Vida de santidad.
Miguel
Agustín Pro Juárez, nació el 13 de enero de 1891 en la población minera de
Guadalupe, Zacatecas, tercero de once hermanos e hijo de Miguel Pro y Josefa
Juárez. El 19 de agosto de 1911, ingresa al Noviciado de la Compañía de Jesús
en El Llano, Michoacán, luego de unos Ejercicios hechos con jesuitas y de haber
madurado lentamente la decisión[1]. Tenía
veinte años. En esta época contrajo una enfermedad mortal, la cual supo siempre
ocultar muy bien detrás de su rostro alegre[2].
El buen humor del beato Miguel no fue, sin embargo, un obstáculo para que fuera
un novicio y religioso ejemplar en la observación de la Regla y de sus
estudios. Luego de concluir sus estudios eclesiásticos, fue ordenado sacerdote
el 31 de agosto de 1925.
Para
esa época, ya se había desatado la persecución –política e incruenta primero,
armada y cruenta después- por parte del gobierno laicista y masónico que, con
el presidente Calles como uno de los principales instigadores del odio contra
la Iglesia Católica, intentaba desterrar a la Iglesia de México y a Jesucristo
de la mente y el corazón de los mexicanos. Utilizando a la policía y a los
legisladores, el presidente Calles mandaba arrestar a los católicos practicantes
y en especial a sus líderes, sean civiles o eclesiásticos, a los que luego de torturar
para que apostataran, mandaba asesinarlos a sangre fría. Por su parte, el
heroico pueblo mexicano resistió ante los ultra-laicistas y liberales masónicos
que pretendían despojarlo de lo más valioso que tenían, la fe en Jesucristo y
la libre práctica de su culto religioso. Las posiciones se endurecieron en
ambos lados, obligando a los católicos mexicanos a vivir, como en los primeros
siglos de la Iglesia, como si estuvieran en las catacumbas, puesto que la
identificación pública a la Iglesia Católica, sea como seglar o como religioso,
equivalía a una segura pena de muerte.
En
ese entonces, el Padre Pro, que se encontraba muy delicado de salud, había
viajado a Europa para visitar el santuario de la Inmaculada Concepción en
Lourdes y cuando regresó, se encontró con este panorama de durísima persecución
desencadenada por el gobierno masónico y la república contra la Iglesia
Católica. Sin embargo, lo sucedido en el santuario de Lourdes se relaciona
directamente con el martirio del Beato, porque estando el Padre Pro con una
situación delicada de salud como en la que se encontraba, no se explica
humanamente que haya podido afrontar las penurias de su estadía en México
primero y el martirio después, sin la asistencia especialísima de la Virgen. Es
el mismo Beato Pro quien le adjudica a la Virgen estas fuerzas sobrenaturales
con las que, por un lado, consolará y fortalecerá al pueblo mexicano, duramente
perseguido y probado en la fe y, por otra, el martirio al que estaba llamado. Con
relación a su visita a María Santísima en la Gruta de las Apariciones en
Lourdes, decía así el Padre Pro: “Ha sido uno de los días más felices de mi
vida... No me pregunte lo que hice o qué dije. Sólo sé que estaba a los pies de
mi Madre y que yo sentí muy dentro de mí su presencia bendita y su acción”. Será
esta experiencia mística mariana la que le dará la salud necesaria para viajar
a México y la fortaleza para ofrendar su vida por Jesucristo. En efecto, a
pesar de su delicado estado de salud, el Padre Pro realizó un trabajo
extenuador por doble partida: porque debía soportar la presión que significaba
el estar constantemente buscado por el gobierno, por un lado y, por otro, los
continuos desplazamientos, cambios de horario, celebraciones de Misa,
Confesiones, Bautismos, etc., en horarios no convencionales, y la asistencia a
una enorme cantidad de fieles –por ejemplo, los primeros viernes, día del
Sagrado Corazón, el número de comuniones sobrepasaba los 1200-, la permanente
movilización y cambio de lugar de residencias, con el fin de evitar el ser
detectado por el gobierno, etc. Si un individuo de mediana salud no hubiera
podido llevar este intenso despliegue, mucho menos el Padre Miguel, enfermo
como estaba, lo cual refuerza la creencia de que fue la Virgen María en Persona
quien lo asistió en todo momento[3].
Al
regresar a México y encontrarse con esta grave situación de persecución
religiosa, el Padre Pro ideó y organizó una serie de artimañas con el fin de
eludir el control policial del Estado y así poder administrar los sacramentos a
los católicos que se mantenían fieles a la fe de Jesucristo. Organizó lo que
llamó “Estaciones de Comunión” a lo largo de toda la ciudad, las cuales
consistían en casas de laicos fieles adonde los cristianos acudían para recibir
al Señor en la Eucaristía. Las Misas se celebraban en distintos puntos de la
ciudad y antes del amanecer, y se disponían vigías que debían estar atentos y
avisar en caso de que se hiciera presente la policía, se comunicaban por
códigos y claves que se cambiaban continuamente, etc. También se organizaban
adoraciones eucarísticas, a las que acudían tanto ricos como pobres en unos
cuartos pequeños para adorar al Señor y luego recibirlo de manos de los
sacerdotes. Quienes deseaban confesarse, tenían que llegar a los lugares
señalados, antes de la Misa; algunas veces a las 5:30 a.m. Era un verdadero
testimonio de fe por parte del pueblo mexicano, obligado a vivir en una Iglesia
de catacumbas, como la de los primeros cristianos.
Mensaje de santidad.
El
movimiento de resistencia de los católicos mexicanos tenía como líder principal
al Padre Pro y como lema: “Viva Cristo Rey”. Se transcurrió en esa situación de
zozobra y tribulaciones cerca de año y medio, hasta que sucedió que el
presidente Calles lo mandó arrestar, acusándolo de haber sido responsable de un
complot y de atentados y acciones revolucionarias contra el gobierno, siendo
todo ello absolutamente falso, pues el verdadero autor, el ingeniero Segura
Vilchis, confesó su autoría, aunque esto no bastó para que el Padre Pro, junto
a sus hermanos y al ingeniero, fueran asesinados sin un juicio previo.
Estando
ya encarcelado, la sentencia de muerte se fijó para el 23 de noviembre de 1927;
camino al lugar de fusilamiento uno de los agentes le preguntó si le perdonaba.
El Padre le respondió: “No solo te perdono, sino que te estoy sumamente
agradecido”. Le dijeron que expusiera su
último deseo. El Padre Pro dijo: “Yo soy
absolutamente ajeno a este asunto... Niego terminantemente haber tenido alguna
participación en el complot”. “Quiero que me dejen unos momentos para rezar y
encomendarme al Señor”. Se arrodilló y dijo, entre otras cosas: “Señor, Tú
sabes que soy inocente. Perdono de corazón a mis enemigos”. Antes de recibir la
descarga, el P. Pro oró por sus verdugos: “Dios tenga compasión de ustedes”; y,
también los bendijo: “Que Dios los bendiga”. Extendió los brazos en cruz. Tenía
el Rosario en una mano y el Crucifijo en la otra. Exclamó: “¡Viva Cristo Rey!”.
Esas fueron sus últimas palabras. Inmediatamente después de la descarga del
pelotón, recibió el tiro de gracia[4].
El
Padre Pro nos enseña, entre otras cosas, el amor al enemigo, incluido aquel
que, en su odio, provoca nuestra muerte, y esto en cumplimiento del mandato del
Señor Jesús: “Amen a sus enemigos”. El Padre Pro no solo perdonó a quienes lo
ejecutaban, sino que les dio las gracias, y eso porque quienes esto hacían,
puesto que lo mataban por odio a la fe, eran instrumentos de la Divinidad para
que el Padre Pro alcanzara la gloria del martirio.
El
Padre Pro nos enseña el amor filial que debemos profesar a la Virgen, y que Ella,
verdaderamente, concede todas las gracias que sus hijos necesitan, y todavía
más, para alcanzar el cielo, porque al curar al Padre Pro en Lourdes, no solo
fue una gracia para él, sino también para todos aquellos fieles que, en México,
se encontraban sin pastor y que, por la ayuda de la Virgen al Padre Pro,
contaron con un excelente pastor que los defendió de los lobos rapaces por más
de un año y medio.
Nos
enseña también que la santidad no se alcanza con cosas extraordinarias, sino
con el cumplimiento del deber de estado, que en su caso era confesar y
administrar los sacramentos, principalmente la Confesión y la Eucaristía.
Por
último, nos enseña hasta dónde llega el compromiso de ser cristianos, porque
ser cristianos no es solamente llevar un nombre, sino estar dispuestos a dar la
vida, derramando la propia sangre, en testimonio de Jesús, el Hombre-Dios. Y si
bien no todos estamos llamados a dar la vida cruentamente como el Padre Pro, sí
estamos llamados a tener siempre en la vida diaria y en acto, la disposición de
morir antes que de cometer un pecado venial deliberado o mortal, pues el pecado
implica el renegar de la fe en Jesucristo, mientras que la resistencia al
pecado lleva implícita la heroicidad del martirio.
[1]
http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20161123&id=13038&fd=0
[2] http://www.corazones.org/santos/miguel_pro.htm
[3]
http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20161123&id=13038&fd=0
[4]
http://www.corazones.org/santos/miguel_pro.htm
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