San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 15 de mayo de 2024

San Isidro Labrador

 



         Vida de santidad[1].

         Peón y labrador español, nació cerca de Madrid, alrededor del año 1070; murió el 15 de Mayo de 1130, en el mismo lugar. Estaba al servicio de un tal Juan de Vargas, en una finca en los alrededores de Madrid[2], capital de España. Junto con su esposa, Santa María de la Cabeza o Toribia, llevó una dura vida de trabajo y al mismo tiempo de piedad, fe, amor y devoción a la Santa Misa y a la Eucaristía, convirtiéndose así en un verdadero modelo del honrado y piadoso agricultor cristiano. El patrón de Madrid, hoy capital de España, no es un rey, ni un cardenal, ni un rey poderoso, ni un poeta ni un sabio, ni un jurista, ni un político famoso. El patrón es un obrero humilde, vestido de paño burdo, con gregüescos sucios de barro, con capa parda de capilla, con abarcas y escarpines y con callos en las manos. Es un labrador, San Isidro. Como el Padre de Jesús, cuyas palabras nos transmite San Juan en el Evangelio 15, 1: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”. San Isidro es ampliamente venerado también como el patrón de los campesinos y los peones.

         Mensaje de santidad.

         A San Isidro Labrador se lo representa con una yunta de bueyes, porque era agricultor, pero también con un ángel a su lado, por la siguiente razón: San Isidro, que era un trabajador incansable, al mismo tiempo era un gran devoto de la Santa Misa y de la Eucaristía. Por esta razón, cuando no podía asistir a Misa, al oír las campanas que repicaban en el momento de la consagración, San Isidro se arrodillaba para adorar al Cristo Eucarístico, el Hombre-Dios Jesucristo, oculto en apariencias de pan. San Isidro era un ejemplo en el trabajo, era el primero en llegar y el último en partir y no solo nunca se quejaba del duro trabajo de agricultor, sino que lo ofrecía como un sacrificio a Dios, por medio de Jesucristo, uniendo su trabajo a Jesús crucificado, tal como todo cristiano debe hacer. Pero había días en los que San Isidro, en vez de ir al trabajo, asistía a la Santa Misa. Entonces sucedió que unos compañeros suyos de trabajo, otros agricultores, envidiosos de San Isidro, fueron a demandarlo al patrón, acusándolo de que San Isidro llegaba tarde al trabajo cuando había Misa -en esos tiempos no había Misas todos los días, como ahora- por lo cual le pedían que le descontara esos días del salario. El patrón, Juan de Vargas, dueño de las tierras en las que San Isidro trabajaba, movido por estas intrigas, acudió uno de los días en que se celebraba Misa y, escondido detrás de un árbol, vio que efectivamente no se encontraba San Isidro, pero también observó que sus bueyes estaban arando y que el que los guiaba era un ser luminoso, el cual resultó ser el Ángel de la guarda de San Isidro Labrador. Lo que sucedía entonces era que, cuando San Isidro asistía a Misa, era verdad que llegaba tarde al trabajo, pero su Ángel lo reemplazaba en su tarea y así nunca dejaba de cumplir con lo que le habían asignado, e incluso daba más fruto que el trabajador habitual. También se le atribuyen a San Isidro y a su esposa, Santa María de la Cabeza, llamada así porque en su día festivo sacan la cabeza de la santa en procesión y también en tiempos de sequía, el milagro de haber resucitado al hijo pequeño de ambos, el cual había caído en un pozo con agua y murió ahogado, pero las oraciones de los esposos fueron escuchadas y el hijo muerto volvió a la vida[3]. A partir de entonces y en acción de gracias, los esposos hicieron voto de castidad y decidieron vivir en casas separadas y así lo hicieron hasta sus respectivas muertes, durante unos cuarenta años[4]. Una vez muerto, la Tradición afirma que se le apareció al Rey Alfonso de Castilla y le mostró el sendero escondido por el cual sorprendió a los musulmanes y consiguió la victoria de Las Navas de Tolosa, en 1212. Cuando el Rey Felipe III de España fue curado de una enfermedad mortal al tocar las reliquias del santo, el rey cambió el antiguo relicario por uno costoso, hecho de plata.

         San Isidro Labrador nos deja varios mensajes de santidad, como el amor a la Santa Misa y a la Eucaristía; la devoción al Ángel de la guarda; el poder del sacramento del matrimonio, cuando los esposos viven una vida de santidad y rezan juntos, porque por la oración de ellos su hijo, que había fallecido ahogado, volvió a la vida; nos enseña también el valor santificador del trabajo, que se vuelve fuente fecunda de santidad cuando el trabajo se une al Sacrificio Redentor de Jesucristo en la Cruz; nos enseña también que para se puede ser santo en cualquier estado de vida y que la santidad no depende de la sabiduría humana, sino de la Sabiduría divina de la cruz, porque siendo analfabeto, San Isidro poseía sin embargo una profunda sabiduría, la sabiduría celestial que comunica Jesucristo desde la cruz y desde la Eucaristía.

San Matías, Apóstol

 



Vida de santidad.

En el calendario tradicional de la Iglesia, antes del Vaticano II, la fiesta de San Matías se celebraba el 24 de febrero. En 1969, su fiesta se trasladó al 14 de mayo para que se celebrara fuera de la Cuaresma y más cerca de la Solemnidad de la Ascensión[1]. San Matías se convirtió en Apóstol es cuando fue elegido por sorteo por los Apóstoles después de considerar necesario reemplazar a Judas Iscariote. Al tomar una decisión sobre a quién elegir para reemplazar a Judas Iscariote después de su muerte, los 11 Apóstoles restantes propusieron dos candidatos que cumplían con los requisitos: José llamado Barsabás (quien también era conocido como Justo) y Matías. Oraron para que el Señor les mostrara a cuál de los dos había escogido para la misión, y echaron suertes sobre los dos hombres; “la suerte cayó sobre Matías; y fue inscrito con los once apóstoles” (Hechos 1:26). Esta fue la última vez que se echaron suertes para tomar una decisión ya que, después de Pentecostés, el Espíritu Santo los guiaría en sus decisiones. Aunque no se sabe con certeza cómo murió San Matías, la tradición sostiene que fue martirizado por su fe, como muchos de los otros Apóstoles. Se cree que fue apedreado y luego decapitado y es por esta razón que se lo representa con un hacha, el instrumento de su martirio. También según la Tradición, predicó primero en Judea y luego en otros países. Los griegos sostienen que evangelizó la Capadocia y las costas del Mar Caspio, que sufrió persecuciones de parte de los pueblos bárbaros donde misionó y obtuvo finalmente la corona del martirio en Cólquida, el cual según sostienen los relatos griegos fue mediante la crucifixión[2]

Mensaje de santidad.

San Matías es el santo patrono de los sastres, los que tienen viruela, los carpinteros y los que luchan contra el alcoholismo y la razón de este último patronazgo es que Clemente de Alejandría afirma que se distinguió por la insistencia con que predicaba la necesidad de mortificar la carne para dominar la sensualidad. Esta lección la había aprendido del mismo Jesucristo. Clemente de Alejandría (Strom., III, 4) registra una frase que se atribuye a San Matías en la que dice “debemos combatir nuestra carne, no valorarla, y no concederle nada que pueda halagarla, sino aumentarla. El crecimiento de nuestra alma por la fe y el conocimiento.” La naturaleza de este dicho y su estímulo para crecer en autodominio y virtud es probablemente la razón por la que se atribuye a San Matías ser uno de los santos patronos de quienes luchan contra el alcoholismo.

         San Matías Apóstol nos deja entonces un triple mensaje: escuchar la Voz de Dios, Nuestro Señor Jesucristo y ponerla en práctica, dando testimonio del Salvador hasta dar la vida; su martirio, por el cual demuestra que este testimonio no es solo de palabras, sino hasta el derramamiento de sangre; por último, con sus palabras acerca de la lucha ascética del espíritu -ayudado por la gracia- contra la carne, para evitar caer en la concupiscencia, nos muestra el camino hacia la santidad, un camino que no es otro que el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, que es a su vez lo que dice el libro de Job: “Lucha es la vida del hombre en la tierra”, lucha ante todo espiritual, para mantener el alma alejada del pecado y de las ocasiones de caer y en estado de gracia, para así poder recibir ya desde la tierra el Tesoro de los tesoros, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

 

viernes, 10 de mayo de 2024

San Juan de Ávila, Patrono de los sacerdotes españoles

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en el año 1500, de una familia muy rica, pero al morir sus padres, en vez de quedarse con la fortuna que le correspondía por herencia, lo que hizo fue repartir todos sus bienes entre los pobres, para luego ingresar en el seminario. Estudió filosofía y teología en la Universidad de Alcalá. Fundó más de diez colegios y ayudaba mucho a las universidades católicas. Debido a sus numerosas enfermedades, sufrió mucho en sus últimos veinte años, aunque esto no le impedía recorrer ciudades y pueblos predicando, confesando, dando dirección espiritual y dando a todos ejemplos de gran santidad. De entre todas sus virtudes, sobresalía una particular y era su gran humildad, considerándose a sí mismo como un pobre y miserable pecador y esto se vio sobre todo en el momento de su muerte: estando ya agonizante y viendo que el sacerdote que le daba la extremaunción lo trataba con gran veneración, le dijo: “Padre, tráteme como a un miserable pecador, porque eso es lo que he sido y nada más”. Ya en sus últimos momentos, cuanto más aumentaban sus dolores en la proximidad de la muerte, apretaba el crucifijo entre sus manos y exclamaba: “Dios mío, sí, si te parece bien que suceda, está bien, ¡está muy bien!”. Así el santo no solo no se quejaba de su enfermedad, sino que se unía a los dolores de Cristo crucificado, santificándose a través de sus dolores ofrecidos a Jesús. Murió santamente el 10 de mayo del año 1569, diciendo “Jesús y María”. Fue beatificado en 1894 y el Papa Pablo VI lo declaró santo en 1970.

         Mensaje de santidad.

         Desde el principio de su sacerdocio demostró en sus homilías una gran sabiduría sobrenatural, lo cual hacía que el pueblo acudiera en gran número a escuchar sus sermones sin importar el lugar donde él iba a predicar. Preparaba cada predicación con cuatro o más horas de oración de rodillas ante un crucifijo o ante el Santísimo Sacramento encomendando la predicación que iba a hacer después a la gente y así Jesús, actuando a través de él, lograba la conversión de un gran número de pecadores. No prometía vida en paz a quienes querían vivir en paz con sus pecados, pero sí animaba enormemente a todos los que deseaban salir de su anterior vida de pecado, para que comenzaran a vivir la vida de la gracia. Pero no solo el pueblo laico acudía a escucharlo, sino también muchos sacerdotes, ejerciendo sobre ellos un gran ascendiente, por lo cual el Sumo Pontífice lo nombró “Patrono de los sacerdotes españoles”. A los sacerdotes en particular los hacía meditar en la Pasión de Jesucristo y en la Eucaristía y en el valor de los sacramentos y luego los enviaba a predicar, consiguiendo grandes frutos, como por ejemplo la conversión de San Juan de Dios. Había tres grandes temas que predominaban en sus sermones: la Eucaristía, el Espíritu Santo y la Virgen María, siendo el amor a la Eucaristía una de las virtudes principales del padre Juan de Ávila. Precisamente, estando ya enfermo, quiso ir a celebrar misa a una ermita, pero por el camino sintió que le faltaban las fuerzas; entonces el Señor se le apareció en figura de peregrino y le dio ánimos para que llegara y oficiara la Santa Misa. En una de las últimas Misas que celebró le habló Nuestro Señor Jesucristo a través del crucifijo y le dijo: “Perdonados te son tus pecados”[2]. Al recordarlo en su día, le pedimos a San Juan de Ávila que, habiendo conseguido con sus sermones tantas conversiones de pecadores, nos alcance del Señor Dios la gracia de nuestra conversión y la de nuestros seres queridos, pero le pidamos una gracia específica: la conversión, por intercesión de la Virgen María, a Jesús Eucaristía, Dador del Espíritu Santo.


martes, 7 de mayo de 2024

San Cayetano, Patrono del Verdadero Pan y del trabajo celestial

 



         Como sabemos, San Cayetano es el Patrono del pan y del trabajo, por esto está bien que le pidamos al santo que interceda ante Dios para que nunca nos falte el pan o alimento de la mesa y también para que nunca nos falte un trabajo digno, porque el hombre debe trabajar por mandato divino -es lo que le dijo a Adán luego de expulsarlo del Paraíso: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”- para ganar el pan de cada día.

         San Cayetano, entonces, es Patrono del pan y del trabajo y sin embargo, cuando vemos su imagen, no vemos que esté sosteniendo un pan material, del tipo del que nos alimentamos todos los días en nuestros hogares. ¿Qué sostiene San Cayetano, o mejor dicho, a quién? San Cayetano sostiene al Niño Jesús y nos preguntamos por qué y la respuesta es que Jesús es el Verdadero Pan bajado del cielo; Él es el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná celestial, el Pan que da la Vida eterna. Además, San Cayetano, como sacerdote, nos da el Verdadero Pan del cielo, la Sagrada Eucaristía y es éste Pan de Vida eterna el que debemos pedir sobre todo al santo, que no nos falte nunca.

         Y en cuanto al trabajo, le debemos pedir que nos dé trabajo, pero sobre todo el trabajo que nos pide Jesús en el Evangelio: “Trabajen por el Pan que da la Vida eterna”, es decir, la Sagrada Eucaristía. Entonces, debemos trabajar como todo ser humano, para ganarnos el pan de cada día, pero sobre todo debemos trabajar en la Iglesia por y para la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, para que todos los hombres puedan alimentarse de este Pan que da la Vida eterna, el Cuerpo y la Sangre de Jesús.


miércoles, 1 de mayo de 2024

San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia

 



         Vida de santidad[1].

San Atanasio nació en Alejandría de Egipto en el año 295, llegando a ser una de las figuras más preeminentes de los Padres de la Iglesia. Como obispo de la sede de Alejandría, fue un ferviente defensor de la ortodoxia y de la verdadera fe católica durante la denominada “gran crisis arriana”, inmediatamente después del Concilio de Nicea, y aunque pagó su heroica resistencia a la herejía con cinco destierros decretados por los emperadores Constantino, Constancio, Julián y Valente. Pasó sus últimos dos destierros en el desierto, en compañía de sus amigos monjes, para quienes escribió una de sus grandes obras, llamada “Historia de los arrianos”, destinada a arrancar a los fieles de las garras de los falsos pastores. Como esta herejía era tan grave y amenazaba desmoronar el edificio doctrinal de la Iglesia Católica, para enfrentar a esta herejía se celebró el primero de los ecuménicos, en Nicea, ciudad del Asia Menor. Atanasio, que era entonces diácono, acompañó a este concilio a Alejandro, obispo de Alejandría. Con doctrina recta y gran valor sostuvo la verdad católica y refutó a los herejes. El Concilió excomulgó a Arrio y condenó su doctrina arriana. Pocos meses después de terminado el concilio murió san Alejandro y Atanasio fue elegido patriarca de Alejandría. Cuando la autoridad civil quiso obligarlo a que recibiera de nuevo a Arrio en la Iglesia a Arrio a pesar de que este se mantenía en la herejía, pero Atanasio, cumpliendo con gran valor su deber, rechazó tal propuesta y perseveró en su negativa, por lo cual el emperador Constantino, en 336, lo desterró a Tréveris.

Atanasio permaneció dos años en esta ciudad, regresando a Alejandría al morir Constantino, pudo regresar a Alejandría, renovando su lucha contra los arrianos, pero estos lograron que la autoridad civil lo desterrara nuevamente en el año 342. Ocho años más tarde se encontraba de nuevo en Alejandría con la satisfacción de haber mantenido en alto la verdad de la doctrina católica. Pero sus adversarios enviaron un batallón para prenderlo. Providencialmente, Atanasio logró escapar y refugiarse en el desierto de Egipto, donde le dieron asilo durante seis años los anacoretas, hasta que pudo volver a reintegrarse a su sede episcopal; pero a los cuatros meses tuvo que huir de nuevo. Después de un cuarto retorno, se vio obligado, en el año 362, a huir por quinta vez. Finalmente, pasada aquella furia, pudo vivir en paz en su sede. San Atanasio no solo nunca negó la verdadera fe, sino que la defendió hasta el último día de su vida; esto, unido a su santidad y a su recta doctrina teológica, le valió el ser nombrado posteriormente “doctor de la Iglesia Católica”. Luego de los numerosos destierros, regresó a la Iglesia de Alejandría y allí, luego de su heroica lucha en defensa de la recta fe católica, pasó de esta vida a la vida eterna en el año 373.

Mensaje de santidad[2].

         En tiempos de San Atanasio surgió un clérigo llamado Arrio, un sacerdote salido del seno mismo de la Iglesia de Alejandría, el cual, deformando la fe católica revelada por Jesucristo, propagaba la herejía de que Cristo no era Dios por naturaleza. Es decir, Arrio negaba que hubiera igualdad substancial entre el Padre y el Hijo y de esta manera, atacaba el corazón mismo de la fe católica: si Cristo no es Hijo de Dios, y él mismo no es Dios, ¿a qué queda reducida la redención de la humanidad? Arrio negaba así dos dogmas fundamentales de la Iglesia Católica, esto es, que Dios es Uno y Trino -Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo-, siendo las Divinas Personas iguales en majestad, poder, honor, gloria, al poseer las Tres el mismo Acto de Ser divino trinitario y al participar las tres de la misma naturaleza divina; la segunda verdad de fe es la Encarnación del Verbo, es decir, de las Tres Personas divinas, la Segunda, el Verbo de Dios, el Hijo de Dios, se encarnó en el seno purísimo de Santa María Virgen, siendo de esta manera Jesucristo el Hombre-Dios, el Hijo de Dios encarnado. Arrio negaba que Jesucristo fuera Dios, afirmando erróneamente que Jesús no poseía la naturaleza divina, que no era Dios y por lo tanto era solo un hombre. Un hombre santo, pero no Dios Hijo encarnado. La gravedad de esta herejía cristológica se puede apreciar por su extensión hasta la doctrina católica sobre la Eucaristía, doctrina según la cual el Verbo de Dios, el Hijo de Dios, se encarnó en el seno de María Santísima y continúa y prolonga su Encarnación en la Sagrada Eucaristía, en el seno de la Iglesia Católica, el altar eucarístico. Para la Iglesia Católica, entonces, si Cristo es Dios Hijo encarnado, la Eucaristía es el mismo Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Pero si las cosas fueran como Arrio sostenía, es decir, si Cristo no es Dios, entonces la Eucaristía no es Cristo Dios. Esta grave herejía cristológica-eucarística se extendió como reguero de pólvora por toda la Iglesia Católica, dando lugar a la conocida frase: “Me desperté y todo el mundo era arriano”. El mérito de San Atanasio fue doble: por un lado, tuvo la lucidez intelectual necesaria y más que suficiente, porque estaba iluminado por la gracia divina, de detectar el error cristológico-eucarístico de Arrio; por otro lado, su gran valentía, al enfrentarse no solo a la autoridad civil, sino a numerosos clérigos, sacerdotes y obispos católicos, que habían caído en la herejía y que por este motivo lo persiguieron sin descanso, logrando desterrarlo cinco veces. Pero la valentía de San Atanasio, unido a su amor por la Verdad revelada por Jesucristo, hizo que se mantuviera firme en medio de las persecuciones, logrando así que la Verdad sobre Cristo Dios y sobre Cristo Dios en la Eucaristía, brille con todo su esplendor en la Iglesia. Al recordar a este gran santo y Padre de la Iglesia, le pidamos que interceda para que no solo nunca caigamos en el error de negar a Cristo como Dios -lo cual nos llevaría a negar a la Eucaristía como Cristo Dios en Persona-, sino que seamos valientes y firmes en defender esta Verdad Absoluta, la Verdad de Cristo Dios, dogma central de la fe católica.