La
Iglesia celebra a Santa Rosa de Lima, nacida en Perú en el año 1586. Desde muy
temprana edad, se caracterizó por una virtuosa vida de piedad, penitencia y
contemplación mística. Murió el 24 de agosto del año 1617, vistiendo el hábito
de la tercera Orden de Santo Domingo. En Santa Rosa se cumple a la perfección
la condición del cristiano de “vivir en el mundo, sin ser del mundo”, porque
aun siendo laica y no religiosa, no solo vivió apartada del mundo y de todo lo
mundano, entendido como lo que se opone a Dios, sino que, consagrándose por
amor a Cristo en la penitencia, austeridad y virginidad, se constituyó en un
testigo viviente de la vida futura, caracterizada por el desposorio místico del
alma con el Cordero de Dios, Cristo Jesús. Con su vida laical consagrada, Santa
Rosa renunció al amor terreno, pero no porque fuera incapaz de amar, sino
porque eligió un amor esponsal infinitamente más grande, puro y casto, que el
amor esponsal terreno, la unión esponsal mística con el Cordero de Dios, Cristo
Jesús. Con este amor esponsal y místico ardiendo en su corazón, Santa Rosa no
solo obtuvo, como todos los santos, una brillante victoria sobre la carne y la
sangre[1],
sino que ahora se alegra en la gloria eterna, porque en ella triunfó el
purísimo y celestial Amor de Dios.
Al
despreciar, por amor a Cristo, los placeres terrenos, Santa Rosa se hizo
merecedora de los torrentes de delicias celestiales que brotan del Corazón
traspasado del Cordero, y es tal la intensidad de este amor del que ahora goza
por la eternidad Santa Rosa, que las aguas torrenciales no lo podrían apagar, y
como es más valioso que el oro y la plata, no bastarían todas las riquezas para
comprarlo, como dice el Cantar de los cantares: “Las aguas torrenciales no
podrían apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el
amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable” (Ct 8, 7). Santa Rosa es una de las
vírgenes prudentes y sabias del Evangelio que salen al encuentro de Cristo
Esposo, al haber guardado en sus corazones el aceite de la fidelidad y la
caridad que concede la gracia santificante.
Pero
además de enseñarnos el camino de la santidad por medio de la virginidad
consagrada, que con su amor esponsal al Cordero anticipa la vida futura en el
Reino de Dios, Santa Rosa, al igual que quienes consagran su virginidad, es manifestación,
en el tiempo y en la historia humana, de la Iglesia, que como Esposa Mística
del Cordero, es “sin mancha ni arruga, siempre santa e inmaculada”[2].
Al
recordarla en su día, le pedimos que interceda para que, al igual que ella,
conservemos siempre la pureza del cuerpo y la integridad de la fe, y vivamos
siempre alimentados por el Amor del Cordero, Jesús Eucaristía.
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