Si
bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y
esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia,
estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José
era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero
no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo
de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden
entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su
trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino
una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San
José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios.
Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete
Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las
siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de
los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento
humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.
Quinto Dolor: San José experimentó su Quinto Dolor al ejercer su
rol de Padre adoptivo del Hijo de Dios, encomendado por Dios Padre desde la
eternidad: San José sufrió, como sufre todo padre terreno, cuando debe salir
del hogar para ir en busca de trabajo y aunque la Divina Providencia siempre lo
asistió, de modo que por su trabajo como carpintero y por su dedicación
paternal la Sagrada Familia nunca pasó ninguna necesidad material, hubo también
momentos, como los hay en toda familia, en donde la incertidumbre por la
economía y el trabajo se hacían sentir en el ánimo de San José, sufriendo el
Santo Patriarca la pena de no tener el sustento necesario para el Rey y Reina
de los cielos. Parte importante de este dolor fue el trabajo de San José en
disponer a toda la Familia de Nazareth para huir en dirección a Egipto para
poner a salvo a su Hijo Jesús, pues según le había advertido el ángel en
sueños, el rey Herodes, celoso por la reyecía de Jesús, quería darle muerte,
sin importarle que fuera un niño de poco tiempo de nacido: “El Ángel del Señor
se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre,
huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a
buscar al niño para matarlo” (Mt 2,
13-23). Así se cumplió la Escritura que decía: “Desde Egipto llamé a mi Hijo” (Os 11, 1). San José, como jefe de
familia, se puso manos a la obra, disponiendo todo para la huida, de manera de
hacerles más liviano y llevadero el peligroso viaje que debían emprender, para
ponerse a salvo de quienes querían asesinar al Niño. También sufre San José
porque en la Sagrada Familia de Nazareth, que huye de sus enemigos debido a que
esta Familia Santa lleva en su seno al Hijo de Dios, están representados todos
los cristianos de todos los tiempos, que deberán abandonar precipitadamente sus
hogares, sus patrias, sus pertenencias, a causa de la persecución que sufrirán
por parte de los enemigos de la Santa Fe Católica. Sufre San José su Quinto
Dolor, y llora en silencio, ofreciendo con mansedumbre su dolor al buen Dios.San
José sufre, no solo por la suerte de su pequeño Hijito que, aun siendo Dios, está
inerme y desprotegido, además de estar amenazado de muerte, y no sufre sólo porque
la Madre del Niño y Esposa suya legal, debía abandonar su casa en Nazareth para
poner a salvo a su Niño: San José sufre porque en el Niño neonato, perseguido y
amenazado de muerte, están representados los Santos Mártires Inocentes, que morirán
por causa de su Nombre cuando Herodes envíe a sus esbirros, buscando entre
ellos al Hijo de Dios, sino que también están representados los cientos de
millones de niños que, a lo largo de la historia de la humanidad, sufrirán
muerte cruenta por medio del abominable crimen del aborto y por eso San José,
mientras hace los preparativos para la fuga, llora en silencio y ofrece a su
Hijo Dios su dolor.
Quinto
Gozo: San José experimenta el
Quinto Gozo porque en medio de las tribulaciones que significaban la huida a
Egipto; la amenaza de muerte por parte de Herodes a su Niño Dios; el peligro de
la travesía; el dirigirse a una tierra desconocida, como Egipto, en donde
abundaban los ídolos, San José, sin embargo, tenía un gran consuelo, en medio
de tanta pena, zozobra y dolor, y su consuelo era contemplar a su Niño y en su
Niño, el rostro de Dios. San José sabía, por experiencia directa, que si bien
Dios era invisible, ahora, por la Encarnación, se había hecho visible y es así
como podía ver el Rostro de Dios en el Rostro de su Niño; sabía que Dios era
Espíritu Puro, pero ahora, por la Encarnación, Dios Hijo se había encarnado, se
había hecho Carne, y es por eso que cada vez que abrazaba y besaba a su Hijo,
abrazaba y besaba a su Dios, el Dios que lo había creado, y que ahora, por la
Encarnación, lo redimía y lo santificaba. La alegría que experimentaba San
José, en la contemplación de Dios Hijo Encarnado, Jesucristo, compensaba todos
los dolores, angustias, zozobras y tribulaciones que experimentaba por la Huida
y a esta alegría se le añadía el ver cómo los ídolos de Egipto –en quienes está
representados los ídolos de todas las naciones-, caían, uno tras otro, ante la
Llegada del Único Dios Verdadero, Cristo Jesús. Así, San José nos enseña a
confiar en Jesucristo y a acudir a Él, tanto más, cuanto más atribulados
estemos, con la seguridad de que hallaremos consuelo en Él, que no nos abandona
en ningún momento, aun cuando todo el mundo –incluidos los ángeles caídos- se
vuelven en contra nuestra.
Oh santo custodio y vigilante de la
Sagrada Familia de Nazareth, glorioso San José, por las tribulaciones que sufriste
en tu tarea de procurar el alimento cotidiano al Hijo de Dios y sobre todo, en
la Huida a Egipto, y por el gozo y la alegría que experimentaste al contemplar
el Rostro de Dios en el rostro de tu Niño, te suplicamos por las familias que sufren dificultades y zozobras económicas, por las que son perseguidas por la fe y, sobre todo, por los niños por nacer, principalmente
por los que serán abortados, para que sean llevados ante la Presencia del Dios
Altísimo y adoren al Cordero por los siglos sin fin. Amén.
Padrenuestro,
Ave y Gloria.
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