San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 18 de agosto de 2016

Santa Elena


Vida de santidad de Santa Elena.
De origen humilde, quien luego fuera emperatriz, se casó en el año 270 d. C. con el general romano Constancio Cloro el cual, cuando a su vez asumió como César, la abandonó para casarse con Teodora, hijastra del emperador Maximiano[1]. Al morir Constancio Cloro en el año 306, sus tropas, que se hallaban entonces estacionadas en York, proclamaron emperador a su hijo Constantino. El joven emperador publicó, en el año 313, el denominado “Edicto de Milán”, por el que toleraba el cristianismo en todo el Imperio. Fue en esa época en la que, según el testimonio de Eusebio, Santa Elena se convirtió al cristianismo, cuando tenía ya cerca de sesenta años, destacándose en su fervor, en su piedad y en su amor a Jesucristo, a la Iglesia y a la religión católica: “Bajo la influencia de su hijo, Elena llegó a ser una cristiana tan fervorosa como si desde la infancia hubiese sido discípula del Salvador”. Se dio entonces una admirable conjunción en la cima del poder del imperio bizantino: mientras su hijo Constantino, el emperador, no solo hacía cesar toda persecución, sino que decretaba la autorización oficial del cristianismo y se empeñaba por exaltar a la Iglesia Católica con su autoridad terrena, Santa Elena, madre del emperador, se esforzaba al mismo tiempo para ayudar a su hijo en esa tarea. Un autor, Rufino, califica de “incomparables” la fe y el celo de la santa, la cual supo comunicar su fervor a los ciudadanos de Roma. Desde su cargo de poder, la emperatriz Elena construyó numerosas iglesias, además de emplear los recursos del Imperio en limosnas generosísimas, convirtiéndose en la principal benefactora de los indigentes y de los desamparados y a pesar de ser la emperatriz, no obstante asistía a los divinos oficios en las iglesias vestida con gran sencillez, sin ninguna ostentación. En el año 324, luego de la victoria sobre Licinio, que convirtió a su hijo Constantino en el amo de Oriente, Santa Elena fue a Palestina –algunos escritores atribuyen el viaje a ciertas visiones que la santa habría tenido en sueños- a peregrinar por los Santos Lugares del nacimiento de Cristo, de su Pasión y Resurrección, que el Señor había santificado con su presencia corporal.
Constantino mandó arrasar la explanada y el templo pagano de Venus que el emperador Adriano había mandado construir sobre el Gólgota y el Santo Sepulcro, respectivamente, y escribió al obispo de Jerusalén, san Macario, para que erigiese una iglesia “digna del sitio más extraordinario del mundo”. Santa Elena, que era ya casi octogenaria, se encargó de supervisar la construcción, pero además de la construcción de la Iglesia, lo que deseaba era descubrir la cruz en la que había muerto el Redentor, búsqueda a su vez facilitada por una carta de Constantino escrita al obispo de Jerusalén, en el que le pide expresamente que hiciese excavaciones en el Calvario para descubrir la cruz del Señor. Al respecto, hay algunos documentos que relacionan el nombre de santa Elena con el descubrimiento de la Santa Cruz, como un sermón predicado por San Ambrosio el año 395, en el que dice que, cuando la santa descubrió la cruz, “no adoró al madero sino al rey que había muerto en él, llena de un ardiente deseo de tocar la garantía de nuestra inmortalidad”. El historiador Eusebio relata cómo fue la estadía de Santa Elena en Palestina: “Elena iba constantemente a la iglesia, vestida con gran modestia y se colocaba con las otras mujeres. También adornó con ricas decoraciones las iglesias, sin olvidar las capillitas de los pueblos de menor importancia (…) construyó la basílica “Eleona” en el Monte de los Olivos y otra basílica en Belén. Era bondadosa y caritativa con todos, especialmente con las personas devotas, a las que servía respetuosamente a la mesa y les ofrecía agua para el lavamanos. Aunque era emperatriz del mundo y dueña del Imperio, se consideraba como sierva de los siervos de Dios”. En Roma, en la vía Labicana, Santa Elena, honró el pesebre y la cruz del Señor con basílicas dignas de veneración. Según la Tradición, en la Iglesia de la Santa Cruz en Roma, cercana a San Juan de Letrán, se encuentran restos de la corona de espinas, de la Santa Cruz del Señor y tierra de Tierra Santa, todo traído por Santa Elena. Se supone que la santa murió en el año 330, pues fue en ese entonces que el emperador Constantino mandó acuñar las últimas monedas con la efigie de Flavia Julia Elena. El Martirologio Romano conmemora a santa Elena el 18 de agosto y en el Oriente se celebra su fiesta el 21 de mayo, junto con la de su hijo Constantino. Los bizantinos llaman a santa Elena y a Constantino “los santos, ilustres y grandes emperadores, coronados por Dios e iguales a los Apóstoles”.
Mensaje de santidad de Santa Elena.
         La extraordinaria vida de santidad de Santa Elena, manifestada en las grandiosas construcciones de iglesias, y el amor demostrado a Nuestro Señor Jesucristo, por medio de la oración, la piedad, el fervor y la práctica de los sacramentos, además del amor demostrado al prójimo, sobre todo los más necesitados, demuestran que para la vida de santidad no son impedimentos ni la edad –cuando se convirtió tenía alrededor de sesenta años- ni tampoco el estatus social –era la emperatriz y madre del emperador-. Santa Elena dio testimonio de Cristo, sin avergonzarse frente a los hombres y sin falsos respetos humanos, manifestando su fe en Jesucristo por medio de obras de misericordia corporales y espirituales y utilizando toda su influencia, su posición social, su estatus y su dinero, solo para que el Nombre de Jesús sea conocido y amado. A ella se deben que se hayan recuperado reliquias preciosísimas de la Pasión, como la corona de espinas, parte del leño de la cruz y el cartel que hizo poner Pilato: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. En recompensa por no haberlo negado ante los hombres, Jesús no la negó delante de su Padre y le dio el ciento por uno, una medida bien apretada: a la emperatriz, que con su reino terreno sirvió al Rey de reyes, le dio por herencia el Reino de los cielos, por toda la eternidad.




[1] http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20160818&id=12431&fd=0; La principal fuente de información sobre santa Elena es la biografía de Constantino escrita por Eusebio Vita Constantini, cuyos principales pasajes pueden verse en Acta Sanctorum, agosto, vol. III. Ver también M. Guidi, Un Bios di Constantino (1908). J. Maurice publicó una interesante obrita sobre santa Elena en la colección L´Art et les Saints (1929); cfr. Vidas de los santos de A. Butler, Herbert Thurston, SI.

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