San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 11 de marzo de 2016

Los siete dolores y gozos de San José - Primer Dolor y Primer Gozo


Si bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia, estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios. Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.

         Primer Dolor: el Primer Dolor sufrido por San José, se produce antes de comenzar a vivir con María, su esposa legal: al llevarse a cabo la Encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, María Santísima quedó encinta aún antes de convivir con quien ya era su esposo legal, por lo que el Santo experimentó angustia y aflicción, porque si bien nada malo pensaba de María, se encontraba perplejo ante la disyuntiva de abandonar o no a María Virgen. María estaba encinta, pero el Niño que se alojaba en su vientre no tenía un padre biológico, porque su padre no era un hombre, sino Dios Padre, al ser el Niño la Palabra Eterna del Padre que se encarnaba, por obra del Espíritu Santo, el Amor de Dios, en el seno purísimo de María para cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección. A su vez, María Santísima, por la Encarnación, se convirtió en la Madre de Dios, que alojaba en su seno virginal y en su útero corporal a Dios Hijo, la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, y esto sin perder su virginidad, porque la Concepción de su Hijo fue Inmaculada, desde el momento en que Quien la realizó fue el Espíritu Santo, el Divino Amor. Pero esto no lo sabía San José, por lo que, al enterarse de que su Esposa legal estaba embarazada, sintió un vivo dolor al enfrentarse a la decisión de si abandonar o no a su Esposa, lo cual la haría víctima del repudio público, como se acostumbraba en la época.

         Primer Gozo: el Primer Gozo de San José lo experimentó cuando, por medio de sueños, el Arcángel le reveló el sublime misterio encerrado en el seno virginal de María: “(…) mientras pensaba en esto, se le apareció en sueños un ángel del Señor, diciendo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque el Niño que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). El Ángel le revela el origen celestial y divino del fruto de la concepción de María, quitando de raíz cualquier concepción terrena y por lo tanto derribando cualquier duda acerca de la fidelidad de María Santísima. San José experimenta no solo alivio –“no temas”, le dice el ángel-, sino un gran gozo, tanto por ver confirmada su presunción acerca de la inocencia de su Esposa, de la cual nunca dudó –aunque no sabía cómo explicar el hecho-, sino porque al mismo tiempo, si María era la Madre de Dios porque el Hijo engendrado en Ella había sido concebido por el Espíritu Santo, entonces él era el Padre Adoptivo del Hijo de Dios, a quien Dios Padre le había confiado nada menos que representarlo en la tierra en aquella tarea que Él ejercía desde toda la eternidad, esto es, la paternidad. No podía experimentar un gozo más grande San José, que el saber que Dios Padre le había confiado la tarea de ser el Padre Adoptivo de Dios Hijo, continuando su tarea desarrollada por la eternidad, la de ser Padre, aunque San José tenía un agregado: debía ser el Padre Adoptivo de Dios Hijo Encarnado, es decir, de Dios Hijo que había asumido una condición que no tenía en la eternidad, y que era el poseer una naturaleza humana, que debía crecer y desarrollarse desde su estadio de embrión, y él, San José, era el encargado de cuidarlo y educarlo en el proceso de crecimiento propio de la naturaleza humana. El primer gozo de San José fue el saber que María era la Madre de Dios y que su Hijo era el Hijo de Dios y que él había sido elegido por Dios Padre para reemplazarlo en la tierra en su tarea paterna.

         Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, por el dolor y la aflicción que experimentaste frente a la posibilidad de abandonar a vuestra Amada Esposa Inmaculada y por la alegría que llenó tu castísimo corazón al revelarte el ángel el sublime misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, te suplicamos que consueles nuestros corazones en las tribulaciones de la vida presente, para que vislumbrando la vida eterna que nos concedió tu Hijo adoptivo, vivamos serenos y alegres hasta el día en que, por la Misericordia de Jesús, merezcamos ser llevados al Reino de los cielos. Amén.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

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