Vida
de santidad de Joaquín y Ana
Lo
poco que sabemos acerca de los padres de la Virgen María, lo sabemos por medio
de evangelios apócrifos, caracterizados por poseer datos de valor histórico. Uno
de ellos es el Protoevangelium de Santiago[1],
que afirma Joaquín y Ana, que vivían en Nazaret, eran un matrimonio rico y
piadoso, pero que no tenía hijos. En ocasión de una fiesta, Joaquín se presentó
para ofrecer sacrificio en el Templo, pero fue rechazado por un tal Rubén, bajo
el pretexto de que hombres sin descendencia no eran dignos de ser admitidos. Muy
apenado, Joaquín se fue a las montañas a presentarse ante Dios en soledad. A su
vez Ana, habiendo conocido la razón de la prolongada ausencia de su esposo,
clamó al Señor pidiéndole que retirase de ella la maldición de la esterilidad y
prometiéndole dedicar su descendencia a Su servicio[2]. Fue
en esta situación, de extrema angustia para los ancianos esposos, que sus
oraciones fueron escuchadas; un ángel visitó a Ana y le dijo: “Ana, el Señor ha
mirado tus lágrimas; concebirás y darás a luz y el fruto de tu vientre será
bendecido por todo el mundo”. Según el mismo evangelio apócrifo, el ángel hizo
la misma promesa a Joaquín quien, alegre por la noticia, regresó a donde su
esposa. Ana dio a luz una hija a quien llamó Miriam (María)[3]. Según
una tradición antigua, los padres de la Santísima Virgen, siendo Galileos, se
mudaron a Jerusalén. Allí, según la
misma tradición, nació y se crió la Virgen Santísima y fue allí también que murieron
estos venerables santos.
Mensaje
de santidad de Joaquín y Ana
Humillados
por los hombres –Joaquín sufrió el duro rechazo de Rubén-, e incluso
considerados como maldecidos por Dios, tal como se pensaba en la época, para
quien no tuviera descendencia –era la congoja que oprimía el corazón de Ana-,
los padres de la Virgen fueron siempre dóciles a la voluntad de Dios, humildes
en sus corazones, y nunca jamás renegaron de los planes de Dios, ni se
quejaron, diciendo: “¿Por qué tenía que pasarnos esto a nosotros, que siempre
rezamos y somos tan buenos?”, y no sólo nunca jamás se rebelaron contra su
voluntad, sino que la aceptaron siempre con amor y mansedumbre de corazón. De esta
manera imitaron, de modo anticipado, a quien sería, a la postre, su nieto, el
Hijo de María Virgen, Nuestro Señor Jesucristo, quien también fue humillado por
los hombres y a quien se le podía considerar como “maldito”, según la
Escritura: “Maldito el que cuelga del madero” (cfr. Dt 21, 23; Gál 3, 13),
pero aun así, siempre aceptó la voluntad de Dios, que quería que muriera en la
cruz para salvarnos, con amor y con humildad. Los santos Joaquín y Ana, con su
docilidad a las mociones del Espíritu de Dios, con su mansedumbre, humildad y
amor a Dios, sobre todo en los momentos más duros y difíciles, en los momentos
de mayor tribulación, nos enseñan a amar siempre, y en todo momento, a Dios y a
su amabilísima voluntad, que por ser la Voluntad Divina, es siempre santa y
sólo desea el bien para nuestras almas. Nos enseñan también a ser pacientes y
perseverantes en la oración, porque Dios nunca deja de escuchar la oración que
se eleva de un corazón contrito y humillado, como los corazones de Joaquín y
Ana, y aunque sus tiempos no son los nuestros, siempre nos da lo que es bueno,
y aun muchísimo más de lo que esperamos, como lo demostró con Joaquín y Ana. Ellos
esperaban nada más que una prole que alegrara sus días, y Dios les donó una
hija que sería Virgen y Madre de Dios, y esto no podían nunca saberlo ni
esperarlo, con lo cual nos demuestran, Joaquín y Ana, que Dios escucha nuestras
súplicas y nos da infinitamente más de lo pedimos y esperamos. Como señala San
Juan Damasceno, el fruto de la vida de santidad de Joaquín y Ana fue el don más
preciado para la Humanidad, luego del don del mismo Hijo de Dios, María
Santísima, Virgen antes, durante y después del parto: “¡Oh bienaventurados
esposos Joaquín y Ana, totalmente inmaculados! Sois conocidos por el fruto de
vuestro vientre, tal como dice el Señor: Por sus frutos los conoceréis.
Vosotros os esforzasteis en vivir siempre de una manera agradable a Dios y
digna de aquella que tuvo en vosotros su origen. Con vuestra conducta casta y
santa, ofrecisteis al mundo la joya de la virginidad, aquella que había de
permanecer virgen antes del parto en el parto y después del parto; aquella que,
de un modo único y excepcional, cultivaría siempre la virginidad en su mente,
en su alma y en su cuerpo”[4]. Al
recordarlos en su día, digamos así: “¡Oh
Santos Joaquín y Ana, que tuvisteis la dicha de ser los padres de María
Santísima, pedidle a vuestra amadísima Hija que nos lleve ante la Presencia de
Jesús! Amén”.
[1] Cfr. http://www.corazones.org/santos/ana.htm
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. http://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/oficio_lectura/fechas/julio_26.htm;
cfr. San Juan Damasceno, Sermón 6, sobre la Natividad de la
Virgen María, 2.4.5.6.
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