San Bernardo de Claraval tenía un gran amor y una gran
devoción a María Santísima, y en uno de sus sermones, la llama “Casa de la
Divina Sabiduría” [1].
Dice San Bernardo que la Sabiduría que construyó para sí su casa, es la
Sabiduría de Dios, Cristo Jesús, y no la sabiduría del mundo, porque en la
sabiduría mundana nada hay que agrada a Dios: “1. Como hay varias sabidurías,
debemos buscar qué sabiduría edificó para sí la casa. Hay una sabiduría de la
carne, que es enemiga de Dios, y una sabiduría de este mundo, que es insensatez
ante Dios. Estas dos, según el apóstol Santiago, son terrenas, animales y
diabólicas. Según estas sabidurías, se llaman sabios los que hacen el mal y no
saben hacer el bien, los cuales se pierden y se condenan en su misma sabiduría,
como está escrito: Sorprenderé a los sabios en su astucia; Perderé la sabiduría
de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudente. Y, ciertamente, me
parece que a tales sabios se adapta digna y competentemente el dicho de
Salomón: Vi una malicia debajo del sol: el hombre que se cree ante sí ser
sabio. Ninguna de estas sabidurías, ya sea la de la carne, ya la del mundo,
edifica, más bien destruyen cualquiera casa en que habiten. Pero hay otra
sabiduría que viene de arriba; la cual primero es pudorosa, después pacífica.
Es Cristo, Virtud y Sabiduría de Dios, de quien dice el Apóstol: Al cual nos ha
dado Dios como sabiduría y justicia, santificación y redención”.
Luego
dice San Bernardo que esa Sabiduría, vino a nuestro mundo y se construyó su
casa –la Virgen-, en donde talló “siete columnas”, simbolizando con este número
la fe en las Tres Divinas Personas que en la Virgen inhabitaban, y las cuatro
principales virtudes, que radicaban en la Virgen en grado perfectísimo, solo
superada por su Hijo Dios: “2. Así, pues, esta sabiduría, que era de Dios, vino
a nosotros del seno del Padre y edificó para sí una casa, es a saber, a María
virgen, su madre, en la que talló siete columnas. ¿Qué significa tallar en ella
siete columnas sino hacer de ella una digna morada con la fe y las buenas
obras? Ciertamente, el número ternario pertenece a la fe en la santa Trinidad,
y el cuaternario, a las cuatro principales virtudes. Que estuvo la Santísima
Trinidad en María (me refiero a la presencia de la majestad), en la que sólo el
Hijo estaba por la asunción de la humanidad, lo atestigua el mensajero
celestial, quien, abriendo los misterios ocultos, dice: "Dios, te salve,
llena de gracia, el Señor es contigo"; y en seguida: "El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra". He ahí
que tienes al Señor, que tienes la virtud del Altísimo, que tienes al Espíritu
Santo, que tienes al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ni puede estar el
Padre sin el Hijo o el Hijo sin el Padre o sin los dos el que procede de ambos,
el Espíritu Santo, según lo dice el mismo Hijo: "Yo estoy en el Padre y el
Padre está en mí". Y otra vez: "El Padre, que permanece en mí, ése
hace los milagros". Es claro, pues, que en el corazón de la Virgen estuvo
la fe en la Santísima Trinidad”.
Continúa
San Bernardo afirmando que la Virgen poseyó estas cuatro virtudes, no de una
manera endeble, sino con la firmeza inconmovible de las columnas bien
cimentadas y que estas virtudes fueron: fortaleza, templanza, prudente y justa;
por la fortaleza, aplastó la cabeza de la serpiente; por la templanza, no se
ensoberbeció cuando recibió la noticia de que habría de ser la Madre de Dios;
por la prudencia, y sin dudar de la Palabra de Dios, preguntó al Ángel cómo
habría de suceder que Ella, siendo Virgen y sin conocer varón, concibiera al Hijo
de Dios; por la justicia, por último, se auto-proclama “sierva del Señor”,
siendo Ella la Virgen y Madre, porque es justo que los buenos y santos, como la
Virgen, que es buena y santa en grado que supera infinitamente a los ángeles y
los santos, sean siervos de Dios. “3. Que poseyó las cuatro principales
virtudes como cuatro columnas, debemos investigarlo. Primero veamos si tuvo la
fortaleza. ¿Cómo pudo estar lejos esta virtud de aquella que, relegadas las
pompas seculares y despreciados los deleites de la carne, se propuso vivir sólo
para Dios virginalmente? Si no me engaño, ésta es la virgen de la que se lee en
Salomón: ¿Quién encontrará a la mujer fuerte? Ciertamente, su precio es de los
últimos confines. La cual fue tan valerosa, que aplastó la cabeza de aquella
serpiente a la que dijo el Señor: "Pondré enemistad entre ti y la mujer,
tu descendencia y su descendencia; ella aplastará tu cabeza" Que fue templada, prudente y justa, lo
comprobamos con luz más clara en la alocución del ángel y en la respuesta de
ella. Habiendo saludado tan honrosamente el ángel diciéndole: "Dios te
salve, llena de gracia", no se ensoberbeció por ser bendita con un
singular privilegio de la gracia, sino que calló y pensó dentro de sí qué sería
este insólito saludo. ¿Qué otra cosa brilla en esto sino la templanza? Mas
cuando el mismo ángel la ilustraba sobre los misterios celestiales, preguntó
diligentemente cómo concebiría y daría a luz la que no conocía varón; y en
esto, sin duda ninguna, fue prudente. Da una señal de justicia cuando se
confiesa esclava del Señor. Que la confesión es de los justos, lo atestigua el
que dice: Con todo eso, los Justos confesarán tu nombre y los rectos habitarán
en tu presencia. Y en otra parte se dice de los mismos: Y diréis en la
confesión: Todas las obras del Señor son muy buenas”.
Por
último, dice San Bernardo que por las tres columnas de la fe y las cuatro de
las virtudes, la Divina Sabiduría construyó una casa para sí, que consideró
digna de ser su morada, colmando esta Sabiduría de sí misma a la mente de la
Virgen y fecundando su carne: “4. Fue, pues, la bienaventurada Virgen María
fuerte en el propósito, templada en el silencio, prudente en la interrogación,
justa en la confesión. Por tanto, con estas cuatro columnas y las tres
predichas de la fe construyó en ella la Sabiduría celestial una casa para sí.
La cual Sabiduría de tal modo llenó la mente, que de su Plenitud se fecundó la
carne, y con ella cubrió la Virgen, mediante una gracia singular, a la misma
sabiduría, que antes había concebido en la mente pura”.
Y
en cuanto a nosotros, dice San Bernardo, que somos hijos de María, Casa de la
Divina Sabiduría, también debemos aspirar a ser casas en donde more la
Sabiduría de Dios, para lo cual debemos imitar a la Virgen en su fe trinitaria
y en la práctica de sus celestiales virtudes: “También nosotros, si queremos
ser hechos casa de esta sabiduría, debemos tallar en nosotros las mismas siete
columnas, esto es, nos debemos preparar para ella con la fe y las costumbres.
Por lo que se refiere a las costumbres, pienso que basta la justicia, mas
rodeada de las demás virtudes. Así, pues, para que el error no engañe a la
ignorancia, haya una previa prudencia; haya también templanza y fortaleza para
que no caiga ladeándose a la derecha o a la izquierda”. ¿Y cuándo debemos hacer
esto? En todo momento, pero sobre todo, al momento de imitar a la Virgen en el
saludo del Ángel, es decir, en la Encarnación del Verbo, y esto sucede para
nosotros cuando recibimos la Sagrada Comunión, porque es allí que debemos
recibir al Verbo de Dios, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, con una
mente sapientísima, como la de la Virgen; con un corazón lleno de la gracia y
el amor de Dios, como el de la Virgen, y con un cuerpo casto y puro, como el de
la Virgen. Así, imitaremos, en la medida de nuestras posibilidades y ayudados
por la gracia, a la Virgen, Casa de la Sabiduría, al recibir a la Sabiduría
Encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, Cristo Jesús.
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