San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 11 de agosto de 2017

Santa Clara de Asís


Vida de santidad[1].

Nació en Asís en 1194. A los dieciocho años se consagró a Cristo haciéndose cortar los cabellos y vistiendo el sayo oscuro de la orden de San Francisco, iniciando así una vida de pobreza radical, renunciando a todo lo que tenía y prometiendo vivir sin poseer nada. Comenzaba de esta manera la Segunda Orden Franciscana: Las Damas Pobres o Clarisas. Esto sucedía en Santa María de los Ángeles (Porciúncula), la iglesia restaurada por San Francisco. En 1228 obtenía del Papa el privilegioum paupertatis de vivir totalmente de limosnas. Vivió la vida consagrada durante cuarenta y tres años, sin salir del convento, alcanzando a ver, en vida, cómo su orden se extendía por España y Europa. Era muy devota de la Eucaristía, y por dos veces logró hacer huir a los sarracenos con solo mostrarles desde la ventana del dormitorio la custodia con el Santísimo Sacramento (1240), o exhortando a las hermanas a la oración, estando totalmente inmovilizada a causa de sus continuos dolores.
Murió en San Damián, a las afueras de Asís, el 11 de Agosto de 1253. Fue canonizada solo dos años después por Alejandro IV. Dejó cuatro cartas, la Regla y el testamento. “Vete en paz ya que has seguido el buen camino; vete confiada, ya que tu creador te ha santificado, custodiado incesantemente y amado con la ternura de una madre con su hijo”. “Oh Dios, bendito seas por haberme creado”. Estas fueron las últimas palabras de una gran mística llena de alegría y de amor a Dios y a los hombres.

         Mensaje de santidad.

Santa Clara vivió el ideal de pobreza, humildad y obediencia de San Francisco de Asís. En el convento, se destacaba por su obediencia, el servicio a los demás y el deseo de negarse a sí misma, para darse a los demás.
San Francisco les reconstruye la capilla de San Damián, lugar donde el Señor le había dicho: “Reconstruye mi Iglesia”. Santa Clara se inspiró en la Comunidad Franciscana, siendo cofundadora con San Francisco en la Orden de las Clarisas. A su pesar, pues su humildad rechazaba los cargos, fue nombrada guía de Las Damas Pobres. Como Madre de la Orden, fue siempre ejemplo vivo del carisma franciscano, viviendo en todo momento atenta a las necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura y su atención de Madre. Acostumbraba tomar los trabajos más difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una. Por el testimonio de las mismas hermanas que convivieron con ella se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus hijas y a las que eran más delicadas les cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba suficiente su cuerpo. Cuando hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de las hermanas lucía más viejo ella lo cambiaba dándole el de ella. Su vida entera fue una completa dádiva de amor al servicio y a la mortificación. Tenía gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo era algo muy evidente y es, precisamente esto, lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor ejemplo que dio a sus hijas y a la Iglesia toda.
Otra virtud que brilló resplandeciente en Santa Clara fue la humildad en el convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y su corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no la utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección. Se exigía más de lo que pedía a sus hermanas. Lavaba los pies a las que llegaban cansadas de mendigar el sustento diario y también a las enfermas y no había trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema humildad. En una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las hermanas, quiso besarlos. La hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie de la hermana y lo besó.
Con su gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer nada más que al Señor pobre, en el Pesebre y en la Cruz; solo deseaba vivir la pobreza de la cruz, y esto lo exigía a todas sus hijas. Por este motivo, para mejor imitar a Cristo pobre en la Cruz y para vivir la pobreza de la Cruz, rechazó toda posesión y renta, y su mayor anhelo era alcanzar de los Papas el “privilegio de la pobreza”, que por fin fue otorgado por el Papa Inocencio III. Para Santa Clara la pobreza de la Cruz era el camino por el que se alcanzaba más perfectamente la unión con Cristo. Luchó constantemente por despegarse de todo aquello que la apartaba del Amor y todo lo que le limitara su corazón de tener como único y gran amor al Señor y el deseo por la salvación de las almas. Al Sumo Pontífice que le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: “Santo padre: le suplico que me absuelva y me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue Jesucristo”. A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: “Mi Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros”.
Santa Clara era sumamente devota de la Eucaristía, y fue la Eucaristía –Jesús, el Hombre-Dios, el Dios de la Eucaridtía- quien la protegió, a ella y sus hermanas de religión, de dos peligros mortales en los que estuvieron a punto de perder la vida, siempre en relación con los sarracenos o musulmanes: el primer episodio ocurrió en el año 1241, cuando los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Al llegar al convento, ubicado en el pedemonte, en el exterior de las murallas de Asís, Santa Clara tomó en sus manos la custodia con la Hostia consagrada y se les enfrentó a los atacantes; estos experimentaron en ese momento una oleada de terror tan espantosa, que huyeron despavoridos. La otra ocasión fue cuando también los musulmanes atacaban la ciudad de Asís para destruirla por completo; Santa Clara y sus monjas oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron sin saber por qué.
Como muestra de que Dios estaba con ella, en su vida ocurrieron otros milagros clamorosos, como el de la multiplicación de los panes: en un momento sucedió que en el convento había solo un pan para que comieran cincuenta hermanas; Santa Clara lo bendijo y, rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan y envió la mitad a los hermanos menores y la otra mitad se la repartió a las hermanas. El pan se multiplicó de tal manera, que todos comieron “hasta saciarse”, lo cual recuerda el milagro de la multiplicación de panes y peces que realizó Nuestro Señor en el Evangelio. Santa Clara dijo entonces: “Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?”. Otro milagro relacionado con los panes ocurrió en ocasión de una de las visitas del Papa al Convento: al llegar el mediodía, Santa Clara invitó a comer al Santo Padre pero el Papa no accedió. Entonces ella le pidió que por favor bendijera los panes para que quedaran de recuerdo, pero el Papa respondió: “Quiero que seas tú la que bendigas estos panes”. Santa Clara le contestó, llevada por su humildad, que hacerlo sería como un irrespeto muy grande de su parte hacer eso delante del Vicario de Cristo. El Papa, entonces, le ordena bajo el voto de obediencia que haga la señal de la Cruz. Ella bendijo los panes haciéndole la señal de la Cruz y al instante quedó la Cruz impresa sobre todos los panes.
Vida consagrada a Dios, oración, penitencia, humildad, obediencia, misericordia para con los más necesitados, pobreza de la Cruz, gran amor a la Eucaristía, estos son los mensajes de santidad de Santa Clara de Asís para nosotros, católicos del siglo XXI.
        
        


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