San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 22 de noviembre de 2016

Santa Cecilia, virgen y mártir


Vida de santidad.
Según una antigua tradición la santa, que pertenecía a una de las principales familias de Roma, acostumbraba vestir desde muy pequeña una túnica de tela muy áspera ya que había consagrado a Dios su virginidad. A pesar de esto, sus padres la obligaron a contraer matrimonio con un joven pagano llamado Valeriano, pero en la noche de bodas, Cecilia le dijo a éste que su Ángel de la Guarda la protegía en su deseo de guardar el voto de virginidad; además, le dijo que si él quería ver al ángel de Dios debía hacerse cristiano, lo cual hizo Valeriano, haciéndose instruir por el Papa Urbano para luego ser bautizado[1]. Es decir, el matrimonio de  Santa Cecilia no fue consumado, y esa es la razón por la cual, a pesar de haber contraído matrimonio, es virgen. También es mártir, porque entregó su vida testimoniando a Jesucristo, según consta en las Actas del Martirio[2] de la santa, el cual se produjo de la siguiente manera: debido a que era época de persecuciones cruentas a los cristianos por parte del Imperio Romano, habían muchos cadáveres abandonados en las calles y la razón era que el prefecto de Roma, Turcio Almaquio, había dispuesto la prohibición de sepultar los cadáveres de los cristianos, como modo de escarmiento para quien tuviera el deseo de abrazar la fe de Jesucristo. El esposo de Santa Cecilia, Valeriano, junto a su hermano Tiburcio, también cristiano, se dedicaban, a pesar de la prohibición, a dar sepultura digna a estos cadáveres, por lo que fueron sorprendidos por la guardia imperial, siendo arrestados inmediatamente y llevados ante el alcalde. Éste, que era pagano, les ofreció perdonarles la vida a cambio de que renegaran de Jesucristo y adoraran a Júpiter, uno de los falsos dioses del panteón pagano romano –equivalente, en nuestros días, al Gauchito Gil, la Difunta Correa o San La Muerte, entre tantos otros ídolos demoníacos-. Valeriano y Tiburcio, animados por el Espíritu Santo, se negaron a tal abominación, por lo que fueron asesinados, pasando a formar parte de los mártires que adoran al Cordero en el cielo. El funcionario del prefecto, Máximo, que había sido designado para ejecutar la sentencia, se convirtió y sufrió el martirio con los dos hermanos y sus restos fueron enterrados en una tumba por Cecilia. Debido a que Santa Cecilia era la esposa de Valeriano, el alcalde ordenó su arresto, exigiéndole también la renuncia a la fe en Cristo, a lo cual se negó Cecilia rotundamente, declarando que prefería la muerte antes que renegar de la verdadera religión. Entonces fue llevada junto a un horno caliente para tratar de sofocarle con los asfixiantes vapores que salían de allí, pero en vez de desesperarse por la falta de oxígeno, Santa Cecilia se mostraba alegre, mientras cantaba, con gozo, a Dios, lo cual explica que haya sido nombrada Patrona de los músicos). Después de una profesión de fe gloriosa, el prefecto la hizo decapitar allí mismo. El verdugo dejó caer su espada tres veces sin que se separara la cabeza del tronco, y huyó, dejando a la virgen bañada en su propia sangre. Vivió tres días más, hizo disposiciones en favor de los pobres y ordenó que, tras su muerte, su casa fuera dedicada como templo. En 1599 permitieron al escultor Maderna ver el cuerpo incorrupto de la santa y él fabricó una estatua en mármol de ella, la que se conserva en la iglesia de Santa Cecilia en Roma[3]. Debido a que fue sepultada en la catacumba Calixtina, se supone que el período del martirio de Santa Cecilia se ubica entre finales del siglo segundo y mediados del tercero.
Mensaje de santidad.
Podemos decir que Santa Cecilia nos da su mensaje de santidad con su cuerpo, con su virginidad y con su martirio.
Con su mismo cuerpo, tal como fue encontrado -cubierto con costosos adornos de oro, signo de la protección papal y con su ropa empapada en sangre hasta los pies, signo de su martirio[4]-, testimonia la creencia en el Dios católico, Dios Uno y Trino, es decir, la Santísima Trinidad: con el dedo índice de la mano izquierda señala a Dios Uno y con los tres dedos extendidos de la mano derecha, señala a las Tres Divinas Personas que existen en el Único Dios Verdadero. El escultor que hizo la escultura, Stefano Maderno, dejó una inscripción en la que afirma haber visto el cuerpo de la santa tal como la esculpió, es decir, indicando con sus dedos “1” y “3”, la fe católica en la Santísima Trinidad, Tres Divinas Personas en un solo Dios[5] verdadero. La razón por la cual Santa Cecilia es Patrona de la música no está clara, aunque se pueden suponer dos motivos: por un lado, porque cuando se casó por deseo de su padre –no por deseo propio, porque como vimos, ella consagró su virginidad desde muy pequeña a Dios-, mientras los músicos tocaban para amenizar el matrimonio terrenal –el cual finalmente no se llevó a cabo-, Santa Cecilia cantaba a Jesús en su corazón, es decir, Santa Cecilia cantaba de alegría por su desposorio místico con Jesucristo, y no por el matrimonio terreno.
Con su virginidad, la santa nos muestra cómo es la vida en el Reino de los cielos, en donde “los hombres y las mujeres no se casan, porque son como ángeles” (cfr. ), como dice Jesús; así, la virginidad consagrada, es un testimonio de la vida en la bienaventuranza eterna.
Con su martirio, cuál es el precio de creer en Jesucristo y hasta dónde debemos estar dispuestos a llegar –hasta la entrega de la propia vida- con tal de no renunciar a Jesucristo. Pero no hace falta que un gobierno envíe sus soldados para que nos ejecuten por ser cristianos: el cristiano debe estar dispuesto a dar su vida en testimonio de Cristo en la vida diaria, de todos los días, y la disposición debe ser la misma de la de Santa Cecilia. Es decir, un cristiano debe estar dispuesto a perder la vida, antes que cometer un pecado venial deliberado o un pecado mortal, porque ambas cosas significan la renuncia a la fe en Jesucristo, la pérdida de la gracia y la eventual pérdida de la vida eterna. Es esto lo que implica el ser cristianos, el estar dispuestos a morir antes que perder la gracia voluntariamente, y para esto no hace falta que alguien nos decapite, puesto que las ocasiones para dar testimonio de Jesús, en forma incruenta, se presentan día a día.



[1] https://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=351
[2] Las “Actas del Martirio de Santa Cecilia” tienen su origen hacia la mitad del siglo quinto, y han sido transmitidas en numerosos manuscritos, así como traducidas al griego. Fueron asimismo utilizadas en los prefacios de las misas del mencionado “Sacramentarium Leonianum”.
[3] Cfr. ibidem.
[4] http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20161122&id=12304&fd=0
[5] http://infocatolica.com/blog/sarmientos.php/0911230453-ipor-que-es-sta-cecilia-patro

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