San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 1 de mayo de 2024

San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia

 



         Vida de santidad[1].

San Atanasio nació en Alejandría de Egipto en el año 295, llegando a ser una de las figuras más preeminentes de los Padres de la Iglesia. Como obispo de la sede de Alejandría, fue un ferviente defensor de la ortodoxia y de la verdadera fe católica durante la denominada “gran crisis arriana”, inmediatamente después del Concilio de Nicea, y aunque pagó su heroica resistencia a la herejía con cinco destierros decretados por los emperadores Constantino, Constancio, Julián y Valente. Pasó sus últimos dos destierros en el desierto, en compañía de sus amigos monjes, para quienes escribió una de sus grandes obras, llamada “Historia de los arrianos”, destinada a arrancar a los fieles de las garras de los falsos pastores. Como esta herejía era tan grave y amenazaba desmoronar el edificio doctrinal de la Iglesia Católica, para enfrentar a esta herejía se celebró el primero de los ecuménicos, en Nicea, ciudad del Asia Menor. Atanasio, que era entonces diácono, acompañó a este concilio a Alejandro, obispo de Alejandría. Con doctrina recta y gran valor sostuvo la verdad católica y refutó a los herejes. El Concilió excomulgó a Arrio y condenó su doctrina arriana. Pocos meses después de terminado el concilio murió san Alejandro y Atanasio fue elegido patriarca de Alejandría. Cuando la autoridad civil quiso obligarlo a que recibiera de nuevo a Arrio en la Iglesia a Arrio a pesar de que este se mantenía en la herejía, pero Atanasio, cumpliendo con gran valor su deber, rechazó tal propuesta y perseveró en su negativa, por lo cual el emperador Constantino, en 336, lo desterró a Tréveris.

Atanasio permaneció dos años en esta ciudad, regresando a Alejandría al morir Constantino, pudo regresar a Alejandría, renovando su lucha contra los arrianos, pero estos lograron que la autoridad civil lo desterrara nuevamente en el año 342. Ocho años más tarde se encontraba de nuevo en Alejandría con la satisfacción de haber mantenido en alto la verdad de la doctrina católica. Pero sus adversarios enviaron un batallón para prenderlo. Providencialmente, Atanasio logró escapar y refugiarse en el desierto de Egipto, donde le dieron asilo durante seis años los anacoretas, hasta que pudo volver a reintegrarse a su sede episcopal; pero a los cuatros meses tuvo que huir de nuevo. Después de un cuarto retorno, se vio obligado, en el año 362, a huir por quinta vez. Finalmente, pasada aquella furia, pudo vivir en paz en su sede. San Atanasio no solo nunca negó la verdadera fe, sino que la defendió hasta el último día de su vida; esto, unido a su santidad y a su recta doctrina teológica, le valió el ser nombrado posteriormente “doctor de la Iglesia Católica”. Luego de los numerosos destierros, regresó a la Iglesia de Alejandría y allí, luego de su heroica lucha en defensa de la recta fe católica, pasó de esta vida a la vida eterna en el año 373.

Mensaje de santidad[2].

         En tiempos de San Atanasio surgió un clérigo llamado Arrio, un sacerdote salido del seno mismo de la Iglesia de Alejandría, el cual, deformando la fe católica revelada por Jesucristo, propagaba la herejía de que Cristo no era Dios por naturaleza. Es decir, Arrio negaba que hubiera igualdad substancial entre el Padre y el Hijo y de esta manera, atacaba el corazón mismo de la fe católica: si Cristo no es Hijo de Dios, y él mismo no es Dios, ¿a qué queda reducida la redención de la humanidad? Arrio negaba así dos dogmas fundamentales de la Iglesia Católica, esto es, que Dios es Uno y Trino -Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo-, siendo las Divinas Personas iguales en majestad, poder, honor, gloria, al poseer las Tres el mismo Acto de Ser divino trinitario y al participar las tres de la misma naturaleza divina; la segunda verdad de fe es la Encarnación del Verbo, es decir, de las Tres Personas divinas, la Segunda, el Verbo de Dios, el Hijo de Dios, se encarnó en el seno purísimo de Santa María Virgen, siendo de esta manera Jesucristo el Hombre-Dios, el Hijo de Dios encarnado. Arrio negaba que Jesucristo fuera Dios, afirmando erróneamente que Jesús no poseía la naturaleza divina, que no era Dios y por lo tanto era solo un hombre. Un hombre santo, pero no Dios Hijo encarnado. La gravedad de esta herejía cristológica se puede apreciar por su extensión hasta la doctrina católica sobre la Eucaristía, doctrina según la cual el Verbo de Dios, el Hijo de Dios, se encarnó en el seno de María Santísima y continúa y prolonga su Encarnación en la Sagrada Eucaristía, en el seno de la Iglesia Católica, el altar eucarístico. Para la Iglesia Católica, entonces, si Cristo es Dios Hijo encarnado, la Eucaristía es el mismo Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Pero si las cosas fueran como Arrio sostenía, es decir, si Cristo no es Dios, entonces la Eucaristía no es Cristo Dios. Esta grave herejía cristológica-eucarística se extendió como reguero de pólvora por toda la Iglesia Católica, dando lugar a la conocida frase: “Me desperté y todo el mundo era arriano”. El mérito de San Atanasio fue doble: por un lado, tuvo la lucidez intelectual necesaria y más que suficiente, porque estaba iluminado por la gracia divina, de detectar el error cristológico-eucarístico de Arrio; por otro lado, su gran valentía, al enfrentarse no solo a la autoridad civil, sino a numerosos clérigos, sacerdotes y obispos católicos, que habían caído en la herejía y que por este motivo lo persiguieron sin descanso, logrando desterrarlo cinco veces. Pero la valentía de San Atanasio, unido a su amor por la Verdad revelada por Jesucristo, hizo que se mantuviera firme en medio de las persecuciones, logrando así que la Verdad sobre Cristo Dios y sobre Cristo Dios en la Eucaristía, brille con todo su esplendor en la Iglesia. Al recordar a este gran santo y Padre de la Iglesia, le pidamos que interceda para que no solo nunca caigamos en el error de negar a Cristo como Dios -lo cual nos llevaría a negar a la Eucaristía como Cristo Dios en Persona-, sino que seamos valientes y firmes en defender esta Verdad Absoluta, la Verdad de Cristo Dios, dogma central de la fe católica.


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