San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Como San Andrés, todo cristiano está llamado a dejar las cosas del mundo para entrar en la eternidad



En el momento de recibir el llamado de Jesús, San Andrés se encuentra, junto a su hermano Simón, dedicado a sus tareas cotidianas de pescador (cfr. Mt 4, 18-22). El llamado de Jesús a su seguimiento supone para San Andrés –y para todo aquel que es llamado por Jesús, sea al sacerdocio ministerial, sea al sacerdocio bautismal- un cambio radical de vida.

De pescar peces en un mar de agua salada para conseguir el sustento diario, es llamado a pescar almas en el mar de la historia humana, para conseguir su salvación eterna.

Antes del llamado de Jesús, su vida se desarrollaba en los estrechos límites del horizonte humano y sus preocupaciones no iban más allá del trabajo de todos los días, necesario para conseguir el sustento propio y familiar; ahora, luego del llamado, su vida se convierte en una aventura fantástica, que finaliza en la feliz eternidad, en la unión para siempre con las Tres Divinas Personas, y sus preocupaciones humanas, como el sustento diario, pasan a un segundo plano, pues lo que importa es el Pan eucarístico de cada día y la salvación de las almas.

Antes del llamado de Jesús, San Andrés vivía una vida sacrificada, llena de mortificaciones continuas, porque el trabajo como pescador implica la renuncia a la comodidad y el trabajo arduo; luego del llamado, San Andrés, como sacerdote ministerial, como Apóstol, y como seguidor de Cristo, San Andrés es llamado a abrazar la Cruz de Jesús, a vivir en la continua mortificación, y a asociarse a la Pasión y a la muerte martirial de Jesús.

“Ven y sígueme, te haré pescador de hombres”. Todo cristiano, al recibir el Bautismo sacramental, al ser introducido en el Cuerpo Místico de Jesús, está llamado a dejar de lado las ambiciones terrenas y humanas por el deseo de la vida eterna, y a reemplazar el trabajo cotidiano por el trabajo al servicio del Reino de los cielos.

Todo cristiano, sea sacerdote o laico, ha recibido el llamado que recibió San Andrés, y al igual que él, que dejándolo todo siguió a Jesús por el camino de la Cruz, para donar su vida en ella, del mismo modo todo cristiano, sea sacerdote o laico, está llamado a asociarse a Cristo en su Cruz para dejar esta vida con sus asuntos terrenos, para entrar en la feliz eternidad.

martes, 22 de noviembre de 2011

Santa Cecilia mártir



Se cree que Santa Cecilia nació en Roma, en el seno de una familia noble, y que fue casada contra su voluntad con un joven pagano llamado Valeriano[1].

Cecilia logró que su marido respetara su virginidad y se convirtiera al cristianismo.

Las actas del martirio de la santa afirman que pertenecía a una familia patricia de Roma y que fue educada en el cristianismo. Solía llevar un vestido de tela muy áspera bajo la túnica propia de su dignidad, ayunaba varios días por semana y había consagrado a Dios su virginidad. Fue obligada a contraer matrimonio con un joven pagano llamado Valeriano, pero según las mismas actas, el día de la celebración del matrimonio, mientras los músicos tocaban y los invitados se divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su corazón y a pedirle que la ayudase.

Cuando los jóvenes esposos se retiraron a sus habitaciones, Cecilia, armada de todo su valor, dijo dulcemente a su esposo: “Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí”. Valeriano replicó: “Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides”. Cecilia le dijo: “Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel”. Valeriano accedió, se convirtió y fue bautizado.

Luego Valeriano, junto a su hermano y a otro romano convertido, fueron decapitados por haber dado sepelio a otros mártires, y Cecilia sepultó los cadáveres. Ante esta actitud, Cecilia fue llamada para que también renunciase a la fe y debido a que se negó a hacerlo, fue condenada a morir en la hoguera, pero aunque los soldados estuvieron todo un día atizando el fuego, no le sucedió nada a Cecilia.

Finalmente, el prefecto romano envió a un soldado a decapitarla, el cual descargó tres veces la espada sobre su cuello sin lograr su propósito –es decir, sin lograr decapitarla totalmente- y la dejó tirada en el suelo, agonizando. Cecilia pasó tres días entre la vida y la muerte. Una de sus manos quedó con dos dedos doblados y tres en alto, indicando la Santísima Trinidad.

Las actas señalan también que, al igual que en su matrimonio, cantó también durante el tormento, por lo cual es patrona de los músicos.

Todo cristiano está llamado a imitar a Santa Cecilia en su vida: como ella, el cristiano está llamado a unirse en místicas nupcias con Dios Uno y Trino; como ella, el cristiano está llamado a dar testimonio de la Trinidad y de la Encarnación del Hijo de Dios, de su Pasión y Resurrección, y aunque este testimonio no sea cruento, el cristiano está llamado al martirio cotidiano que supone vivir la fe en Cristo Dios en un mundo paganizado; como Santa Cecilia, todo cristiano está llamado a cantar a Dios Trinidad en su corazón, en todo tiempo, como anticipo del canto de alabanza y glorificación que ha de entonar en los cielos, por la eternidad; como Santa Cecilia, que con su cuerpo agonizante testimonió el misterio de la Santísima Trinidad, porque recibió tres golpes, uno por cada Persona, y con los dedos de su mano señalaba el número tres, así el cristiano está llamado a dar testimonio de Dios, no como Dios Uno, sino como Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues son las Tres Personas Divinas, que poseen la misma Esencia y el mismo Ser divino, la misma majestad y la misma gloria y poder, las que disponen todo en la vida del cristiano para llevarlo al cielo, a la feliz eternidad.


[1] Cfr. Butler, Vida de los Santos, Vol. IV.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Sólo la potencia infinita del Amor divino que late en Sagrado Corazón da las fuerzas necesarias para ser víctima de amor



Toda devoción, a Jesús, a la Virgen, a algún santo, se caracteriza por una particularidad. ¿Cuál es la particularidad del devoto del Sagrado Corazón?

Lo dice el mismo Jesús: “Busco una víctima para Mi Corazón, que quiera sacrificarse como hostia de inmolación en el cumplimiento de Mis Designios”.

Es decir, el devoto del Sagrado Corazón debe ofrecerse en sacrificio, como víctima de amor, para que se cumplan los designios divinos de salvación de las almas.

En qué consista este ser “víctima de amor”, nos lo dice también el mismo Jesús, a través de Santa Margarita: “Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado por los hombres en el Santísimo Sacramento, que esta sed Me consume y no hallo a nadie que se esfuerce según Mi Deseo en apagármela, correspondiendo de alguna manera a Mi Amor”.

Ser víctima de amor del Sagrado Corazón quiere decir entonces amar al Sagrado Corazón, como modo de corresponder al Amor divino que arde en Él, y el modo de amarlo es por medio de la adoración eucarística y las obras de misericordia, corporales y espirituales, para con los más necesitados, porque según San Juan, miente quien dice que ama a Dios, a quien no ve, sino ama a su prójimo, a quien ve: “El que dice: “yo amo a Dios”, pero odia a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, y no amar a su hermano, a quien ve? Él mismo nos ordenó: El que ame a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4, 19-21).

El devoto del Sagrado Corazón, llamado a ser víctima de amor, repara, con su amor al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, por las frialdades, indiferencias e ingratitudes con los cuales este Corazón divino es ofendido continuamente, día y noche, no ya por los paganos, sino por aquellos que han sido adoptados como hijos de Dios por el bautismo: “…lo que más Me dolió de todo cuanto sufrí en Mi Pasión (…) fueron las frialdades, desaires e ingratitudes”.

Pero la fuerza del amor necesaria para ser víctima de amor del Sagrado Corazón, no está en el corazón humano, pues el corazón humano, por más noble que sea, posee un amor limitado y muy imperfecto. Para ser víctima de amor del Sagrado Corazón, se necesita un Amor con potencia infinita, y ese Amor sólo se encuentra en la Eucaristía, en donde late el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Dice así Santa Margarita, refiriéndose al pedido de Jesús de ser víctima de amor: “Y como yo le manifestase mi impotencia, me respondió: “Toma, ahí tienes con qué suplir todo cuanto te falta”. Y al mismo tiempo se abrió aquel Divino Corazón y salió de Él una Llama tan ardiente que creí ser consumida, pues quedé toda penetrada por ella y ya no podía soportarla, cuando le rogué que tuviera compasión de mi flaqueza”.

Sólo la potencia infinita del Amor divino que late en el Sagrado Corazón da las fuerzas necesarias para ser víctima de amor.

martes, 1 de noviembre de 2011

La Cruz y la Eucaristía, causa de la felicidad eterna de los Santos



Para celebrar a los habitantes del cielo, a sus miembros que ya gozan eternamente de la visión de Dios Uno y Trino, la Iglesia escoge el Evangelio de las Bienaventuranzas, y no por casualidad, sino porque las Bienaventuranzas son las que conducen directamente al cielo, a la unión en la eternidad con Dios Uno y Trino.

El santo es aquel que en la tierra vivió las Bienaventuranzas, porque siguió a Cristo camino de la cruz, y la cruz es la Bienaventuranza que las resume a todas: Cristo en la cruz tiene alma de pobre, porque nada material tiene, y porque necesita a Dios; sufre la aflicción y la pena que le causa ver a la humanidad extraviada en el pecado y en la rebelión a Dios; es paciente, porque sufre con infinita paciencia todos y cada uno de los dolores de todos los hombres; tiene hambre y sed de justicia, porque su sacrificio restaura la majestad divina, mancillada por la malicia del hombre; es misericordioso, porque solo lo mueve su infinita misericordia; es puro, porque es el Cordero de Dios, Tres veces Santo, es pacífico, porque con su Cuerpo crucificado derriba el muro de odio que separa a los hombres y les da la paz de Dios; es perseguido por practicar la justicia, por hacer justicia al Nombre de Dios, para que el nombre de Dios sea alabado y ensalzado de un confín a otro de la tierra.

La Iglesia celebra a quienes siguieron a Cristo con la cruz a cuestas, hasta el Calvario, y murieron a sí mismos, para resucitar a la vida eterna.

La cruz entonces es la causa de la felicidad de la que ahora gozan los santos por la eternidad, y por este motivo los devotos de los santos deben pedirles su intercesión, ante todo, no para “pasarla bien” en este mundo, sino para convertir el corazón y así, con el corazón convertido, contrito y humillado, tomar la cruz de cada día y seguirlo camino del Calvario.

Pero hay otra causa de Bienaventuranza, o sea, de felicidad eterna, que también resume en sí a todas, y es proclamada por la Iglesia en la Santa Misa: “Felices –es decir, dichosos, bienaventurados- los invitados a la cena del Señor”. La Eucaristía, al igual que la cruz, es causa de bienaventuranza, de felicidad y de alegría eterna, y si los santos son bienaventurados ahora y por la eternidad, es porque dieron sus vidas por la Eucaristía.

También debemos pedirle, al santo de nuestra devoción, esta gracia.