San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 21 de agosto de 2017

San Pío X


Vida de santidad[1].

José Sarto nació en Riese, poblado cerca de Venecia en el año 1835, en el seno de una familia humilde, siendo el segundo de diez hijos. Ingresó en el seminario y pudo terminar sus estudios gracias a una beca que le consiguió un sacerdote amigo de la familia. Luego de ser ordenado sacerdote, vicepárroco, párroco, canónigo, obispo de Mantua y Cardenal de Venecia y finalmente Papa.
Era de carácter irascible –una vez abofeteó a su hermana que le reprochó el ser quejoso por un dolor de muelas-, aunque trabajó mucho para endulzar su carácter, teniendo como ideal a seguir la frase de Jesús: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. En 1903 al morir León XIII fue convocado a Roma para elegir al nuevo Pontífice. Durante la elección los Cardenales se inclinaron en principio y por mayoría por el Cardenal Rampolla, sin embargo el Cardenal de Checoslovaquia anunció que el Emperador de Austria no aceptaba al Cardenal Rampolla como Papa y tenía el derecho de veto en la elección papal, por lo que el Cardenal Rampolla retiró su nombre del nombramiento. Reanudada la votación los Cardenales se inclinaron por el Cardenal Sarto quien suplicó que no lo eligieran hasta que una noche una comisión de Cardenales lo visitó para hacerle ver que no aceptar el nombramiento era no aceptar la voluntad de Dios. Aceptó pues convencido de que si Dios da un cargo, da las gracias necesarias para llevarlo a cabo. Eligió el nombre de “Pío”, inspirado en que los Papas que eligieron ese nombre habían sufrido por defender la religión.
Como Papa, se caracterizó por tener tres grandes virtudes: pobreza, humildad y bondad. Con respecto a la pobreza, como Papa fue asistido solo por sus dos hermanas, las cuales vivieron pobremente después de la muerte del Pontífice, debido a que éste no tenía propiedad ni dinero alguno. Vivió radicalmente la verdadera pobreza, la pobreza de la Cruz, la pobreza digna que rechaza los bienes materiales porque elige los bienes eternos; la pobreza que consiste en poseer materialmente sólo lo que conduzca al Reino de Dios, como Jesús, cuyos bienes materiales eran sólo los tres clavos de hierro, la corona de espinas, el leño de la cruz, el lienzo para cubrir su humanidad, y el cartel que decía en griego, hebreo y latín: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. Con respecto a la humildad, el Papa Pío X se consideró siempre indigno del cargo de Papa, además de no permitir lujos excesivos en sus recámaras y de no permitir un trato especial a sus hermanas, por el solo hecho de ser “hermanas del Papa”. La otra virtud que lo caracterizó fue la bondad: como vimos, no tenía un buen carácter y con frecuencia se dejaba llevar por la irascibilidad, aunque se propuso imitar a Jesús, “manso y humilde de corazón”, logrando tal propósito, pues siendo Papa, siempre estaba de buen genio y dispuesto a mostrarse como padre bondadoso con quien necesitara de él.
Dentro de sus obras se destacan la fundación del Instituto Bíblico, destinado a perfeccionar las traducciones de la Biblia; la creación de una comisión encargada de ordenar y actualizar el Derecho Canónico, y la promoción del estudio del Catecismo, por lo que luego fue nombrado “Patrono de los catequistas”.
También se destaca su combate –intelectual y espiritual- contra dos grandes herejías en boga en esa época: el Modernismo y el Jansenismo. Para combatir al Modernismo, escribió la encíclica llamada “Pascendi Dominici Gregis” (8 de septiembre de 1807), mediante la cual afirmaba que los dogmas son inmutables y que la Iglesia sí tiene autoridad para dar normas de moral (Lerins dice que el dogma; la otra herejía que combatió fue la del Jansenismo que sostenía equivocadamente que la Primera Comunión se debía retrasar lo más posible; en contraposición Pío X decretó la autorización para que los niños pudieran recibir la comunión desde el momento en que entendían quien está en la Santa Hostia Consagrada, lo cual ocurre, en el ser humano, a partir de la edad de siete años, con el inicio del uso de la razón. Este decreto le valió ser llamado el “Papa de la Eucaristía”.
Murió el 21 de agosto de 1914 después de once años de pontificado.

Mensaje de santidad.

Dentro de sus múltiples virtudes, podemos considerar que el combate contra el Modernismo fue uno de los más valiosos legados que nos dejó este santo pontífice. Podría pensarse que, al definir que un dogma no puede ser modificado, el Papa Pío X convirtió a la religión en una estructura “fija”, “inmóvil”, “inerte”, sin capacidad de progreso. Sin embargo, nada de esto es verdad, pues la definición de inmutabilidad del dogma se debe interpretar según las consideraciones de San Vicente de Lerins[2], en el sentido de que un dogma, efectivamente, no puede ser modificado, aunque sí puede haber progresos en su interpretación, a condición de que no se trate de modificación alguna: “Quizá alguien diga: ¿ningún progreso de la religión es entonces posible en la Iglesia de Cristo? Ciertamente que debe haber progreso, ¡Y grandísimo! ¿Quién Podría ser tan hostil a los hombres y tan contrario a Dios que intentara impedirlo? Pero a condición de que se trate verdaderamente de progreso por la fe, no de modificación. Es característica del progreso el que una cosa crezca, permaneciendo siempre idéntica a sí misma; es propio, en cambio, de la modificación que una cosa se transforme en otra. Así, pues, crezcan y progresen de todas las maneras posibles la inteligencia, el conocimiento, la sabiduría, tanto de la colectividad como del individuo, de toda la Iglesia, según las edades y los siglos; con tal de que eso suceda exactamente según su naturaleza peculiar, en el mismo dogma, en el mismo sentido, según una misma interpretación. Que la religión de las almas imite el modo de desarrollarse los cuerpos, cuyos elementos, aunque con el paso de los años se desenvuelven y crecen, sin embargo permanecen siendo siempre ellos mismos. […] Estas mismas leyes de crecimiento debe seguir el dogma cristiano, de modo que con el paso de los años se vaya consolidando, se vaya desarrollando en el tiempo, se vaya haciendo más majestuoso con la edad, pero de tal manera que siga siempre incorrupto e incontaminado, íntegro y perfecto en todas sus partes y, por así decir, en todos sus miembros y sentidos, sin admitir ninguna alteración, ninguna pérdida de sus propiedades, ninguna variación en lo que está definido”.




[1] Cfr. https://www.ewtn.com/spanish/saints/pio_x.htm
[2] Conmonitorio, n. 23.

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