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En el momento de recibir el llamado de Jesús, San Andrés se encuentra, junto a su hermano Simón, dedicado a sus tareas cotidianas de pescador (cfr. Mt 4, 18-22). El llamado de Jesús a su seguimiento supone para San Andrés –y para todo aquel que es llamado por Jesús, sea al sacerdocio ministerial, sea al sacerdocio bautismal- un cambio radical de vida.
De pescar peces en un mar de agua salada para conseguir el sustento diario, es llamado a pescar almas en el mar de la historia humana, para conseguir su salvación eterna.
Antes del llamado de Jesús, su vida se desarrollaba en los estrechos límites del horizonte humano y sus preocupaciones no iban más allá del trabajo de todos los días, necesario para conseguir el sustento propio y familiar; ahora, luego del llamado, su vida se convierte en una aventura fantástica, que finaliza en la feliz eternidad, en la unión para siempre con las Tres Divinas Personas, y sus preocupaciones humanas, como el sustento diario, pasan a un segundo plano, pues lo que importa es el Pan eucarístico de cada día y la salvación de las almas.
Antes del llamado de Jesús, San Andrés vivía una vida sacrificada, llena de mortificaciones continuas, porque el trabajo como pescador implica la renuncia a la comodidad y el trabajo arduo; luego del llamado, San Andrés, como sacerdote ministerial, como Apóstol, y como seguidor de Cristo, San Andrés es llamado a abrazar la Cruz de Jesús, a vivir en la continua mortificación, y a asociarse a la Pasión y a la muerte martirial de Jesús.
“Ven y sígueme, te haré pescador de hombres”. Todo cristiano, al recibir el Bautismo sacramental, al ser introducido en el Cuerpo Místico de Jesús, está llamado a dejar de lado las ambiciones terrenas y humanas por el deseo de la vida eterna, y a reemplazar el trabajo cotidiano por el trabajo al servicio del Reino de los cielos.
Todo cristiano, sea sacerdote o laico, ha recibido el llamado que recibió San Andrés, y al igual que él, que dejándolo todo siguió a Jesús por el camino de la Cruz, para donar su vida en ella, del mismo modo todo cristiano, sea sacerdote o laico, está llamado a asociarse a Cristo en su Cruz para dejar esta vida con sus asuntos terrenos, para entrar en la feliz eternidad.
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