¿En
qué consiste la devoción al Sagrado Corazón de Jesús? ¿En cumplir externamente
ciertos ritos? Muchos pueden pensar que ser devotos del Sagrado Corazón
consiste en pertenecer a una cofradía y en cumplir con la Comunión y Confesión
de los nueve primeros viernes de mes. Y podemos decir que sí, que es verdad que
eso forma parte de la devoción del Sagrado Corazón, pero es solo una parte, y
ni siquiera la más importante. Ser devotos del Sagrado Corazón quiere decir,
ante todo, que se debe amar al Sagrado Corazón, pero no en el sentido en el que
nosotros, seres humanos limitados por naturaleza y debilitados en el bien por
la concupiscencia: significa amar con el Amor mismo de Dios, con el Amor del
mismo Sagrado Corazón. El alma devota del Sagrado Corazón debe estar convencida
de que lo que Jesús nos pide, a través de esta devoción, no es otra cosa que
nuestro amor.
Y sin embargo, muchas almas, con un deseo sincero de llegar a Dios, olvidando la esencia de la devoción, se extravían por senderos sinuosos, mientras que el camino recto,
fácil y seguro lo tienen adelante, y no es otra cosa que el amor.
Es
esto lo que el Sagrado Corazón de Jesús le dice a Sor Consolata Bertone -que
pertenecía a una de las más severas órdenes claustrales, ya que Jesús no le
pide sino amor; el amor obraría todo lo demás-.
En
su diario, abundan las expresiones: ámame sólo, ámame mucho, ámame siempre, no
te pido sino amor, etc. Decía Jesús a Sor Consolata (15 de octubre de 1935): “Tengo
sed de ser amado de corazones inocentes, corazones de niños, corazones que me
amen totalmente”.
El
13 de octubre de 1935: “Consolata, ámame tú por todas y cada una de las
criaturas, por todos y cada uno de los corazones que existen. ¡Tengo tanta sed
de amor!”.
Sin
embargo, esta sed de amor que todo corazón humano debiera sentir por el
Creador, la siente el Creador por el amor de la criatura (9 de noviembre de
1935): “¡Ámame, Consolata, tengo sed de tu amor, como el que se muere de sed,
tiene sed y desea una fuente de agua fresca!”.
El
3 de noviembre de 1935: “Consolata,
escribe, porque te lo impongo por obediencia, que por un acto de amor tuyo
crearía el Paraíso”.
El
9 de noviembre de 1935: “¡Consolata, mientras tú me ames continuamente, Yo en
tu corazón gozo de un Paraíso!”.
Decía
Jesús a Santa Margarita Alacoque: “Hija mía me son tan gratos los deseos de tu
corazón, que si no hubiese instituido mi divino Sacramento de amor, lo
instituiría por amor tuyo, para tener el placer de morar en tu alma y tomar mi
descanso de amor en tu corazón” (Vida y Obras, II, 105).
A
Sor Consolata le dice así, el 29 de octubre de 1935: “Eres mi pequeño paraíso; una
comunión tuya me recompensa todo lo que he sufrido por buscarte, tenerte, poseerte”.
–“Pero Jesús ¡si no sé decirte nada!” –“No importa, pero tu corazón es mío, exclusivamente
mío y Yo ¿qué quiero de mis criaturas sino el corazón? A todo lo demás no miro
y cuando un corazón es mío, exclusivamente mío, ¡oh entonces este corazón viene
a ser para mí un paraíso! ¡Y tu corazón es mío, es ya eternamente mío!”.
El
16 de diciembre de 1935: “Consolata, sí, pide perdón por la pobre humanidad
culpable, pide tú por el triunfo de mi misericordia, pero sobre todo pide, oh
pide para ella el incendio del divino amor, que cual nuevo Pentecostés redima a
la humanidad de tantas suciedades. ¡Oh, sólo el amor divino puede hacer de
apóstatas, apóstoles; de lirios enfangados, lirios inmaculados; de pecadores
viciosos, trofeos de misericordia! Pídeme amor, el triunfo de mi amor para ti y
para cada una de las almas de la tierra que ahora existen, y que existirán
hasta el fin de los siglos. Prepara con la oración incesante el triunfo de mi
Corazón, de mi amor sobre la tierra”.
El 27 de noviembre de
1935: “Consolata, cuenta a las almas pequeñas, a todos mi condescendencia inefable,
di al mundo cuán bueno y maternal soy y, como no pido, en cambio, de mis
criaturas, más que el amor. Tú lo puedes contar, Consolata, cuenta mi extrema
misericordia y extrema condescendencia maternal”.
El
Amor de Dios es el fuego que Jesús vino a traer a la tierra y es el que quiere ya
ver ardiendo en todo corazón. El 15 de diciembre de 1935 dice: “¡Oh, si pudiera
descender a todos los corazones y derramar en ellos a torrentes las ternuras de
mi amor!... ¡Consolata, ámame por todos y, con la oración y la inmolación,
prepara al mundo para el advenimiento de mi amor!”.
Jesús
quiere salvar al mundo, pero el mundo tiene que volver a Jesús, por el camino
del amor. El catolicismo no consiste en otra cosa más que esta: amar al Amor,
amar a Jesús, Presente en Persona en la Eucaristía. Esta es toda la ley, todo
el cristianismo; es el Primer Mandamiento, y en ese Mandamiento, que manda amar
a Dios, al prójimo y a uno mismo, está la salvación: “Haz esto y vivirás” (Lc 10, 28).
Jesús,
Dios Hijo encarnado, nos llama a amarlo a Él, que es el Amor, pero nosotros,
los católicos, hacemos oídos sordos a su Llamado de amor, y es así como nos
construimos una religión a nuestra medida, que nada tiene que ver con la
verdadera religión católica, basada en el Amor del Sagrado Corazón de Jesús. La
indiferencia, el escepticismo, el relativismo, el ateísmo, el gnosticismo, son
causa y a la vez consecuencia de este abandono del Amor de Dios por parte de
los católicos. Para vivir la verdadera religión católica, es necesario tener
una verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús, de cuyas profundidades de
Amor y Misericordia divinas nace la Iglesia. Para vivir la verdadera religión
católica, es necesario “amar al Amor” y para amar al Amor, se lo debe adorar
allí donde está, en la Eucaristía, y se lo debe amar allí donde está, en la
Eucaristía. Amar al Amor quiere decir amar la Eucaristía, porque la Eucaristía
es el Dios Amor, Cristo Jesús. Sólo cuando seamos capaces de amar al Amor,
Jesús Eucaristía, sólo entonces, podremos decir que somos verdaderos devotos
del Sagrado Corazón de Jesús.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario