tipo de atenciones en los pobres, le dio a Santa Isabel lo que Él reserva para quienes lo abandonan todo por el Evangelio en esta vida: el Reino de los cielos.





[1] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Isabel_de_Hungr%C3%ADa.htm

domingo, 10 de noviembre de 2019

San Josafat, obispo y mártir



          Vida de santidad[1].
Nace en Vladimir de Volhinia por el año 1580 de padres ortodoxos; se convirtió a la fe católica e ingresó en la Orden de san Basilio. Ordenado sacerdote en el rito bizantino en 1609. Ordenado obispo de Vitebsk 1617, meses mas tarde, Arzobispo de Polotzk, Lituania. Trabajó infatigablemente por la unidad de la Iglesia. Perseguido a muerte por sus enemigos, sufrió el martirio el año 1623. Protomártir de la re-unificación de la cristiandad. Canonizado en 1867.
          Mensaje de santidad.
          Para entender el porqué de la muerte martirial de San Josafat, hay que entender que, en el Este de Europa, en la época del santo, había un grupo de católicos apóstatas que no querían la unidad de las iglesias locales con Roma, ni tampoco reconocían la supremacía del Papa como Vicario de Cristo. San Josafat dio su vida para que estas iglesias regresaran a la unidad con Roma y reconocieran en el Papa Romano al Vicario de Cristo en la tierra.
En una oportunidad, rodeado por sus enemigos que querían darle muerte, San Josafat dijo: “Sé que queréis matarme y que me acecháis en todas partes: en las calles, en los puentes, en los caminos, en la plaza central. Pero yo estoy entre vosotros como vuestro pastor y quiero que sepáis que me consideraría muy feliz de dar la vida por vosotros. Estoy pronto a morir por la sagrada unión, por la supremacía de San Pedro y del Romano Pontífice”[2]. Esto finalmente ocurrió, porque los enemigos del santo le dieron muerte al poco tiempo, arrojando su cadáver al río.
En años posteriores y más cercanos a la modernidad, el comunismo ruso, que invadió la totalidad de las naciones del Este, provocó también que las iglesias ortodoxas se apartaran de la comunión con Roma, situación que persiste en algunos lugares hasta el día de hoy, por lo que se hace necesario que surjan nuevos santos que estén dispuestos a dar la vida en martirio si fuera necesario, como San Josafat.


[1] https://www.corazones.org/santos/josafat.htm
[2] https://www.corazones.org/santos/josafat.htm