Si
bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y
esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia,
estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José
era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero
no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo
de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden
entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su
trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino
una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San
José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios.
Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete
Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las
siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de
los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento
humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.
Séptimo
Dolor: San José experimenta el
Séptimo Dolor cuando, habiendo acudido a Jerusalén junto con María y Jesús
Niño, de doce años, tanto José como María, emprenden el regreso en puntos
distantes de la caravana, pensando cada uno que el Niño está con el otro,
cuando en realidad no estaba con ninguno, puesto que se encontraba en el
Templo, iluminando con su Divina Sabiduría a los Doctores sedientos de la misma. San
José sufre –también sufre María Santísima- porque, sin culpa, ambos pierden de
vista al Niño, comenzando una búsqueda angustiosa que durará tres días, hasta
que finalmente lo encuentren donde siempre estuvo, en el Templo. Y cuando encuentran a Jesús, el Niño le dice a su Madre amantísima que Él “debía ocuparse de los
asuntos de su Padre Dios” (cfr. Lc 20, 40-52), siendo esa la razón por la cual dejó por un breve
tiempo su familia terrena. En su búsqueda de tres días a Jesús a quien creía
perdido, San José nos enseña, junto a María, que cuando perdamos de vista a
Jesús –por culpa nuestra, porque si perdemos a Dios, es porque nos alejamos
culpablemente de su Presencia, no como José y María, que lo perdieron sin culpa
propia-, debemos buscarlo siempre, siempre, donde Él está, y donde Él estuvo
desde la Última Cena, y donde Él estará hasta el fin de los tiempos: en el
Templo, en el sagrario, en la Eucaristía, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma
y Divinidad, en la Hostia consagrada. Y Jesús está en la Hostia consagrada para darnos su luz, su Amor, su consuelo;
para tomar Él la cruz que nos agobia a veces; para transformar nuestras penas y
dolores en gozos y alegrías, por la fuerza de su cruz; para recordarnos que la
vida eterna se encuentra a sólo un paso y que Él nos espera en la cruz, con los
brazos abiertos, para llevarnos al Reino de los cielos.
Séptimo
Gozo: San José
experimenta el Séptimo Gozo y Alegría cuando encuentra a su Hijo Jesús en el
Templo, en medio de los Doctores. Así, San José nos enseña que la verdadera
alegría no está en las cosas del mundo, sino en la contemplación de Jesús
Eucaristía; San José nos enseña que la verdadera alegría del cristiano no está
en los bienes materiales, ni en el reconocimiento mundano, ni en la vanagloria
que los hombres se tributan unos a otros; San José nos enseña que el cristiano
se goza y se alegra en un único Amor: Jesús Eucaristía, Presente en Persona con
su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Hostia consagrada, Presente el
Templo, Presente en el sagrario; San José nos enseña que, si por culpa nuestra,
hemos perdido de vista a Jesús –como por ejemplo, un pecado mortal-,
encontraremos a Jesús en el Sacramento de la Penitencia y así Él nos devolverá
la Alegría de su Presencia en nosotros, convirtiendo nuestras almas y cuerpos
en templos de la Santísima Trinidad y nuestros corazones en otros tantos
sagrarios y tabernáculos en donde Él sea adorado, bendecido y exaltado en su
gloria divina.
Oh glorioso San José, modelo de
toda santidad, que habiendo perdido sin culpa vuestra al Niño Jesús, lo
buscaste junto a María Santísima durante tres días con profundo dolor, hasta
que, lleno de gozo, le hallasteis en el templo, en medio de los doctores; por este
dolor y este gozo, te suplico, desde lo más profundo de mi corazón, que
intercedas para que nunca jamás nos suceda el perder a Jesús por algún pecado mortal,
pero si por desgracia sucediera, haz que lo busquemos con tal dolor del
corazón, que no encontremos descanso hasta encontrarlo nuevamente, en el Sacramento
de la Penitencia y en la Eucaristía, para que viviendo en su gracia nuestra
vida terrena, vivamos en su Presencia, por la eternidad, en el Reino de los
cielos. Amén.
Padrenuestro, Ave María, Gloria.
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