San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 20 de agosto de 2016

San Bernardo de Claraval y la devoción a María Santísima


         San Bernardo de Claraval tenía un gran amor y una gran devoción a María Santísima, y en uno de sus sermones, la llama “Casa de la Divina Sabiduría” [1]. Dice San Bernardo que la Sabiduría que construyó para sí su casa, es la Sabiduría de Dios, Cristo Jesús, y no la sabiduría del mundo, porque en la sabiduría mundana nada hay que agrada a Dios: “1. Como hay varias sabidurías, debemos buscar qué sabiduría edificó para sí la casa. Hay una sabiduría de la carne, que es enemiga de Dios, y una sabiduría de este mundo, que es insensatez ante Dios. Estas dos, según el apóstol Santiago, son terrenas, animales y diabólicas. Según estas sabidurías, se llaman sabios los que hacen el mal y no saben hacer el bien, los cuales se pierden y se condenan en su misma sabiduría, como está escrito: Sorprenderé a los sabios en su astucia; Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudente. Y, ciertamente, me parece que a tales sabios se adapta digna y competentemente el dicho de Salomón: Vi una malicia debajo del sol: el hombre que se cree ante sí ser sabio. Ninguna de estas sabidurías, ya sea la de la carne, ya la del mundo, edifica, más bien destruyen cualquiera casa en que habiten. Pero hay otra sabiduría que viene de arriba; la cual primero es pudorosa, después pacífica. Es Cristo, Virtud y Sabiduría de Dios, de quien dice el Apóstol: Al cual nos ha dado Dios como sabiduría y justicia, santificación y redención”.
Luego dice San Bernardo que esa Sabiduría, vino a nuestro mundo y se construyó su casa –la Virgen-, en donde talló “siete columnas”, simbolizando con este número la fe en las Tres Divinas Personas que en la Virgen inhabitaban, y las cuatro principales virtudes, que radicaban en la Virgen en grado perfectísimo, solo superada por su Hijo Dios: “2. Así, pues, esta sabiduría, que era de Dios, vino a nosotros del seno del Padre y edificó para sí una casa, es a saber, a María virgen, su madre, en la que talló siete columnas. ¿Qué significa tallar en ella siete columnas sino hacer de ella una digna morada con la fe y las buenas obras? Ciertamente, el número ternario pertenece a la fe en la santa Trinidad, y el cuaternario, a las cuatro principales virtudes. Que estuvo la Santísima Trinidad en María (me refiero a la presencia de la majestad), en la que sólo el Hijo estaba por la asunción de la humanidad, lo atestigua el mensajero celestial, quien, abriendo los misterios ocultos, dice: "Dios, te salve, llena de gracia, el Señor es contigo"; y en seguida: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra". He ahí que tienes al Señor, que tienes la virtud del Altísimo, que tienes al Espíritu Santo, que tienes al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ni puede estar el Padre sin el Hijo o el Hijo sin el Padre o sin los dos el que procede de ambos, el Espíritu Santo, según lo dice el mismo Hijo: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". Y otra vez: "El Padre, que permanece en mí, ése hace los milagros". Es claro, pues, que en el corazón de la Virgen estuvo la fe en la Santísima Trinidad”.
Continúa San Bernardo afirmando que la Virgen poseyó estas cuatro virtudes, no de una manera endeble, sino con la firmeza inconmovible de las columnas bien cimentadas y que estas virtudes fueron: fortaleza, templanza, prudente y justa; por la fortaleza, aplastó la cabeza de la serpiente; por la templanza, no se ensoberbeció cuando recibió la noticia de que habría de ser la Madre de Dios; por la prudencia, y sin dudar de la Palabra de Dios, preguntó al Ángel cómo habría de suceder que Ella, siendo Virgen y sin conocer varón, concibiera al Hijo de Dios; por la justicia, por último, se auto-proclama “sierva del Señor”, siendo Ella la Virgen y Madre, porque es justo que los buenos y santos, como la Virgen, que es buena y santa en grado que supera infinitamente a los ángeles y los santos, sean siervos de Dios. “3. Que poseyó las cuatro principales virtudes como cuatro columnas, debemos investigarlo. Primero veamos si tuvo la fortaleza. ¿Cómo pudo estar lejos esta virtud de aquella que, relegadas las pompas seculares y despreciados los deleites de la carne, se propuso vivir sólo para Dios virginalmente? Si no me engaño, ésta es la virgen de la que se lee en Salomón: ¿Quién encontrará a la mujer fuerte? Ciertamente, su precio es de los últimos confines. La cual fue tan valerosa, que aplastó la cabeza de aquella serpiente a la que dijo el Señor: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, tu descendencia y su descendencia; ella aplastará tu cabeza"  Que fue templada, prudente y justa, lo comprobamos con luz más clara en la alocución del ángel y en la respuesta de ella. Habiendo saludado tan honrosamente el ángel diciéndole: "Dios te salve, llena de gracia", no se ensoberbeció por ser bendita con un singular privilegio de la gracia, sino que calló y pensó dentro de sí qué sería este insólito saludo. ¿Qué otra cosa brilla en esto sino la templanza? Mas cuando el mismo ángel la ilustraba sobre los misterios celestiales, preguntó diligentemente cómo concebiría y daría a luz la que no conocía varón; y en esto, sin duda ninguna, fue prudente. Da una señal de justicia cuando se confiesa esclava del Señor. Que la confesión es de los justos, lo atestigua el que dice: Con todo eso, los Justos confesarán tu nombre y los rectos habitarán en tu presencia. Y en otra parte se dice de los mismos: Y diréis en la confesión: Todas las obras del Señor son muy buenas”.
Por último, dice San Bernardo que por las tres columnas de la fe y las cuatro de las virtudes, la Divina Sabiduría construyó una casa para sí, que consideró digna de ser su morada, colmando esta Sabiduría de sí misma a la mente de la Virgen y fecundando su carne: “4. Fue, pues, la bienaventurada Virgen María fuerte en el propósito, templada en el silencio, prudente en la interrogación, justa en la confesión. Por tanto, con estas cuatro columnas y las tres predichas de la fe construyó en ella la Sabiduría celestial una casa para sí. La cual Sabiduría de tal modo llenó la mente, que de su Plenitud se fecundó la carne, y con ella cubrió la Virgen, mediante una gracia singular, a la misma sabiduría, que antes había concebido en la mente pura”.
Y en cuanto a nosotros, dice San Bernardo, que somos hijos de María, Casa de la Divina Sabiduría, también debemos aspirar a ser casas en donde more la Sabiduría de Dios, para lo cual debemos imitar a la Virgen en su fe trinitaria y en la práctica de sus celestiales virtudes: “También nosotros, si queremos ser hechos casa de esta sabiduría, debemos tallar en nosotros las mismas siete columnas, esto es, nos debemos preparar para ella con la fe y las costumbres. Por lo que se refiere a las costumbres, pienso que basta la justicia, mas rodeada de las demás virtudes. Así, pues, para que el error no engañe a la ignorancia, haya una previa prudencia; haya también templanza y fortaleza para que no caiga ladeándose a la derecha o a la izquierda”. ¿Y cuándo debemos hacer esto? En todo momento, pero sobre todo, al momento de imitar a la Virgen en el saludo del Ángel, es decir, en la Encarnación del Verbo, y esto sucede para nosotros cuando recibimos la Sagrada Comunión, porque es allí que debemos recibir al Verbo de Dios, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, con una mente sapientísima, como la de la Virgen; con un corazón lleno de la gracia y el amor de Dios, como el de la Virgen, y con un cuerpo casto y puro, como el de la Virgen. Así, imitaremos, en la medida de nuestras posibilidades y ayudados por la gracia, a la Virgen, Casa de la Sabiduría, al recibir a la Sabiduría Encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, Cristo Jesús.



[1] http://www.corazones.org/santos/bernardo_claraval.htm#DE LA CASA DE LA DIVINA SABIDURIA,

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