San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Beato Miguel Agustín Pro


         
         Vida de santidad.

Miguel Agustín Pro Juárez, nació el 13 de enero de 1891 en la población minera de Guadalupe, Zacatecas, tercero de once hermanos e hijo de Miguel Pro y Josefa Juárez. El 19 de agosto de 1911, ingresa al Noviciado de la Compañía de Jesús en El Llano, Michoacán, luego de unos Ejercicios hechos con jesuitas y de haber madurado lentamente la decisión[1]. Tenía veinte años. En esta época contrajo una enfermedad mortal, la cual supo siempre ocultar muy bien detrás de su rostro alegre[2]. El buen humor del beato Miguel no fue, sin embargo, un obstáculo para que fuera un novicio y religioso ejemplar en la observación de la Regla y de sus estudios. Luego de concluir sus estudios eclesiásticos, fue ordenado sacerdote el 31 de agosto de 1925.
Para esa época, ya se había desatado la persecución –política e incruenta primero, armada y cruenta después- por parte del gobierno laicista y masónico que, con el presidente Calles como uno de los principales instigadores del odio contra la Iglesia Católica, intentaba desterrar a la Iglesia de México y a Jesucristo de la mente y el corazón de los mexicanos. Utilizando a la policía y a los legisladores, el presidente Calles mandaba arrestar a los católicos practicantes y en especial a sus líderes, sean civiles o eclesiásticos, a los que luego de torturar para que apostataran, mandaba asesinarlos a sangre fría. Por su parte, el heroico pueblo mexicano resistió ante los ultra-laicistas y liberales masónicos que pretendían despojarlo de lo más valioso que tenían, la fe en Jesucristo y la libre práctica de su culto religioso. Las posiciones se endurecieron en ambos lados, obligando a los católicos mexicanos a vivir, como en los primeros siglos de la Iglesia, como si estuvieran en las catacumbas, puesto que la identificación pública a la Iglesia Católica, sea como seglar o como religioso, equivalía a una segura pena de muerte.
En ese entonces, el Padre Pro, que se encontraba muy delicado de salud, había viajado a Europa para visitar el santuario de la Inmaculada Concepción en Lourdes y cuando regresó, se encontró con este panorama de durísima persecución desencadenada por el gobierno masónico y la república contra la Iglesia Católica. Sin embargo, lo sucedido en el santuario de Lourdes se relaciona directamente con el martirio del Beato, porque estando el Padre Pro con una situación delicada de salud como en la que se encontraba, no se explica humanamente que haya podido afrontar las penurias de su estadía en México primero y el martirio después, sin la asistencia especialísima de la Virgen. Es el mismo Beato Pro quien le adjudica a la Virgen estas fuerzas sobrenaturales con las que, por un lado, consolará y fortalecerá al pueblo mexicano, duramente perseguido y probado en la fe y, por otra, el martirio al que estaba llamado. Con relación a su visita a María Santísima en la Gruta de las Apariciones en Lourdes, decía así el Padre Pro: “Ha sido uno de los días más felices de mi vida... No me pregunte lo que hice o qué dije. Sólo sé que estaba a los pies de mi Madre y que yo sentí muy dentro de mí su presencia bendita y su acción”. Será esta experiencia mística mariana la que le dará la salud necesaria para viajar a México y la fortaleza para ofrendar su vida por Jesucristo. En efecto, a pesar de su delicado estado de salud, el Padre Pro realizó un trabajo extenuador por doble partida: porque debía soportar la presión que significaba el estar constantemente buscado por el gobierno, por un lado y, por otro, los continuos desplazamientos, cambios de horario, celebraciones de Misa, Confesiones, Bautismos, etc., en horarios no convencionales, y la asistencia a una enorme cantidad de fieles –por ejemplo, los primeros viernes, día del Sagrado Corazón, el número de comuniones sobrepasaba los 1200-, la permanente movilización y cambio de lugar de residencias, con el fin de evitar el ser detectado por el gobierno, etc. Si un individuo de mediana salud no hubiera podido llevar este intenso despliegue, mucho menos el Padre Miguel, enfermo como estaba, lo cual refuerza la creencia de que fue la Virgen María en Persona quien lo asistió en todo momento[3].
Al regresar a México y encontrarse con esta grave situación de persecución religiosa, el Padre Pro ideó y organizó una serie de artimañas con el fin de eludir el control policial del Estado y así poder administrar los sacramentos a los católicos que se mantenían fieles a la fe de Jesucristo. Organizó lo que llamó “Estaciones de Comunión” a lo largo de toda la ciudad, las cuales consistían en casas de laicos fieles adonde los cristianos acudían para recibir al Señor en la Eucaristía. Las Misas se celebraban en distintos puntos de la ciudad y antes del amanecer, y se disponían vigías que debían estar atentos y avisar en caso de que se hiciera presente la policía, se comunicaban por códigos y claves que se cambiaban continuamente, etc. También se organizaban adoraciones eucarísticas, a las que acudían tanto ricos como pobres en unos cuartos pequeños para adorar al Señor y luego recibirlo de manos de los sacerdotes. Quienes deseaban confesarse, tenían que llegar a los lugares señalados, antes de la Misa; algunas veces a las 5:30 a.m. Era un verdadero testimonio de fe por parte del pueblo mexicano, obligado a vivir en una Iglesia de catacumbas, como la de los primeros cristianos.

         Mensaje de santidad.

El movimiento de resistencia de los católicos mexicanos tenía como líder principal al Padre Pro y como lema: “Viva Cristo Rey”. Se transcurrió en esa situación de zozobra y tribulaciones cerca de año y medio, hasta que sucedió que el presidente Calles lo mandó arrestar, acusándolo de haber sido responsable de un complot y de atentados y acciones revolucionarias contra el gobierno, siendo todo ello absolutamente falso, pues el verdadero autor, el ingeniero Segura Vilchis, confesó su autoría, aunque esto no bastó para que el Padre Pro, junto a sus hermanos y al ingeniero, fueran asesinados sin un juicio previo.
Estando ya encarcelado, la sentencia de muerte se fijó para el 23 de noviembre de 1927; camino al lugar de fusilamiento uno de los agentes le preguntó si le perdonaba. El Padre le respondió: “No solo te perdono, sino que te estoy sumamente agradecido”.  Le dijeron que expusiera su último deseo.  El Padre Pro dijo: “Yo soy absolutamente ajeno a este asunto... Niego terminantemente haber tenido alguna participación en el complot”. “Quiero que me dejen unos momentos para rezar y encomendarme al Señor”. Se arrodilló y dijo, entre otras cosas: “Señor, Tú sabes que soy inocente. Perdono de corazón a mis enemigos”. Antes de recibir la descarga, el P. Pro oró por sus verdugos: “Dios tenga compasión de ustedes”; y, también los bendijo: “Que Dios los bendiga”. Extendió los brazos en cruz. Tenía el Rosario en una mano y el Crucifijo en la otra. Exclamó: “¡Viva Cristo Rey!”. Esas fueron sus últimas palabras. Inmediatamente después de la descarga del pelotón, recibió el tiro de gracia[4].
El Padre Pro nos enseña, entre otras cosas, el amor al enemigo, incluido aquel que, en su odio, provoca nuestra muerte, y esto en cumplimiento del mandato del Señor Jesús: “Amen a sus enemigos”. El Padre Pro no solo perdonó a quienes lo ejecutaban, sino que les dio las gracias, y eso porque quienes esto hacían, puesto que lo mataban por odio a la fe, eran instrumentos de la Divinidad para que el Padre Pro alcanzara la gloria del martirio.
El Padre Pro nos enseña el amor filial que debemos profesar a la Virgen, y que Ella, verdaderamente, concede todas las gracias que sus hijos necesitan, y todavía más, para alcanzar el cielo, porque al curar al Padre Pro en Lourdes, no solo fue una gracia para él, sino también para todos aquellos fieles que, en México, se encontraban sin pastor y que, por la ayuda de la Virgen al Padre Pro, contaron con un excelente pastor que los defendió de los lobos rapaces por más de un año y medio.
Nos enseña también que la santidad no se alcanza con cosas extraordinarias, sino con el cumplimiento del deber de estado, que en su caso era confesar y administrar los sacramentos, principalmente la Confesión y la Eucaristía.
Por último, nos enseña hasta dónde llega el compromiso de ser cristianos, porque ser cristianos no es solamente llevar un nombre, sino estar dispuestos a dar la vida, derramando la propia sangre, en testimonio de Jesús, el Hombre-Dios. Y si bien no todos estamos llamados a dar la vida cruentamente como el Padre Pro, sí estamos llamados a tener siempre en la vida diaria y en acto, la disposición de morir antes que de cometer un pecado venial deliberado o mortal, pues el pecado implica el renegar de la fe en Jesucristo, mientras que la resistencia al pecado lleva implícita la heroicidad del martirio.



[1] http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20161123&id=13038&fd=0
[2] http://www.corazones.org/santos/miguel_pro.htm
[3] http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20161123&id=13038&fd=0
[4] http://www.corazones.org/santos/miguel_pro.htm

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