En su obra “Las glorias de María”, San Alfonso enumera a los
“falsos devotos de la Virgen”. De entre todos ellos, destaca un grupo en particular,
incluso dentro de los católicos y ubicado en segundo lugar en la clasificación
del santo, que se llama: “Los devotos escrupulosos” de la Virgen. En pocas
palabras, estos “devotos” de María –entre los que hay que contar a sacerdotes-
tienen “escrúpulos” en cuanto a honrar a la Virgen porque, sostienen, si se
honra “demasiado” a la Virgen, queda “oscurecida” la devoción a Jesucristo, de
ahí que en su devoción mariana, estos católicos parezcan más bien fieles de
otras religiones pero no católicos, puesto que aquellos se caracterizan, precisamente,
por sus escrúpulos a la hora de honrar a la Virgen y Madre de Dios, a quien no
consideran ni una ni otra cosa. La devoción escrupulosa a María se trata, a
todas luces, de un gran error, porque quien se acerca a María recibe a Jesús,
ya que todo lo que María desea no es su propia honra, sino que su Hijo Jesús
sea conocido, amado, adorado y ensalzado por todos los hombres.
¿Qué es lo que dice San Alfonso acerca de estos “falsos
devotos” de la Virgen? Veamos.
“Los devotos escrupulosos son personas que temen deshonrar
al Hijo al honrar a la Madre, rebajar al Uno al honrar a la Otra. No pueden
tolerar que se tributen a la Santísima Virgen las justísimas alabanzas que le
prodigaron los Santos Padres. Toleran penosamente que haya más personas
arrodilladas ante un altar de María que delante del Santísimo Sacramento, ¡como
si esto fuera contrario a aquello o si los que oran a la Santísima Virgen, no
orasen a Jesucristo por medio de Ella! No quieren que se hable con tanta
frecuencia de la Madre de Dios ni que los fieles acudan a Ella tantas veces”[1]. Según
San Alfonso, los devotos escrupulosos piensan que honrar a la Madre es “deshonrar
al Hijo”; que no pueden “tolerar” las alabanzas de los Padres a María y que les
es igualmente “penoso” constatar que hayan más personas delante del altar de la
Virgen que delante del Sagrario, como si quien rezara a la Virgen, no rezara al
Hijo y como si la Virgen no los llevara, desde su Inmaculado Corazón, al Sagrado
Corazón de Jesús, con el cual está íntima y estrechamente unido por el Amor de
Dios, el Espíritu Santo.
Continúa
luego el santo: “Oigamos algunas de sus expresiones más frecuentes: “¿De qué
sirven tantos Rosarios? ¿Tantas congregaciones y devociones exteriores a la
Santísima Virgen? ¡Cuánta ignorancia hay en tales prácticas! ¡Esto es poner en
ridículo nuestra religión! ¡Hábleme más bien de los devotos de Jesucristo! (y,
al pronunciar frecuentemente este nombre, lo digo entre paréntesis, no se
descubren). Hay que recurrir solamente a Jesucristo: Él es nuestro único
mediador. Hay que predicar a Jesucristo: ¡esto es lo sólido!”[2]. Si
fuera por los devotos escrupulosos, dice San Alfonso, se suprimiría o se
disminuirían al máximo los Rosarios, las congregaciones y devociones exteriores
a María, y también la Consagración al Inmaculado Corazón de María, cuando no
reparan en que todo esto, que sí es verdad que se dirige a María, es para que María
nos conceda la gracia de amar cada vez más a Jesucristo. El rezo del Rosario,
las devociones a María y la consagración al Inmaculado Corazón de María –por ejemplo,
según el método de San Luis María Grignon de Montfort- no sino medios
segurísimos de llegar a Jesús por medio de María: por el Rosario, María nos
infunde las virtudes de Jesús; por las devociones y la consagración a María, la
Virgen nos introduce en su Inmaculado Corazón y, desde allí, nos conduce al
Sagrado Corazón de Jesús.
Sin
embargo, este último argumento, dice San Alfonso –el de recurrir solamente a
Jesucristo- es, en cierto sentido, verdad; sin embargo, se revela pronto como
un ardid de Satanás, puesto que lo que hace, en el fondo, es “combatir la
devoción a María Santísima”, so pretexto del argumento de honrar mejor a
Jesucristo y sin embargo eso es erróneo porque María es “el camino –único- que
nos lleva a Jesucristo, nuestra meta” final: “Y lo que dicen es verdad, en
cierto sentido. Pero, la aplicación que hacen de ello para combatir la devoción
a la Santísima Virgen es muy peligrosa, es un lazo sutil del espíritu maligno,
so pretexto de un bien mayor. Porque ¡nunca se honra tanto a Jesucristo como
cuando se honra a la Santísima Virgen! Efectivamente, si se la honra, es para
honrar más perfectamente a Jesucristo y si vamos a Ella, es para encontrar el
camino que nos lleve a la meta, que es Jesucristo”[3].
Y
luego el santo demuestra con un sencillo ejemplo la falsedad de la devoción
escrupulosa a María y lo hace mediante el análisis del “Ave María” implementado
por la Iglesia que se basa, a su vez, en el saludo de Santa Isabel: esta,
inspirada por el Espíritu Santo, saluda y bendice primero a María y recién
después a Jesucristo. Dice así San Alfonso: “La Iglesia, con el Espíritu Santo,
bendice primero a la Santísima Virgen y después a Jesucristo: Bendita tú entre
las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús (Lc 1, 42). Y esto, no porque la Virgen María sea mayor que
Jesucristo o igual a Él, lo cual sería intolerable herejía, sino porque para
bendecir más perfectamente a Jesucristo hay que bendecir primero a María”[4].
Bendecir a María primero no significa colocarla por encima de su Hijo ni es en
desmedro suyo, sino que al hacer así, se bendice “más perfectamente a
Jesucristo”, porque esa bendición dirigida a María, es Ella quien la deriva,
purificada y enaltecida, a su Hijo Jesús.
Por
último, San Alfonso nos invita a que, con el Espíritu Santo, con la Iglesia de
todos los tiempos y con Santa Isabel y contra los devotos escrupulosos, a
honrar y bendecir a la Madre de Dios y, en Ella, a su Hijo Jesús, el
Hombre-Dios: “Digamos, pues, con todos los verdaderos devotos de la Santísima
Virgen y contra sus falsos devotos escrupulosos: María, bendita tú eres entre
todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”[5].
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