San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 18 de noviembre de 2019

Santa Isabel de Hungría


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          Vida de santidad[1].

A los 15 Isabel años fue dada en matrimonio por su padre el Rey de Hungría al príncipe Luis VI de Turingia, con el cual tuvo tres hijos. Se amaban tan intensamente que ella llegó a exclamar un día: “Dios mío, si a mi esposo lo amo tantísimo, ¿Cuánto más debiera amarte a Ti?”. Su esposo no ponía reparos a la costumbre de Isabel de dar a los pobres todo lo que encontraba en su casa. Él solía decir: “Cuanto más demos nosotros a los pobres, más nos dará Dios a nosotros”. Una vez se encontró un leproso abandonado en el camino, y no teniendo otro sitio en dónde colocarlo por el momento, lo acostó en la cama de su marido que estaba ausente. Llegó este inesperadamente y le contaron el caso. Se fue furioso a regañarla, pero al llegar a la habitación, vio en su cama, no el leproso sino un hermoso crucifijo ensangrentado. Recordó entonces que Jesús premia nuestros actos de caridad para con los pobres como hechos a Él mismo.
Cuando Isabel tenía apenas veinte años su esposo murió en una de las Cruzadas a Tierra Santa; Santa Isabel, con gran dolor, aceptó con resignación cristiana la voluntad de Dios y desde entonces, rechazando otras ofertas de matrimonio, se dedicó a vivir en la pobreza y a dedicarse al servicio de los más pobres y desamparados.
Sin embargo, un día su suerte cambió radicalmente, puesto que el sucesor de su marido la desterró del castillo y tuvo que huir con sus tres hijos, desprovistos de toda ayuda material. Y así, aquella que cada día daba de comer a 900 pobres en el castillo, ahora no tenía quién le diera para el desayuno. Pero Isabel nunca dejó de confiar en Dios y fe así que poco tiempo más tarde el Rey de Hungría consiguió que le devolvieran los bienes que le pertenecían como viuda, y con ellos construyó un gran hospital para pobres, y ayudó a muchas familias necesitadas. Un día, cuando todavía era princesa, fue al templo vestida con los más exquisitos lujos, pero al ver una imagen de Jesús crucificado pensó: “¿Jesús en la Cruz despojado de todo y coronado de espinas, y yo con corona de oro y vestidos lujosos?”. Nunca más volvió con vestidos lujosos al templo de Dios; como consecuencia de esto, un Viernes Santo, después de las ceremonias, cuando ya habían desvestido los altares en la iglesia, se arrodilló ante uno y delante de varios religiosos hizo voto de renuncia de todos sus bienes y voto de pobreza, como San Francisco de Asís, y consagró su vida al servicio de los más pobres y desamparados. Cambió sus vestidos de princesa por un simple hábito de tela burda y ordinaria de hermana franciscana y los últimos cuatro años de su vida –murió joven, a los veinticuatro años- se dedicó a atender a los pobres enfermos del hospital que había fundado. Se propuso recorrer calles y campos pidiendo limosna para sus pobres, y vestía como las mujeres más pobres del campo. Vivía en una humilde choza junto al hospital. Tejía y hasta pescaba, con tal de obtener con qué compararles medicinas a los enfermos.
Tenía un director espiritual que, para ayudarla en su camino a la santidad, la trataba duramente. Ella exclamaba: “Dios mío, si a este sacerdote le tengo tanto temor, ¿cuánto más te debería temer a Ti, si desobedezco tus mandamientos?”.
Cuando apenas cumplía 24 años, el 17 de noviembre del año 1231, pasó de esta vida a la eternidad. A sus funerales asistieron el emperador Federico II y una multitud tan grande formada por gentes de diversos países y de todas las clases sociales, que los asistentes decían que no se había visto ni quizá se volvería a ver en Alemania un entierro tan concurrido y fervoroso como el de Isabel de Hungría, la patrona de los pobres.
El mismo día de la muerte de la santa, a un hermano lego se le destrozó un brazo en un accidente y estaba en cama sufriendo terribles dolores. De pronto vio a parecer a Isabel en su habitación, vestida con trajes hermosísimos. Él dijo: “¿Señora, Usted, que siempre ha vestido trajes tan pobres, por qué ahora tan hermosamente vestida?”. Y ella sonriente le dijo: “Es que voy para la gloria. Acabo de morir para la tierra. Estire su brazo que ya ha quedado curado”. El paciente estiró el brazo que tenía totalmente destrozado, y la curación fue completa e instantánea. Dos días después de su entierro, llegó al sepulcro de la santa un monje cisterciense el cual desde hacía varios años sufría un terrible dolor al corazón y ningún médico había logrado aliviarle de su dolencia. Se arrodilló por un buen rato a rezar junto a la tumba de la santa, y de un momento a otro quedó completamente curado de su dolor y de su enfermedad. Estos milagros y muchos más, movieron al Sumo Pontífice a declararla santa, cuando apenas habían pasado cuatro años de su muerte.

Mensaje de santidad.

Tal vez el mensaje de santidad lo podemos descubrir en dos afirmaciones de quienes conocieron a la santa. Un sacerdote de aquella época escribió: “Afirmo delante de Dios que raramente he visto una mujer de una actividad tan intensa, unida a una vida de oración y de contemplación tan elevada”. El mismo emperador Federico II afirmó: “La venerable Isabel, tan amada de Dios, iluminó las tinieblas de este mundo como una estrella luminosa en la noche oscura”. Es decir, Santa Isabel de Hungría, siendo noble de nacimiento y muy rica en bienes materiales, eligió, por amor a Cristo, despojarse de la nobleza terrena para adquirir la nobleza que da la gracia y eligió además despojarse de sus bienes materiales para darlos a los pobres y así ganar una mansión en el Reino de los cielos. Antes que los honores mundanos de la corte, prefirió el silencio y la oración y antes que disfrutar de los bienes terrenos, prefirió darlos todos a los pobres y servirlos a ellos, viendo en ellos al mismo Cristo crucificado. Santa Isabel de Hungría no sirvió a los pobres por mero altruismo, sino porque en ellos veía a Cristo crucificado, pobre y necesitado de todo. Y Cristo crucificado, recibiendo todo tipo de atenciones en los pobres, le dio a Santa Isabel lo que Él reserva para quienes lo abandonan todo por el Evangelio en esta vida: el Reino de los cielos.





[1] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Isabel_de_Hungr%C3%ADa.htm

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