San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 6 de diciembre de 2024

Ofrezcamos el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús en reparación por nuestras faltas diarias de amor a la Trinidad Santísima

 



En la biografía de esa gran santa que es Sor Josefa Menéndez, se lee la siguiente anécdota, en la que la santa, por indicación del mismo Sagrado Corazón de Jesús, tenía la costumbre de ofrecer el Sagrado Corazón de Jesús al Padre, para expiar sus faltas de amor. Así escribe la santa, describiendo cómo le había indicado Jesús que hiciera las oraciones de ofrecimiento al Padre, es decir, le dice el Señor a Sor Josefa Menéndez:

-“Toma éste, Mi Corazón, y ofrécelo al Padre. Con el podrás pagar todas tus deudas” .

También podía decir esta oración “Para reparar por nuestros pecados” y también por los de otra persona o personas agregando al final de cada reparación “y por los de...”.

Otra oración era la siguiente: “Padre Eterno, yo Te ofrezco el Sagrado Corazón de Jesús, con todo Su Amor, todos sus sufrimientos, y todos sus méritos:

Primero: -Para expiar todos los pecados que he cometido este día y durante toda mi vida; Gloria al Padre, y al Hijo...;

Segundo: -Para purificar el bien que he hecho mal este día y durante toda mi vida; Gloria al Padre, y al Hijo...;

Tercero: -Para suplir por el bien que yo debía de haber hecho y que he omitido este día, y durante toda mi vida: Gloria al Padre, y al Hijo...;

Esta práctica piadosa la observó Sor Josefa Menéndez toda su vida, pero también una hermana suya en religión. Esta hermana suya, también una religiosa clarisa, recién muerta, se le apareció a su abadesa o Madre Superiora, mientras que la abadesa rezaba por el alma de la fallecida. En ese momento, la difunta habló, diciendo: “Yo fui admitida directamente al Cielo porque, mediante esta oración que yo rezaba todas las noches, se pagaron todas mis deudas”.

Algo que hay que aclarar, sin embargo, es que con esta oración no se intenta reemplazar la Confesión sacramental, puesto que el pecado mortal solo es perdonado por el Señor a través del Sacramento de la Confesión.

En nuestro caso, nosotros también podemos ofrecer a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, es decir, a la Santísima Trinidad, un obsequio real, similar al que ofrecía Sor Josefa Menéndez, cada vez que asistimos a la Santa Misa: cuando asistimos a la Santa Misa, le podemos ofrecer a la Santísima Trinidad, por las mismas intenciones de Sor Josefa Menéndez, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, la Sagrada Eucaristía, y así le podemos decir a la Trinidad: “Toma, Beatísima Trinidad, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, para pagar mis deudas, para reparar mis pecados; te ofrezco el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, con todo su Amor, con todos sus sufrimientos y todos sus méritos, para expiar todos los pecados que he cometido en este día y durante toda mi vida; para purificar el bien que he hecho mal este día durante toda mi vida; para suplir por el bien que yo debía haber hecho y que he omitido este día y durante toda mi vida y para darte el amor que debería haberte dado en este día y durante toda mi vida; te ofrezco también, oh beatísima y sacratísima Trinidad Sacrosanta, el Sacratísimo Corazón Eucarístico de Jesús, en expiación por todo el mal cometido y por todo el bien omitido  o hecho imperfectamente por mis seres más queridos, por su eterna salvación”.


martes, 15 de octubre de 2024

Santa Teresa de Ávila y el recuerdo del amor de Cristo

 



         En el peregrinar de nuestra vida terrena hacia la Jerusalén del cielo, sucede con mucha frecuencia que se presentan pruebas, dificultades, tribulaciones, situaciones de dolor, enfermedades, fallecimientos de seres queridos, las cuales nos hacen olvidar lo que dice la Sagrada Escritura: “Lucha es la vida del hombre en la tierra” (Job 7, 1) y si no tenemos un fuerte auxilio espiritual, con toda seguridad, vamos a perecer en estas tribulaciones. Precisamente, para no perecer en estas tribulaciones que se presentan tan a menudo en esta vida terrena, en este peregrinar hacia el Reino de Dios, Santa Teresa de Ávila viene en nuestro auxilio, para recordarnos qué debemos hacer en dichos casos o, mejor aún, a Quién debemos recurrir y es a Nuestro Señor Jesucristo. Dice así Santa Teresa[1]: “Con tan buen amigo presente -Nuestro Señor Jesucristo-, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita”. Santa Teresa dice que con Jesús “todo se puede sufrir”, porque fue el primero en padecer (en la cruz) y además Él ayuda, da fuerzas, no falta, es decir, está siempre y es amigo verdadero y que si queremos agradar a Dios y que Dios nos haga “grandes mercedes”, es decir, grandes dones y milagros, que acudamos a su “Humanidad sacratísima” y esto no es otra cosa que la Eucaristía, o sea que Santa Teresa nos está diciendo que cuando nos encontremos en alguna situación de tribulación, acudamos a Jesús, el Amigo Fiel, en la Eucaristía y que Él nos ayudará desde la Eucaristía.

         Después dice la Santa: “He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos. Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de contemplación; por aquí vamos seguros. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Él lo enseñará; mirando su vida, es el mejor dechado”. Santa Teresa nos dice que Jesús es la Puerta, tal como Él nos enseña en el Evangelio –“Yo Soy la Puerta” (Jn 10, 9)- para conocer los secretos admirables de Dios y no hay otro camino que Cristo: “Yo Soy el Camino” y que es el Único Camino seguro por el que “nos vienen todos los bienes”. Entonces, desdichado quien busca otro camino que no es Cristo; feliz quien llega a Cristo y a su vez sabemos que el camino más rápido para llegar a Cristo es la Virgen.

         Luego dice Santa Teresa de Ávila que Cristo “no nos abandonará en las tribulaciones y trabajos”, como sí lo hacen los mundanos, y que es feliz aquél que ame verdaderamente a Cristo y que siempre lo tenga consigo, dando después el ejemplo de varios santos, empezando por San Pablo: “¿Qué más queremos que un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe de sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino: san Francisco, san Antonio de Padua, san Bernardo, santa Catalina de Siena”.

         Por último, dice Santa Teresa que nos acordemos del amor de Cristo, con el cual nos hizo tantos favores -nos rescató de las garras del Demonio, nos lavó la mancha del pecado con su Sangre y nos adoptó como hijos de Dios Padre, haciéndonos herederos del Reino de Dios-, porque el amor con amor se paga y si tenemos en el corazón el amor de Cristo, todo, incluso las tribulaciones y las pruebas más difíciles de esta vida terrena, todo será más fácil: “Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor. Procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar, porque, si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil, y obraremos muy en breve y muy sin trabajo”.  

 

 

 

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[1] Santa Teresa de Jesús, Libro de su vida, cap. 22, 6-7. 12. 14.

 


martes, 3 de septiembre de 2024

San Gregorio Magno

 


San Gregorio Magno

Vida de santidad[1],.

Nació en Roma alrededor del año 540. A los treinta y cuatro años, el emperador Justino lo nombró, en el año 574, magistrado principal de Roma. San Gregorio Magno es el cuarto y último de los Doctores de la Iglesia Latina. Defendió la supremacía del Papa y trabajó por la reforma del clero y la vida monástica. Además, combatió la herejía nestoriana, que se caracterizaba por colocar en Nuestro Señor Jesucristo una dualidad de personas, divina y humana, lo cual es contraria a la doctrina católica. Ingresó en el monasterio a los treinta y cinco años y fue nombrado legado pontificio en Constantinopla. Fue escogido unánimemente Papa por los sacerdotes y el pueblo el 3 de septiembre del año 590, ejerciendo su cargo como verdadero pastor tanto en su modo de gobernar como en la propagación y consolidación de la fe. Mantenía contacto con todas las iglesias y a pesar de las dificultades que se presentaron, contribuyó con magníficas obras que embellecieron a la Liturgia de la Misa y al Oficio, además de escribir obras sobre teología moral y dogmática. Murió el 12 de Marzo del año 604.

Mensaje de santidad.

Dentro de su vasto mensaje de santidad, se encuentra uno de sus escritos, llamado “Cristo, el buen pastor”[2], en el que reflexiona sobre el párrafo en el que el Señor Jesús se llama a Sí mismo “Buen Pastor”. Dice así San Gregorio Magno, citando a Nuestro Señor Jesucristo: “Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas, es decir, que las amo, y las mías me conocen. Habla, pues, como si quisiera dar a entender a las claras: “los que aman vienen tras de mí”. Pues el que no ama la verdad es que no la ha conocido todavía”. Para San Gregorio Magno, el lenguaje en el que hablan el Buen Pastor Jesucristo y sus ovejas y el lenguaje que demuestra que el Buen Pastor y sus ovejas se entienden, es el Amor: “los que me aman, vienen tras de Mí”.

Por eso después, más adelante, en el mismo escrito, dice San Gregorio Magno: “Acabáis de escuchar, queridos hermanos, el riesgo que corren los pastores; calibrad también, en las palabras del Señor, el que corréis también vosotros. Mirad si sois, en verdad, sus ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis, digo, no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras. Porque el mismo Juan evangelista, que nos dice lo que acabamos de oír, añade también: Quien dice: “Yo le conozco”, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso”. Es decir, aquí San Gregorio Magno advierte a los pastores de almas que no basta conocer al Señor por la fe, sino también por las obras y las obras son obras de misericordia, obras de amor misericordioso, porque quien no obra la misericordia, se engaña a sí mismo y engaña a los demás si dice que conoce al Señor Jesús, pero no obra en el amor de misericordia; quien dice: “Yo le conozco”, pero no es misericordioso, es un mentiroso, dice San Gregorio Magno, basándose en las Sagradas Escrituras y aquí vemos la gran importancia de las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales.

Luego continúa San Gregorio Magno: “Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: “Igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente: “La prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir, en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre. San Gregorio Magno cita al mismo Jesús, quien no solo dice de palabras que ama, sino que da Él mismo el ejemplo de cómo amar al extremo, entregando su propia vida en la cruz, por amor al Padre y también, por lo tanto, por amor a los hombres, en obediencia al Padre por amor, y para la salvación de los hombres, por amor. Es decir, Nuestro Señor Jesucristo da el supremo ejemplo de amor al sacrificar su vida en la cruz, por amor al Padre y por amor a los hombres y es así como los hombres debemos imitar a Nuestro Señor Jesucristo, no quedándonos en meras palabras y no amando con cosas superfluas, sino al extremo de dar la vida, como lo hizo Nuestro Señor Jesucristo, según nos enseña San Gregorio Magno.

Por último, San Gregorio Magno nos recuerda cuál es el premio que el mismo Jesucristo, Sumo Pastor, Pastor Eterno y Buen Pastor, tiene reservado para quien lo imita en el dar la vida por amor, tal como lo hizo Él en la cruz y es la vida eterna, la visión beatífica de la Trinidad en el Reino de los cielos: “Y de nuevo vuelve a referirse a sus ovejas diciendo: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y un poco antes había dicho: Quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. O sea, tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrara pastos en el eterno descanso. Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable? Los pastos de los elegidos son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la mente se sacia eternamente. Busquemos, por tanto, hermanos queridísimos, estos pastos, en los que podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto, nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en camino. Que ninguna adversidad pueda alejarnos del júbilo de la solemnidad interior, puesto que cuando alguien desea de verdad ir a un lugar, las asperezas del camino, cualesquiera que sean, no pueden impedírselo. Que tampoco ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía”. Nos advierte San Gregorio Magno que ninguna prosperidad material, por brillante, colorida, atractiva y seductora que parezca, nos aparte del camino de la Cruz, el Camino del Calvario, el único Camino que nos conduce a las Praderas Eternas del Reino de los cielos, las Praderas que nos conducen a las Mansiones del Padre de Jesús, al que llegamos si el Espíritu Santo nos sube a la Cruz y por la Cruz, al seno del Padre en el Reino del Cielo.

martes, 27 de agosto de 2024

Santa Mónica

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en Tagaste (África) el año 331, de familia cristiana. Muy joven, fue dada en matrimonio a un hombre llamado Patricio, un pagano de temperamento violento y de vida disipada. A pesar del carácter violento de su esposo, Santa Mónica obró con sabiduría cristiana para lograr la paz del hogar y con sus oraciones y sacrificios, obtuvo la gracia de la conversión de su esposo al cristianismo y fue así que Patricio murió cristianamente en el año 371, un año después de ser bautizado. Tuvo con Patricio tres hijos, Agustín, Navigio y una hija mujer cuyo nombre se desconoce. De los tres hijos, el que más trabajo le dio para su educación fue Agustín, ya que antes de su conversión, era de carácter caprichoso, egoísta e indolente, aunque lo peor de todo para Mónica, que era profundamente cristiana, era ver cómo su hijo se dejaba arrastrar por la herejía maniquea, la cual niega la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, al considerarlo solo una creatura más y no Dios Hijo encarnado.

Durante todo el tiempo en el que Agustín estuvo en la secta, Santa Mónica no dejaba de rezar continuamente por su conversión, además de hacer ayunos y sacrificios y de derramar abundantes lágrimas al ver que su hijo permanecía en la oscuridad de la secta maniquea. Santa Mónica acudió a un obispo para pedirle consejo y éste le dijo una frase que le daría un gran consuelo y que, al fin de cuentas, sería profética: “Estad tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”. A la edad de veintinueve años, Agustín decidió ir a Roma a enseñar retórica y como Santa Mónica quería acompañarlo para estar cerca de su hijo y seguir rezando por él, Agustín, que no quería que la acompañara, acudió a la mentira -todavía no estaba convertido y por eso, acudir al Padre de la mentira, el Demonio, era habitual en él- para lograr que su madre no lo siguiera, simulando que simplemente iba a despedir a un amigo y fue así que dejó a su madre orando en la iglesia de San Cipriano y se embarcó hacia Roma sin ella. Más tarde, escribió en las “Confesiones”: “Me atreví a engañarla, precisamente cuando ella lloraba y oraba por mí”. A pesar de todo, Santa Mónica se embarcó y llegó a Roma, pero Agustín había partido ya para Milán, la ciudad en donde el futuro Doctor de la Iglesia conoció a San Ambrosio y en donde también recibió la gracia de la conversión al catolicismo, abandonando definitivamente la secta maniquea, lo cual tuvo lugar en agosto del año 387.

Una vez convertido al catolicismo y ya en compañía de Santa Mónica, madre e hijo decidieron regresar a África, pero al llegar al puerto de Ostia, Santa Mónica enfermó gravemente, dándose cuenta la santa que sus días en la tierra estaban llegando a su fin, aunque eso era algo que solo ella sabía. San Agustín describe así en su libro “Confesiones”, uno de los últimos momentos de la vida terrena de Mónica: “Sucedió que ella y yo nos encontramos solos, apoyados en la ventana, que daba hacia el jardín interno de la casa en donde nos hospedábamos, en Ostia. Hablábamos entre nosotros, con infinita dulzura, olvidando el pasado y lanzándonos hacia el futuro, y buscábamos juntos, en presencia de la verdad, cuál sería la eterna vida de los santos, vida que ni ojo vio ni oído oyó, y que nunca penetró en el corazón del hombre”. Sabiendo que estaba ya por morir, Santa Mónica le dijo a San Agustín: “Hijo, ya nada de este mundo me deleita. Ya no sé cuál es mi misión en la tierra ni por qué me deja Dios vivir, pues todas mis esperanzas han sido colmadas. Mi único deseo era vivir hasta verte católico e hijo de Dios. Dios me ha concedido más de lo que yo le había pedido, ahora que has renunciado a la felicidad terrena y te has consagrado a su servicio”. Según lo que le manifiesta a San Agustín, lo único que quiso Santa Mónica, en sus últimos treinta años de vida, era la conversión de su hijo Agustín y una vez que el Señor se la concedió, la santa solo deseaba la vida eterna, en el Reino de los cielos, ya que aquí en la tierra no encontraba ninguna razón de seguir viviendo. El último para sus dos hijos fue que no se olvidaran de rezar por el descanso de su alma. San Agustín recuerda que su madre quería ser sepultada junto a su esposo, pero cuando alguien le dijo que podría ser sepultada lejos de él, respondió: “No hay sitio que esté lejos de Dios, de suerte que no tengo por qué temer que Dios no encuentre mi cuerpo para resucitarlo”. Cinco días más tarde, cayó gravemente enferma. Al cabo de nueve días de sufrimientos, fue a recibir el premio celestial, a los cincuenta y cinco años de edad. Era el año 387.  

         Mensaje de santidad.

         El mensaje de santidad de Santa Mónica lo obtenemos por San Agustín, ya que él es la principal fuente sobre la vida de Santa Mónica, al escribir sobre la santa de manera especial en sus Confesiones, libro IX, en donde escribe así de su madre: “Ella me engendró sea con su carne para que viniera a la luz del tiempo, sea con su corazón, para que naciera a la luz de la eternidad”. Esa frase de San Agustín describe el corazón en gracia de Santa Mónica: no deseaba para sus hijos éxitos terrenos, títulos, honores mundanos, reconocimientos de los hombres; solo deseaba aquello que es más importante y es la conversión del corazón a Nuestro Señor Jesucristo, porque esto asegura la vida eterna. Santa Mónica es ejemplo de esposa y de madre, porque con sus oraciones, ayunos y sacrificios, ofrecidos sin cesar durante treinta años, obtuvo la conversión de su esposo y la de sus hijos, entre ellos, San Agustín. Entonces, al recordarla en su día, le pidamos a Santa Mónica que interceda por nosotros para que, al igual que ella, solo deseemos llegar a la vida eterna en el Reino de los cielos, para adorar por toda la eternidad al Cordero de Dios, Jesucristo y que también sepamos rezar, ayunar y ofrecer sacrificios por la conversión de nuestros seres queridos y la de todo prójimo, para que todos adoremos por siempre al Hombre-Dios Jesucristo en el Reino celestial.

 



[1] Cfr. https://www.corazones.org/santos/monica.htm ; Butler, Vidas de los Santos; Sálesman, Eliecer, Vidas de Santos. 


viernes, 19 de julio de 2024

San Expedito nos enseña a vencer las tentaciones del Demonio

 




         Como todos sabemos, a San Expedito se le apareció el Demonio bajo la forma de un cuervo negro y lo comenzó a tentar, diciéndole que postergara la conversión para “mañana”, pero San Expedito, alzando la Santa Cruz en alto, dijo en voz alta: “¡Hoy!”, es decir, “¡Hoy me convertiré y no mañana!”.

         En nuestros días, el Demonio también se manifiesta, pero no como cuervo negro, sino bajo la Nueva Era, que tiene a su vez muchas maneras de manifestarse. Algunas de estas son: la numerología, los viajes astrales, las hadas, los duendes, el coaching, la piramidología, las devociones neo-paganas como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, que es el Demonio en persona; los ángeles de la Nueva Era, llamados Azrael, Uzbel, etc.; las sectas como los umbandas, los espiritistas; el ocultismo, el satanismo, la brujería, la Wicca o brujería moderna; amuletos como la cinta roja para la envidia, el ojo turco, la mano de Fátima, el árbol de la vida; la adivinación; el tarot, los mal llamados “juegos”, porque no son juegos, sino invocaciones de espíritus de muertos o de demonios del infierno, como el Charlie-Charlie, el juego de la copa, el juego del espejo, el tablero ouija, Mary blood o María sangrienta; la antroposofía, la metafísica, la gnosis; las ideologías anticristianas como el comunismo, el socialismo, el marxismo ateo, el ateísmo, el liberalismo; las guerrillas subversivas armadas; el narcotráfico, los atrapasueños, los libros de auto-ayuda o auto-control, que prescinden de los sacramentos, de la gracia, de la Iglesia y de Jesucristo; la masonería; el yoga, el biomagnetismo, la biodecodificación, la bioneuroemoción; las misas negras, el budismo, la magia oriental y asiática; el esoterismo, la cábala judía, sectas falsamente católicas como el Centro Mariano Aurora, muy presentes en internet, vestidos como católicos, pero con lenguaje y mensaje de la Nueva Era, anticristiano; los ovnis, los chamanes, las ciencias ocultas y muchas otras manifestaciones anticristianas y satánicas.

         Frente a todas estas manifestaciones demoníacas, hagamos como San Expedito: levantemos en alto la Santa Cruz de Jesús y pidamos a Nuestro Señor Jesucristo ser iluminados por su gracia y su Verdad, para no caer en las tinieblas del error, de la herejía y de las sectas.


viernes, 14 de junio de 2024

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

 



En una de sus apariciones, el Sagrado Corazón le muestra a Santa Margarita María de Alacquoque precisamente su Corazón, al cual sostenía entre sus manos y tenía las siguientes características, según la santa: el Corazón era translúcido, estaba envuelto en llamas, estaba rodeado por una corona de espinas, tenía una herida por la cual manaba sangre, en su vértice sobresalía una cruz.

         Analicemos brevemente cada uno de estos elementos.

         La transparencia del Sagrado Corazón indica que Dios es puro, en todo sentido, ya Él es la Pureza Increada; por lo tanto, nada manchado de impureza puede entrar en Él ni sostenerse en su Presencia. La transparencia del Sagrado Corazón, semejante a un cristal inmaculado, significa que Dios Uno y Trino es en Sí mismo la Pureza Increada, la Verdad Increada, y por lo tanto, ni la impureza ni el error, ni la mentira ni la herejía, pueden permanecer ni un instante ante Él. Quien desee estar ante el Sagrado Corazón, quien desee poseer al Sagrado Corazón, debe ser transparente, puro en cuerpo y alma, tal como lo es el Sagrado Corazón.

         Las llamas que envuelven al Sagrado Corazón representan al Espíritu Santo, el Divino Amor, que une al Padre y al Hijo desde la eternidad; es el Espíritu de Amor que el Padre dona al Hijo desde la eternidad y que el Hijo dona al Padre también desde la eternidad. Quien quiera darse una idea de cómo es este horno ardiente de caridad, que quema pero que no provoca dolor, sino un intenso ardor de amor y de felicidad, imagine a los tres jóvenes que fueron arrojados al horno ardiente por Nabucodonosor, los cuales, a pesar de estar inmersos en un horno de fuego, no sufrieron quemazón ni ardor alguno, al estar protegidos por el Ángel de la guarda. Si entramos en el Sagrado Corazón de Jesús, escucharemos el crepitar de las llamas del Divino Amor, pero no seremos abrasados ni quemados por este Fuego del Divino Amor, porque este Fuego Sagrado no solo no provoca dolor, sino que hacer arder al alma en el santo ardor del Amor Divino.

         Las espinas de la corona que rodean al Sagrado Corazón no son simbólicas, sino reales y estas nos corresponden a nosotros, porque somos nosotros los autores de dicha corona: son nuestros los que se materializan en las espinas de la corona que rodea y estrecha al Sagrado Corazón. Y decimos que no son simbólicas sino lastimosamente reales, porque el Sagrado Corazón está vivo; esto significa que a cada latida del Sagrado Corazón, que está compuesto por dos movimientos, uno de contracción -sístole- y uno de relajación -diástole- el Sagrado Corazón sufre dolores inenarrables por las espinas que son nuestros pecados materializados: en la sístole, las espinas se retiran del músculo cardíaco, provocándole un dolor desgarrador, como cuando se retira una espada que ha atravesado un músculo; en la diástole, el Sagrado Corazón sufre un dolor lacerante, como cuando la espada se introduce con su frío acero en el músculo, atravesándolo de lado a lado, cortando sus fibras musculares, sus nervios y sus vasos sanguíneos, provocándoles una profusa herida sangrante.

         La cruz que está en la cima del Sagrado Corazón significa que, para poder alcanzar al Sagrado Corazón, para poder llegar al Sagrado Corazón, es necesario subir a la Santa Cruz de Jesús, porque es allí donde se encuentra, de la misma manera a como un fruto exquisito se encuentra entre las ramas de un árbol frondoso y para llegar a ese fruto hay que subir al árbol, así sucede con el fruto exquisito del Sagrado Corazón: se encuentra pendiente entre las ramas del Árbol de la Vida que es la Santa Cruz de Jesús, el Único Árbol de la Vida y si queremos gozarnos de sus dulzuras y delicias, pues debemos entonces subirnos al Árbol de la Vida, la Santa Cruz de Jesús, para saborear las dulzuras sin igual del fruto exquisito del Árbol de la Cruz, el Sagrado Corazón de Jesús. Y también, así como para adquirir sabiduría, debemos estudiar con ahínco, para lograr la tan anhelada sabiduría, así también debemos estudiar la Sabiduría de la Cruz, para lograr la Sabiduría que nos proporciona el Sagrado Corazón de Jesús. Éstas son las razones entonces por las que está la Santa Cruz de Jesús en el vértice del Sagrado Corazón.

         Por último, el Costado traspasado del Corazón de Jesús, herida provocada por el frío y duro hierro afilado que laceró el tierno músculo del Corazón del Redentor y por el cual brotó “Sangre y Agua”, tal y como lo describe el Evangelio, significan que las compuertas de los cielos eternos, cerradas hasta entonces por el pecado original de Adán y Eva y que se transmite desde entonces de generación en generación, ahora están abiertas, para derramar sobre los hombres un océano de gracias infinitas de Misericordia Divina, en el cual los hombres pueden lavar sus pecados para así ver borradas sus culpas en el Sacramento de la Penitencia y pueden beber de la Sangre del Cordero, para así embriagarse con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.


jueves, 13 de junio de 2024

San Antonio de Padua, presbítero y Doctor de la Iglesia

 


San Antonio de Padua, presbítero y Doctor de la Iglesia, en uno de sus sermones, habla acerca del “don de lenguas”[1]. Ahora bien, contrariamente a lo que se pueda pensar en primera instancia, cuando San Antonio habla de “don de lenguas”, no se refiere a hablar en un lenguaje incomprensible para los demás o para uno mismo; no se refiere a hablar en un idioma del cual uno nunca ha hablado y que por inspiración del Espíritu Santo ahora lo está hablando. San Antonio de Padua, cuando habla de “don de lenguas”, habla de otra cosa muy distinta, habla de las obras de misericordia, que deben acompañar a la prédica de la Palabra de Dios, de manera tal que para el santo la Palabra de Dios tiene fuerza cuando va acompañada de las obras de misericordia[2].

Dice así San Antonio de Padua: “El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y por esto el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo”. Entonces, para San Antonio, el que obra obras buenas -humildad, pobreza, paciencia, obediencia- son “palabras” dictadas por el Espíritu Santo, con las cuales el alma “habla” a los demás a través de su conducta, a través de su obrar; muchas veces, dice el santo, hablamos mucho, de Dios, del Evangelio, de la Iglesia, pero estamos vacíos de obras buenas y esto es causa de maldición divina, así como Jesús maldijo a la higuera, llena de hojas pero sin frutos. El cristiano que habla mucho pero no tiene obras es como esa higuera, frondosa pero sin frutos. Luego San Antonio cita a San Gregorio: “La norma del predicador -dice san Gregorio- es poner por obra lo que predica”. Y luego continúa: “En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras. Pero los apóstoles hablaban según les hacía expresarse el Espíritu Santo. ¡Dichoso el que habla según le hace expresarse el Espíritu Santo y no según su propio sentir! Porque hay algunos que hablan movidos por su propio espíritu, roban las palabras de los demás y las proponen como suyas, atribuyéndolas a sí mismos. De estos tales y de otros semejantes dice el Señor por boca de Jeremías: Aquí estoy yo contra los profetas que se roban mis palabras uno a otro. Aquí estoy yo contra los profetas -oráculo del Señor- que manejan la lengua para echar oráculos. Aquí estoy yo contra los profetas de sueños falsos -oráculo del Señor-, que los cuentan para extraviar a mi pueblo, con sus embustes y jactancias. Yo no los mandé ni los envié, por eso son inútiles a mi pueblo -oráculo del Señor”-. San Antonio hace una comparación entre los Apóstoles, que hablaban -es decir, hacían obras buenas, obras de misericordia- según les dictaba el Espíritu Santo, y muchos cristianos, entre los que debemos procurar no contarnos nosotros, que hablan -hacen obras- no según el Espíritu Santo, sino según su propia vanagloria, o peor aún, “roban las obras de los demás” y se las atribuyen a sí mismos; contra estos tales advierte el Señor por medio del profeta Jeremías, porque de Dios nadie se burla.

Por último, finaliza San Antonio de Padua animándonos a dejarnos guiar por el Espíritu Santo, para que hablemos -es decir, hagamos obras- según el querer de Dios y no según nuestro propio querer, para que actuemos movidos por su gracia y no por nuestra propia voluntad, para que el Espíritu Santo nos conceda el don de la contrición, del arrepentimiento perfecto de nuestros pecados, de manera tal que, hablando con las obras dictadas por el Espíritu Santo aquí en la tierra, seamos considerados dignos de contemplar a la Trinidad y al Cordero en los cielos por toda la eternidad. Dice así el santo: “Hablemos, pues, según nos haga expresarnos el Espíritu Santo, pidiéndole con humildad y devoción que infunda en nosotros su gracia, para que completemos el significado quincuagenario del día de Pentecostés, mediante el perfeccionamiento de nuestros cinco sentidos y la observancia de los diez mandamientos, y para que nos llenemos de la ráfaga de viento de la contrición, de manera que, encendidos e iluminados por los sagrados esplendores, podamos llegar a la contemplación del Dios Uno y Trino”.



[1] Cfr. De los Sermones de san Antonio de Padua, presbítero
(I, 226).