Si
bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y
esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia,
estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José
era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero
no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo
de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden
entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su
trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino
una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San
José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios.
Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete
Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las
siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de
los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento
humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.
Sexto
Dolor: San José experimenta
este dolor en el regreso a Nazareth, el cual, advertido también por el ángel del Señor, debe
hacerlo por otro camino, debido a la presencia de los enemigos de su Hijo Jesús
personificados en el rey Arquelao, quien había sucedido a su padre Herodes (Mt
2, 22). Con la preocupación y la angustia de poner nuevamente a salvo a su
Hijo, San José condujo a la Sagrada Familia hacia Nazareth, porque el Niño “se había
de llamar Nazareno” (Mt 2, 23); cuando llegaron, se establecieron en su antigua y pobre casa, en donde finalmente vivieron en paz. Con este dolor y esta
tribulación, San José vive la Bienaventuranza que dice: “Bienaventurados seáis
cuando proscriban vuestro nombre a causa del Hijo de Dios” (Lc 6, 22);
también, puesto que en el corazón de San José no había lugar no solo para el
odio, sino ni siquiera para el más mínimo rencor, y porque estaba inhabitado
por el Espíritu Santo, San José amaba, en el Amor de su Hijo, a los enemigos de
Dios, y así nos enseña el Santo Patriarca a vivir el Mandamiento de la Caridad
de Jesús, que comprende, en primer lugar, a nuestros enemigos: “Amad a vuestros
enemigos” (Mt 5, 44).
Sexto
Gozo: San José experimenta el
Sexto Gozo, en medio de las tribulaciones, y este gozo y alegría le vienen
dados del cielo: San José se alegra porque regresa con su Hijo Dios a Nazareth
y porque si bien experimenta en carne propia la malicia de los hombres –Herodes
y Arquelao- que, aliados con el Príncipe de las tinieblas, buscan borrar el
Nombre de Dios de la mente y el corazón de los hombres, la contemplación de su
Hijo Dios lo colma de paz y serenidad, a lo que se le agrega el hecho de saber
que está siempre acompañado por el Ángel de Dios, que es quien le avisa acerca
de los peligros y le señala el camino seguro. Así, San José nos enseña cómo, en
la extrema persecución a causa de la fe, Dios no solo no abandona, sino que Dios
envía a sus ángeles para que nos protejan, pero sobre todo, está tan cercano a
nosotros, que la angustia por la persecución se convierte en alegría. San José,
que adoraba a su Hijo Dios hecho carne, nos enseña así a adorar a su Hijo, que
prolonga su Encarnación en la Eucaristía, convirtiéndose en Maestro de los
Adoradores Eucarísticos, y nos enseña también que -contrariamente a lo que
solemos hacer, que es dejar de lado la oración y la adoración eucarística
cuando hay una tribulación- la adoración eucarística es la fuente de nuestra
fortaleza espiritual, de nuestra paz y de nuestra alegría.
Oh glorioso Patriarca San José, por
la tribulación que experimentaste al temer por la vida de tu Hijo Dios a causa
del rey Arquelao y por el gozo que inundó tu corazón por la compañía del ángel
de Dios y por la adoración que ofrecías a Dios hecho carne, te suplicamos que
intercedas por nosotros, oh sublime Maestro de Adoración a Jesús, para que,
acompañados por nuestros ángeles de la guarda, seamos capaces de dar a tu
Hijo Presente en la Eucaristía, el mismo amor y la misma adoración con que tú lo amabas y adorabas en tu tribulación. Amén.
Padrenuestro,
Ave y Gloria.
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