San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 10 de agosto de 2016

San Lorenzo, diácono y mártir


En el año 257, mientras Lorenzo era uno de los siete diáconos al servicio del Papa San Sixto, el emperador Valeriano publicó un decreto de persecución en el cual ordenaba que todo el que se declarara cristiano sería condenado a muerte[1]. El 6 de agosto el Papa San Sixto estaba celebrando la santa Misa en un cementerio de Roma cuando fue asesinado junto con cuatro de sus diáconos por los soldados del emperador[2]. Según cuenta una antigua tradición, al ver Lorenzo que el Sumo Pontífice era arrestado y condenado a muerte, le dijo: “Padre mío, ¿te vas sin llevarte a tu diácono?”, a lo que San Sixto le respondió: “Hijo mío, dentro de pocos días me seguirás”. Lorenzo, escuchando la respuesta con gran alegría, pues eso significaba que pronto habría de ir a gozar de la gloria de Dios, vio cumplida esta profecía del Santo Padre cuatro días después, cuando también él, junto con otros diáconos, fueron arrestados y condenados a muerte.
Antes de ser martirizado, se produjo el siguiente diálogo entre San Lorenzo y el gobernador de Roma, quien le dijo así a San Lorenzo: “Me han dicho que los cristianos emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios, y que en sus celebraciones tienen candelabros muy valiosos. Vaya, recoja todos los tesoros de la Iglesia y me los trae, porque el emperador necesita dinero para costear una guerra que va a empezar”.
Lorenzo le pidió que le diera tres días de plazo para reunir todos los tesoros de la Iglesia, a lo que el gobernador accedió, pues pensaba llenar sus arcas con los cálices de oro, los candelabros de plata y todas las demás riquezas que él suponía que tenía la Iglesia. Sin embargo, San Lorenzo tení aun concepto de “tesoros de la Iglesia” muy distinto al del gobernador, y fue así que en los días sucesivos, invitó a todos los desamparados a los que él, como encargado del Papa, ayudaba con limosnas: pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos, leprosos. Al tercer día los llevó ante la presencia del gobernador y le dijo: “Ya tengo reunidos todos los tesoros de la iglesia. Le aseguro que son más valiosos que los que posee el emperador”. El gobernador, que esperaba algo muy distinto –oro y plata-, se disgustó enormemente, pero Lorenzo le dijo:  “¿Por qué se disgusta? ¡Estos son los tesoros más apreciados de la iglesia de Cristo!”. Y es verdad en cuanto a nosotros, puesto que los pobres son la puerta abierta al cielo, si es que los auxiliamos, pues en ellos está Presente Jesucristo de un modo misterioso, tal como Él lo dice en el Evangelio: “Lo que habéis hecho a uno de estos pequeños, a Mí me lo habéis hecho” y es la razón por la cual, todo lo que hacemos a nuestro prójimo, sea en el bien como en el mal, se lo hacemos a Jesucristo.
Al comprobar que delante suyo en vez de oro y plata sólo había hombres necesitados de todo tipo de ayuda, el alcalde se enfureció y le dio a San Lorenzo: “Pues ahora lo mando matar, pero no crea que va a morir instantáneamente. Lo haré morir poco a poco para que padezca todo lo que nunca se había imaginado. Ya que tiene tantos deseos de ser mártir, lo martirizaré horriblemente”. Dicho esto, mandó encender un gran fuego y colocar encima una parrilla de hierro, sobre la que acostaron al diácono Lorenzo. Afirma San Agustín que el gran deseo que el mártir tenía de ir junto a Cristo le hacía no darle importancia a los dolores de esa tortura, aunque podemos agregar que la ausencia de dolor se debe, más que al deseo del mártir de ir al cielo, a la Presencia del Espíritu Santo en el mártir, que es quien lo libra de todos los dolores. Precisamente, como signo de esta Presencia del Espíritu Santo en el alma y el cuerpo de San Lorenzo, los cristianos presentes, testigos de la muerte del mártir, vieron su rostro “rodeado de un esplendor hermosísismo y sintieron un aroma muy agradable” mientras lo quemaban, mientras que los paganos ni veían ni sentían nada de eso[3]. Sólo el Espíritu de Dios, que es Hermosísimo y cuya naturaleza divina es fragancia exquisita y estaba inhabitando el cuerpo y el alma del santo, podía explicar que los testigos percibieran esta luz sobrenatural y el aroma exquisito, en vez de lo que debería suceder normalmente, esto es, escuchar gritos de dolor y sentir olor a carne chamuscada y quemada. La Presencia del Espíritu Santo en San Lorenzo hacía que su cuerpo fuera como una brasa ardiente sobre la cual se echa incienso que despide perfume agradabilísimo, y este perfume era su oración, que subía al cielo en honor a la majestad del Cordero, por quien estaba dando su vida. Ya una vez en el fuego y luego de un prolongado rato de estarse quemando en la parrilla que estaba al rojo vivo, dijo San Lorenzo a sus verdugos: “Ya estoy asado por un lado. Ahora que me vuelvan hacia el otro lado para quedar asado por completo”. Eso fue lo que hicieron los verdugos, darlo vuelta –así como se da vuelta un trozo de carne en el asador-, de manera que el santo mártir terminó quemándose por completo, de lado a lado. Cuando sintió que ya estaba completamente asado exclamó: “La carne ya está lista, pueden comer”. Luego de decir esto, con una paz sobrenatural que no podía en ninguna manera explicarse humanamente, sino con la asistencia personal del Espíritu Santo, San Lorenzo elevó una oración por la conversión de Roma y la difusión de la religión de Cristo en todo el mundo, y exhaló su último suspiro. Era el 10 de agosto del año 258.
Ahora bien, una vez conocida su vida, podríamos preguntarnos lo siguiente: ¿es verdad que los pobres son los “tesoros de la Iglesia”, como dijo el diácono San Lorenzo? Podemos decir que sí, tomando en cuenta el contexto en el que San Lorenzo hizo esta afirmación, y era que el gobernador de Roma quería los cálices, las vinajeras, los candelabros de la Iglesia, pensando que estos eran de oro y plata. Pero estas cosas materiales, en comparación con los pobres, en los que inhabita Cristo, son igual a nada, siendo en cambio los pobres los “tesoros de la Iglesia”. En este contexto, sí podemos decir que los pobres son el “tesoro de la Iglesia”. Sin embargo, en un sentido absoluto, no, porque es otro el Tesoro de la Iglesia: podemos decir que el verdadero y único tesoro de la Iglesia es la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, puesto que la Eucaristía es el mismo Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, que renueva su sacrificio en la cruz en la Santa Misa y que se nos dona como Pan de Vida eterna en la Hostia consagrada, y no hay mayor tesoro que esto, que es invaluable, y es tan alto don y misterio, que no alcanzarán las eternidades de eternidad, ni para comprenderlo en su totalidad, ni para agradecerlo adecuadamente. Y a San Lorenzo, al recordarlo en su día, le podemos pedir que interceda para que, -puesto que difícilmente suframos su misma muerte, la de ser quemados en el cuerpo por el fuego material-, nuestros corazones sean incendiados en el Fuego del Divino Amor, un Fuego que quema pero que no arde, sino que produce gozo y dulzura en el Señor, al transmitirnos el Amor de Dios.



[1] Cfr. https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Lorenzo_8_10.htm
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem..

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