Unos dos o tres meses después de la primera aparición del Sagrado
Corazón a Santa Margarita, se produjo la segunda gran revelación, la cual es
descripta así por la santa: “El divino Corazón se me presentó en un trono de
llamas, más brillante que el sol, y
transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una
corona de espinas (…) y una cruz en la parte superior (…)”[1].
¿Qué simbolizan cada uno de estos elementos?
Las
espinas: nos lo dice la misma Santa Margarita: “significando las punzadas
producidas por nuestros pecados”[2]. Jesús,
en su Pasión, fue coronado de espinas en la cabeza, pero ahora vemos que
también su Sagrado Corazón está circundado por una gruesa corona de afiladas,
duras y punzantes espinas, que perforan y laceran su Corazón a cada latido. Estas
espinas son la materialización de nuestros pecados y nos muestran así cuál es
la realidad del pecado: mientras el pecado, en el hombre, produce placer de
concupiscencia, este mismo pecado, en Jesús, se traduce en una gruesa, filosa y
punzante espina. La contemplación de la corona de espinas del Sagrado Corazón
debería conducirnos a no pecar más, al menos, para tener compasión de Jesús,
para no seguir provocándole dolores tan intensos y desgarradores.
Las llamas de fuego: Jesús es Dios y, como tal, espira el
Espíritu Santo, Fuego de Amor divino, junto a su Padre, desde la eternidad. La Presencia
del Espíritu Santo, simbolizado en las llamas de fuego que envuelven al Sagrado
Corazón, no es algo accidental, ni está ahí sólo para ser contemplado: el
Espíritu Santo, el Amor de Dios, que envuelve al Sagrado Corazón, está en el
Sagrado Corazón para ser donado junto con él, para que el alma que lo reciba,
si dispone su corazón sediento del Amor de Dios, se encienda en las llamas de
este Divino Amor, así como una madera o un hato de hierba reseca arden al
contacto con las llamas de un fuego ardiente.
La cruz: también este símbolo nos lo explica Santa
Margarita: “(la cruz) la cual significaba que, desde los primeros instantes de
su Encarnación, es decir, desde que se formó el Sagrado Corazón, quedó plantado
en él la cruz, quedando lleno, desde el primer momento, de todas las amarguras
que debían producirle las humillaciones, la pobreza, el dolor, y el menosprecio
que su Sagrada Humanidad iba a sufrir durante todo el curso de su vida y en Su
Santa Pasión”[3].
La cruz, plantada en la base del Sagrado Corazón, significan, por un lado, los sacrilegios,
indiferencias, desprecios, que iba a sufrir por parte nuestra, los cristianos,
que muchas veces nos comportamos y vivimos como paganos, porque simplemente
dejamos de lado a Jesús, a su gracia santificante y a sus Mandamientos. Por otro
lado, la cruz significa que el Sagrado Corazón se encuentra en Jesús
crucificado, como el fruto exquisito del Árbol de la Vida, la Santa Cruz, así
como un fruto delicioso cuelga de las ramas de un árbol frutal y que así como
alguien, deseando comer de ese fruto, debe subirse al árbol para tomarlo, así
el cristiano que quiera deleitarse con las dulzuras del Sagrado Corazón, debe
subirse a la cruz, el Árbol de la Vida, para poder disfrutar de él.
La herida por la que fluye su Sangre: la herida es el
resultado del lanzazo recibido por Jesús en la cruz el Viernes Santo, herida
por la cual comenzó a fluir, a borbotones, el contenido del Sagrado Corazón, la
Preciosísima Sangre del Cordero, la cual, puesto que contiene al Espíritu
Santo, quita los pecados del alma sobre al cual esta Preciosísima Sangre cae, al
tiempo que la purifica y la santifica con la gracia divina.
Por último, recordemos lo que sucedió en la Primera
Revelación, siempre según la narración de Santa Margarita: “(El Sagrado
Corazón) me pidió el corazón, el cual yo le suplicaba tomara y lo cual hizo,
poniéndome entonces en el suyo adorable, desde el cual me lo hizo ver como un
pequeño átomo que se consumía en el horno encendido del suyo, de donde lo sacó
como llama encendida en forma de corazón, poniéndolo a continuación en el lugar
de donde lo había tomado (…)”.
Lo que hizo Jesús, el tomar el corazón de Santa Margarita
para introducirlo en el suyo y convertirlo en una llama encendida de amor, fue
una muestra de amor para con Santa Margarita, pero para con nosotros, siendo
muchísimo más indignos que esta gran santa, Jesús demuestra más amor todavía
que para con ella, porque en vez de tomar nuestro corazón, nos da su Sagrado
Corazón, contenido en la Eucaristía y envuelto en las llamas del Divino Amor,
para que lo entronicemos en nuestros corazones. Es por esto que, cada comunión
eucarística, realizada en gracia y con el corazón sediento por el Amor de Dios,
es un don del Divino Amor y un milagro infinitamente más grande que la misma
aparición del Sagrado Corazón.
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