San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 29 de julio de 2016

Santa Marta de Betania


“Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11, 19-27). Jesús llega a casa de sus amigos Lázaro, Marta y María, para dar el pésame a Marta y María por la muerte de su hermano Lázaro. Mientras María permanece en el interior de la casa –siempre María en actitud contemplativa-, Marta en cambio, sale al encuentro de Jesús –recordemos que representa a la vida activa o apostólica de la Iglesia-. El diálogo que se desarrolla entre Marta y Jesús será el marco para una de las más grandes revelaciones del Hombre-Dios: Él es “la Resurrección y la  Vida” y el que “crea en Él, no morirá jamás”. En efecto, el marco de fondo para la escena evangélica es la muerte de Lázaro, cuyo cuerpo, depositado en el sepulcro, ha comenzado el proceso de descomposición orgánica que hará decir a los que Jesús les pida que quiten la piedra del sepulcro: “Señor, hace tres días que ha muerto; ya hiede”. La muerte es el signo más claro y evidente de la caída de la humanidad a causa del pecado original: los hombres fuimos creados por el Dios Viviente, que es la Vida Increada en sí misma y Causa Primera de toda vida participada y creatural y es por eso que no estamos preparados para la muerte, la cual no formaba parte de los planes originales de Dios. Como dice la Escritura, “por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sab 1, 24). En el diálogo con Marta, Jesús se revela como el Dios Viviente, el Dios que da la Vida, una vida que no es mera vida natural, sino la Vida eterna en sí misma, la misma Vida divina. Es esa Vida, que irrumpirá en el Cuerpo muerto de Jesús en el sepulcro y le insuflará la vida gloriosa de la Trinidad, la que Jesús nos comunica por su Resurrección: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá”. La vida que nos comunica Jesús es la Vida misma de Dios Trino, una vida inimaginablemente superior a la vida natural que poseemos, y aunque debamos morir a la vida terrena, quien crea en Jesús, obtendrá la Vida eterna: “Todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”. Jesús se revela entonces no solo como Aquel que destruye la muerte al precio de su Sangre derramada en la cruz, sino que su Amor por nosotros va mucho más allá que simplemente darnos la inmortalidad, al derrotar a la muerte: su Amor Misericordioso por nosotros lo lleva a comunicarnos de su Vida divina, para que no sólo vivamos para siempre, sino que vivamos con la vida misma de Dios Trino, y esto es un misterio absoluto, que revela las profundidades insondables del Amor de Dios por los hombres.

Y ese Dios Viviente, que es la Vida Increada en sí misma, está en la Eucaristía, listo para donarnos su Vida divina, una vida desconocida para el hombre, porque se trata de la vida misma de Dios, que brota del Ser divino trinitario. A ese Dios Viviente, el Dios de la Eucaristía, el Dios del sagrario, Cristo Jesús, que nos espera para hacernos partícipes de su vida divina por la comunión eucarística, le decimos junto con Santa Marta: “Jesús Eucaristía, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”.

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