Si
bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y
esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia,
estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José
era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero
no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo
de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden
entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su
trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino
una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San
José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios.
Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete
Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las
siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de
los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento
humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.
Cuarto
Dolor: San José
experimenta el Cuarto Dolor al ingresar al Templo, acompañando a María
Santísima, que lleva a su Niño Dios en brazos, para ofrendarlo al Señor, tal
como prescribía la Ley para los primogénitos. Llevado por el Espíritu Santo al
Templo, el anciano Simeón, al ver entrar a la Sagrada Familia, es iluminado por
el Espíritu de Dios que lo inhabita y así reconoce en ese niño a Dios hecho
Niño, que ha venido a este mundo para salvarlo, redimirlo y conducirlo a la
Casa del Padre. Pero Simeón también recibe la gracia de saber que el Mesías
habrá de padecer mucho y morir en cruz para la salvación de los hombres, y que Él
será la causa de la exaltación de quienes se unan a su sacrificio en cruz, o de
la caída para quienes lo rechacen. Simeón ve también, por inspiración divina,
cuánto habrá de sufrir María Santísima, la Madre de Dios Niño, porque Ella será
hecha partícipe en su espíritu de los dolores acerbos de su Hijo en la Pasión,
y es esto lo que Simeón profetiza cuando, sosteniendo al Niño en brazos y
contemplando a María, le dice: “Y a ti, una espada de dolor te atravesará el
corazón”. Puesto que San José está unido a María Santísima en desposorios
castos, porque el Amor que los une es el Amor de Dios, y en virtud de esta
unión mística y sobrenatural que con su Esposa legal tiene, San José
experimenta también como si su corazón fuera atravesado por una espada de
dolor, porque comparte los dolores de María Santísima. Así, San José experimenta
el dolor de saber que su Hijo habrá de padecer cruel muerte de cruz a manos de
los hombres, para conseguir, con su Sangre derramada, la eterna salvación para
las almas que lo acepten como su Salvador.
Cuarto
Gozo: San José experimenta el
Cuarto Gozo cuando escucha de Simeón la predicción de la salvación y
resurrección gloriosa de innumerables almas, que serán salvadas por el
sacrificio de su Hijo adoptivo, y este gozo compensa el dolor anterior, causado
por la profecía de su muerte redentora. San José se alegra porque puede ver, a
la luz del Espíritu de Dios, cómo el dolor –aún el más grande para un padre,
como la muerte de un hijo-, ofrecido en mansedumbre de corazón y en unión de fe
y de amor con el Hijo de Dios, se convierte en fuente de santificación personal
y de salvación para muchas almas, y esto hace aumentar aún más el Cuarto Gozo
de San José. San José se alegra porque con su Hijo Jesús, ni la muerte, ni el
dolor, ni el infierno, tienen ya más la última palabra sobre la humanidad,
porque su Hijo derrotará a estos grandes enemigos de los hombres, para abrir a
toda la humanidad las puertas del Reino de los cielos, al extender sus brazos
en la cruz. San José se alegra en su Cuarto Gozo, al vislumbrar la multitud
incontable de almas que se salvarán gracias al sacrificio redentor de su Hijo
adoptivo, Cristo Jesús.
Oh glorioso patriarca San José, por
el dolor mortal que experimentaste en tu corazón al conocer la profecía de
Simeón acerca de los dolores de Jesús y por la alegría sin fin que inundó tu
preciosísima alma, llena del Espíritu Santo, al saber que por el dolor de tu
Hijo serían salvadas incontables almas, te pedimos que intercedas para que, por
los méritos de Jesús y la intercesión de la bienaventurada Virgen María, luego
de llevar una vida santa, seamos incorporados al coro de los bienaventurados en
la Jerusalén celestial. Amén.
Padrenuestro, Ave María, Gloria.
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