San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 3 de septiembre de 2024

San Gregorio Magno

 


San Gregorio Magno

Vida de santidad[1],.

Nació en Roma alrededor del año 540. A los treinta y cuatro años, el emperador Justino lo nombró, en el año 574, magistrado principal de Roma. San Gregorio Magno es el cuarto y último de los Doctores de la Iglesia Latina. Defendió la supremacía del Papa y trabajó por la reforma del clero y la vida monástica. Además, combatió la herejía nestoriana, que se caracterizaba por colocar en Nuestro Señor Jesucristo una dualidad de personas, divina y humana, lo cual es contraria a la doctrina católica. Ingresó en el monasterio a los treinta y cinco años y fue nombrado legado pontificio en Constantinopla. Fue escogido unánimemente Papa por los sacerdotes y el pueblo el 3 de septiembre del año 590, ejerciendo su cargo como verdadero pastor tanto en su modo de gobernar como en la propagación y consolidación de la fe. Mantenía contacto con todas las iglesias y a pesar de las dificultades que se presentaron, contribuyó con magníficas obras que embellecieron a la Liturgia de la Misa y al Oficio, además de escribir obras sobre teología moral y dogmática. Murió el 12 de Marzo del año 604.

Mensaje de santidad.

Dentro de su vasto mensaje de santidad, se encuentra uno de sus escritos, llamado “Cristo, el buen pastor”[2], en el que reflexiona sobre el párrafo en el que el Señor Jesús se llama a Sí mismo “Buen Pastor”. Dice así San Gregorio Magno, citando a Nuestro Señor Jesucristo: “Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas, es decir, que las amo, y las mías me conocen. Habla, pues, como si quisiera dar a entender a las claras: “los que aman vienen tras de mí”. Pues el que no ama la verdad es que no la ha conocido todavía”. Para San Gregorio Magno, el lenguaje en el que hablan el Buen Pastor Jesucristo y sus ovejas y el lenguaje que demuestra que el Buen Pastor y sus ovejas se entienden, es el Amor: “los que me aman, vienen tras de Mí”.

Por eso después, más adelante, en el mismo escrito, dice San Gregorio Magno: “Acabáis de escuchar, queridos hermanos, el riesgo que corren los pastores; calibrad también, en las palabras del Señor, el que corréis también vosotros. Mirad si sois, en verdad, sus ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis, digo, no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras. Porque el mismo Juan evangelista, que nos dice lo que acabamos de oír, añade también: Quien dice: “Yo le conozco”, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso”. Es decir, aquí San Gregorio Magno advierte a los pastores de almas que no basta conocer al Señor por la fe, sino también por las obras y las obras son obras de misericordia, obras de amor misericordioso, porque quien no obra la misericordia, se engaña a sí mismo y engaña a los demás si dice que conoce al Señor Jesús, pero no obra en el amor de misericordia; quien dice: “Yo le conozco”, pero no es misericordioso, es un mentiroso, dice San Gregorio Magno, basándose en las Sagradas Escrituras y aquí vemos la gran importancia de las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales.

Luego continúa San Gregorio Magno: “Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: “Igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente: “La prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir, en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre. San Gregorio Magno cita al mismo Jesús, quien no solo dice de palabras que ama, sino que da Él mismo el ejemplo de cómo amar al extremo, entregando su propia vida en la cruz, por amor al Padre y también, por lo tanto, por amor a los hombres, en obediencia al Padre por amor, y para la salvación de los hombres, por amor. Es decir, Nuestro Señor Jesucristo da el supremo ejemplo de amor al sacrificar su vida en la cruz, por amor al Padre y por amor a los hombres y es así como los hombres debemos imitar a Nuestro Señor Jesucristo, no quedándonos en meras palabras y no amando con cosas superfluas, sino al extremo de dar la vida, como lo hizo Nuestro Señor Jesucristo, según nos enseña San Gregorio Magno.

Por último, San Gregorio Magno nos recuerda cuál es el premio que el mismo Jesucristo, Sumo Pastor, Pastor Eterno y Buen Pastor, tiene reservado para quien lo imita en el dar la vida por amor, tal como lo hizo Él en la cruz y es la vida eterna, la visión beatífica de la Trinidad en el Reino de los cielos: “Y de nuevo vuelve a referirse a sus ovejas diciendo: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y un poco antes había dicho: Quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. O sea, tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrara pastos en el eterno descanso. Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable? Los pastos de los elegidos son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la mente se sacia eternamente. Busquemos, por tanto, hermanos queridísimos, estos pastos, en los que podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto, nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en camino. Que ninguna adversidad pueda alejarnos del júbilo de la solemnidad interior, puesto que cuando alguien desea de verdad ir a un lugar, las asperezas del camino, cualesquiera que sean, no pueden impedírselo. Que tampoco ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía”. Nos advierte San Gregorio Magno que ninguna prosperidad material, por brillante, colorida, atractiva y seductora que parezca, nos aparte del camino de la Cruz, el Camino del Calvario, el único Camino que nos conduce a las Praderas Eternas del Reino de los cielos, las Praderas que nos conducen a las Mansiones del Padre de Jesús, al que llegamos si el Espíritu Santo nos sube a la Cruz y por la Cruz, al seno del Padre en el Reino del Cielo.

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