De San Andrés dice así San Juan Crisóstomo: “Después de
haber estado con Jesús y haber aprendido de él muchas cosas, no guardó para sí
este tesoro, sino que se apresuró a acudir a su hermano, para hacerle partícipe
de su dicha. Fijémonos en lo que dice a su hermano: “Hemos encontrado al Mesías”
(traducido, quiere decir “Cristo”)”[1].
Es decir, San Ambrosio dice dos cosas de San Andrés: que
encontró a Jesús, el Mesías –que era lo que esperaban los justos del Antiguo
Testamento- y que, luego de haberlo encontrado, fue a comunicar a su hermano
Pedro de su hallazgo. Lo sucedido a San Andrés es el hecho más hermoso,
sorprendente, grandioso y maravilloso que pueda sucederle a una persona en esta
vida, porque significa encontrar a Aquel a quien los ángeles en el cielo se
postran en adoración y, extasiados en el amor, cantan alabanzas e himnos de
adoración; San Andrés, iluminado por el Espíritu Santo, encontró a Aquel que es
la Sabiduría de Dios encarnada, Cristo Jesús; encontró a la Palabra de Dios
hecha hombre, que por estar unida a una naturaleza humana, se comunicaba con
los hombres con su mismo lenguaje, revelándoles el camino de la eterna
salvación por medio de palabras humanas en las que estaba contenida la Divina
Sabiduría; San Andrés encontró al Hijo de Dios encarnado, que era invisible,
que era Dios como el Padre y que habitaba en una luz inaccesible, pero que por
la Encarnación en el seno virgen de María, se hizo visible, sensible y audible
para los hombres, para que los hombres pudieran contemplar la gloria de Dios oculta
en una naturaleza humana. Pero debido a que el Hijo de Dios es Vida Increada y
comunica de su vida divina y su Divino Amor a los hombres, San Andrés, encendido
en su corazón por el fuego de este Divino Amor, fue a comunicarlo a su hermano
Pedro, y es por esto que dijo: “Hemos encontrado al Mesías”.
Ahora bien, todo cristiano, al contemplar la Eucaristía con
la luz del Espíritu Santo y con la fe de la Iglesia Católica, debería decir
también, junto con San Andrés: “Hemos encontrado al Mesías”, porque la
Eucaristía es el mismo Mesías, el mismo Cristo Jesús encontrado por San Andrés,
sólo que ahora ha pasado ya por su misterio pascual salvífico de muerte y
resurrección y se encuentra oculto, bajo apariencia de pan, en la Hostia
consagrada. Y, como San Andrés, todo cristiano que adora la Eucaristía, es
decir, al Cordero de Dios oculto en las especies eucarísticas, movido por el
Divino Amor, debería gritar desde las azoteas al mundo entero: “¡Hemos
encontrado al Mesías, Cristo Jesús, y está en la Eucaristía!”.
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