San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 23 de agosto de 2016

Santa Rosa de Lima


La Iglesia celebra a Santa Rosa de Lima, nacida en Perú en el año 1586. Desde muy temprana edad, se caracterizó por una virtuosa vida de piedad, penitencia y contemplación mística. Murió el 24 de agosto del año 1617, vistiendo el hábito de la tercera Orden de Santo Domingo. En Santa Rosa se cumple a la perfección la condición del cristiano de “vivir en el mundo, sin ser del mundo”, porque aun siendo laica y no religiosa, no solo vivió apartada del mundo y de todo lo mundano, entendido como lo que se opone a Dios, sino que, consagrándose por amor a Cristo en la penitencia, austeridad y virginidad, se constituyó en un testigo viviente de la vida futura, caracterizada por el desposorio místico del alma con el Cordero de Dios, Cristo Jesús. Con su vida laical consagrada, Santa Rosa renunció al amor terreno, pero no porque fuera incapaz de amar, sino porque eligió un amor esponsal infinitamente más grande, puro y casto, que el amor esponsal terreno, la unión esponsal mística con el Cordero de Dios, Cristo Jesús. Con este amor esponsal y místico ardiendo en su corazón, Santa Rosa no solo obtuvo, como todos los santos, una brillante victoria sobre la carne y la sangre[1], sino que ahora se alegra en la gloria eterna, porque en ella triunfó el purísimo y celestial Amor de Dios.
Al despreciar, por amor a Cristo, los placeres terrenos, Santa Rosa se hizo merecedora de los torrentes de delicias celestiales que brotan del Corazón traspasado del Cordero, y es tal la intensidad de este amor del que ahora goza por la eternidad Santa Rosa, que las aguas torrenciales no lo podrían apagar, y como es más valioso que el oro y la plata, no bastarían todas las riquezas para comprarlo, como dice el Cantar de los cantares: “Las aguas torrenciales no podrían apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable” (Ct 8, 7). Santa Rosa es una de las vírgenes prudentes y sabias del Evangelio que salen al encuentro de Cristo Esposo, al haber guardado en sus corazones el aceite de la fidelidad y la caridad que concede la gracia santificante.
Pero además de enseñarnos el camino de la santidad por medio de la virginidad consagrada, que con su amor esponsal al Cordero anticipa la vida futura en el Reino de Dios, Santa Rosa, al igual que quienes consagran su virginidad, es manifestación, en el tiempo y en la historia humana, de la Iglesia, que como Esposa Mística del Cordero, es “sin mancha ni arruga, siempre santa e inmaculada”[2].
Al recordarla en su día, le pedimos que interceda para que, al igual que ella, conservemos siempre la pureza del cuerpo y la integridad de la fe, y vivamos siempre alimentados por el Amor del Cordero, Jesús Eucaristía.




[1] Cfr. Liturgia de las Horas, Laudes.
[2] Cfr. ibidem.

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