Vida
de santidad.
Obispo
de Toledo, España, nació en el 606 y murió en el 669. Estudió en Sevilla bajo
San Isidoro, entró a la vida monástica y fue elegido abad de Agalia, en el río
Tajo, cerca de Toledo. En el 657 fue
elegido arzobispo de esa ciudad. Unificó la liturgia en España; escribió muchas
obras importantes, particularmente sobre la Virgen María. Como sacerdote y
obispo, San Ildefonso era eminentemente mariano, cultivando una gran devoción a
la Inmaculada Concepción XII siglos antes de que se proclamara dogmáticamente[1]. Como
escritor fue un buen representante en el mundo de las letras y del saber
visigótico. Escribió sobre el Bautismo, continuó el tratado de san Isidoro
sobre Los varones ilustres, pero, sobre todo, es famoso por el “Tratado de la
Perpetua Virginidad de María”[2].
Mensaje
de santidad.
Sucedió
que una noche de diciembre, él, junto con sus clérigos y algunos otros, fueron
a la iglesia, para cantar himnos en honor a la Virgen María. un poco antes de
llegar, encontraron la capilla brillando con una luz tan deslumbrante, que
sintieron temor. Ante lo desconocido, los que acompañaban al santo huyeron
excepto Idelfonso y sus dos diáconos, quienes se animaron a entrar, llegando a
acercarse hasta el altar. En ese momento fue que se encontraron ante ellos con
nada menos que la Madre de Dios, como la Inmaculada Concepción, sentada en la
silla del obispo y rodeada por una compañía de vírgenes entonando cantos
celestiales. Por medio de un delicado gesto con la cabeza, la Virgen le pidió a
San Ildefonso que se acercara y una vez que estuvo cerca, Ella, fijando sus
ojos sobre él, le dijo: “Tu eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta
casulla la cual mi Hijo te envía de su tesorería”. Habiendo dicho esto, la
Virgen misma lo invistió, dándole las instrucciones de usarla solamente en los
días festivos designados en su honor. Esta aparición y la casulla, tuvieron
pruebas tan claras de ser verdaderamente reales, que el concilio de Toledo
ordenó un día de fiesta especial para perpetuar su memoria. El evento aparece incluso
documentado en el Acta Sanctorum como
“El Descendimiento de la Santísima Virgen y su Aparición”. Tanto la aparición
de la Virgen, como la casulla, fueron premios del cielo dados a San Ildefonso por
su amor a la Virgen y por haber defendido su Inmaculada Concepción.
¿Y
qué sucede con aquellos hijos de la Virgen, que no tenemos los méritos de San
Ildefonso? No nos deja Nuestra Madre desamparados, puesto que, sin merecerlo de
nuestra parte, la Virgen nos concede, no una casulla de tela sobre el cuerpo,
sino la gracia de su Hijo Jesucristo, sobre el alma.
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