En
uno de sus sermones, San León Magno se refiere a la Virgen y afirma que Ella,
antes de concebir a Dios Hijo corporalmente, lo concibió “en el espíritu”: “Dios
elige a una virgen de la descendencia real de David; y esta virgen, destinada a
llevar en su seno el fruto de una sagrada fecundación, antes de concebir
corporalmente a su prole, divina y humana a la vez, la concibió en su espíritu”[1]. Si
meditamos en esta afirmación, podremos traer ejemplo, de la Virgen, de cómo
comulgar. ¿De qué manera? Veamos.
Ante
todo, meditemos en lo que San León Magno quiere decir cuando afirma que la
Virgen “concibió en su espíritu” al Hijo de Dios. Puesto que el alma humana –el
espíritu- tiene dos potencias, la inteligencia y la voluntad, esto quiere decir
que la Virgen concibió en la inteligencia y en la voluntad, antes de concebir
en su cuerpo. En la inteligencia, porque ante el Anuncio del Ángel, de que
habría de concebir al Verbo de Dios por obra del Espíritu Santo –“lo concebido
será llamado Hijo del Altísimo (…) el Espíritu Santo te cubrirá con su sombra”-,
la Virgen, con su inteligencia iluminada por el Espíritu Santo –está inhabitada
por el Espíritu Santo desde su Inmaculada Concepción-, no dudó en ningún
momento acerca de lo que le revelaba el Ángel de parte de Dios, aceptando con
mansedumbre la Verdad Divina de que habría de ser la Madre de Dios Hijo. Es esto
lo que significa que concibió “en su espíritu”, esto es, en su inteligencia. La
otra potencia del espíritu humano es la voluntad, es decir, la capacidad de
querer y amar, y aquí también la Virgen concibió antes que en el cuerpo, porque
con su voluntad amó la Palabra de Dios que habría de encarnarse en Ella, y la
amó con un amor puro, con el Amor mismo de Dios, el Espíritu Santo, y nada amó
que no fuera al Hijo de Dios que en Ella se habría de encarnar, y si amó algo
fuera de Él, lo amó en Él, por Él y para Él. Fue después de concebir en el
espíritu, es decir, en la inteligencia y en la voluntad, que concibió al Verbo
de Dios en el cuerpo, y así la Virgen se convierte en nuestro modelo y ejemplo
de cómo comulgar, esto es, de cómo recibir al Verbo de Dios encarnado, que
prolonga su Encarnación en la Eucaristía, en la comunión eucarística.
La
Virgen es nuestro ejemplo porque así como Ella lo concibió en su inteligencia,
aceptando la Verdad de la Encarnación del Hijo de Dios, así también nosotros,
al comulgar, debemos hacerlo con nuestra inteligencia adherida plenamente a lo
que la Iglesia enseña acerca de la Presencia real, verdadera y substancial de
Jesús en la Eucaristía, sin contaminar esta Verdad con herejías, errores,
pareceres propios, etc., acerca de la Eucaristía.
La
Virgen es nuestro ejemplo porque así como Ella lo concibió en su voluntad,
amando a la Palabra de Dios que se encarnaba en Ella, así nosotros debemos amar
a esta Palabra de Dios encarnada, Jesús, que prolonga su Encarnación en la
Eucaristía, con un amor puro, amando a la Eucaristía solamente y nada más que
la Eucaristía y si amamos algo que no sea la Eucaristía, debemos amarlo por, en
y con la Eucaristía.
Por
último, así como la Virgen, luego de concebir a su Hijo en su inteligencia y en
su voluntad, lo concibió en su cuerpo virginal, así debemos nosotros, luego de
aceptar la Verdad de la Eucaristía con la inteligencia y amarla con el corazón,
debemos recibirla en el cuerpo, esto es, en la boca, en estado de gracia y
castidad. Así es cómo la Virgen es nuestro modelo perfecto para comulgar, es
decir, para recibir a su Hijo Jesús en la Eucaristía.
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