San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 24 de agosto de 2017

Fiesta de San Bartolomé, apóstol


         Vida de santidad[1].

         A San Bartolomé, apóstol, se lo identifica generalmente con Natanael –se supone que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael, que significa “regalo de Dios”-. Nació en Caná de Galilea, y fue presentado por Felipe a Cristo Jesús en las cercanías del Jordán, donde el Señor le invitó a seguirle, agregándolo a los Doce. Después de la Ascensión del Señor, es tradición que predicó el Evangelio en la India y que allí fue coronado con el martirio, siendo desollado vivo. Es por este motivo que se lo representa con la piel en sus brazos como quien lleva un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo. Muchos autores afirman que el personaje que el evangelista San Juan llama “Natanael”, es el mismo que otros evangelistas llaman “Bartolomé”. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael. El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera: “Jesús se encontró a Felipe y le dijo: “Sígueme”. Felipe se encontró a Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret”. Natanael le respondió: “¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?”. Felipe le dijo: “Ven y verás”. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: “Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Natanael le preguntó: “¿Desde cuándo me conoces?” Le respondió Jesús: “Antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi”. Le respondió Natanael: “Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”. Jesús le contestó: “Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre” (Jn 1, 43).
Desde entonces, San Bartolomé-Natanael fue agregado a los Apóstoles por Nuestro Señor, convirtiéndose el santo en un discípulo incondicional del Hombre-Dios. Con los demás Apóstoles presenció los admirables milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego.

         Mensaje de santidad.

         El legado más preciado que nos deja San Bartolomé es la frase dicha a él por Felipe: “Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret”. San Bartolomé, por medio de Felipe, escucha la noticia más hermosa que una persona pueda jamás recibir en esta vida: escuchar que Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, el Redentor, ha sido encontrado: “Hemos hallado a Jesús de Nazareth”. ¡Cuántos hombres de buena voluntad, nacen en circunstancias en las que no les resulta posible recibir la Buena Noticia de Jesús y son introducidos, por la costumbre del país o de la región donde nacieron, en religiones falsas, en sectas, fundadas por hombres malvados que sólo persiguen su propio ego, cuando no se trata de sectas verdaderamente diabólicas, como las sectas de tipo ocultista! Nosotros, los católicos, tenemos la gracia inapreciable de haber nacido en las circunstancias apropiadas, determinadas por la Divina Providencia, de modo que hemos recibido el Bautismo, la Confirmación y la Comunión Sacramental, todos medios no solo de encuentros personales con el Salvador, sino de unión íntima, profunda, sobrenatural; una unión entre el alma y Nuestro Señor Jesucristo, que es más profunda, sólida y estable que la unión de sangre, porque es la unión por la gracia, que nos hace partícipes de su vida divina. Todavía más, a nosotros no se nos dice, como a San Bartolomé: “Hemos hallado a Jesús de Nazareth”, sino que se nos da, desde el Bautismo, la unión orgánica, viva, real, con Jesús de Nazareth, al ser introducidos por el Bautismo en su Cuerpo Místico y al recibir, desde ese momento, su Espíritu, el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, y esta unión y vida con Él se profundiza –o al menos debería hacerlo- con actos de fe, con la oración, con la confesión sacramental y con cada comunión eucarística. Los católicos, por lo tanto, somos inmensamente más afortunados que los paganos, que no tuvieron la oportunidad de no solo escuchar que "ha sido hallado" el Mesías, sino que tampoco fueron incorporados, de modo orgánico, al Cuerpo Místico del Mesías, el Hombre-Dios, el Redentor, por la gracia santificante, y muchas veces, sino la mayoría, huimos de los sacramentos, como si tuvieran veneno, siendo los sacramentos el instrumento de la gracia que nos une íntimamente a Jesús y nos hace partícipes de su vida divina, y de todas estas faltas, habremos de dar cuenta en el Juicio Particular y en el Juicio Final. A San Bartolomé le anunciaron que habían encontrado a Jesús, y a partir de entonces, su vida cambió para siempre, porque vivió y murió por el Hombre-Dios, permitiendo incluso que le quitaran la piel de este cuerpo destinado a la corrupción, para no perder la vestimenta de la gracia y entrar así en la vida eterna. A nosotros, como vimos, se nos da al Hombre-Dios, en su vida, por la gracia sacramental, y en su Persona, por la comunión eucarística. ¿Somos capaces de dar la vida por Jesús, alejándonos siquiera de las ocasiones de pecar?

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