Llamado "boca de oro" por la
elocuencia de su prédica, movía a la conversión de quienes, siendo cristianos
de palabra, no lo son con sus obras y no difunden a su alrededor la luz de
Cristo. En sus "Homilías sobre el Evangelio de San Mateo", comenta el
pasaje en el que Jesús dice a sus discípulos que ellos son "la sal de la
tierra y la luz del mundo" (5, 13-16), y aunque fue predicada en el siglo
IV antes de Cristo, conserva toda su validez en el siglo XXI, y de tal manera,
que parece escrita para los cristianos de hoy.
San Juan Crisóstomo advierte a los
cristianos que el hecho de ser ellos "sal de la tierra", significa
que no pueden pasar desapercibidos en un ambiente anticristiano, sino que deben
hacer saber al mundo que son seguidores de Cristo: "Los Apóstoles no se
hicieron amables a todo el mundo porque adulasen y halagaran a todos, sino escociendo
vivamente como la sal". Lo que quiere decir el santo es que así como la
sal, arrojada sobre una herida abierta, provoca ardor, así el cristiano, puesto
por Cristo en este mundo infectado por el mal y el pecado, debe destacarse por
su testimonio, el cual de ninguna manera puede ser de halago y condescendencia
con el Mal. Si un cristiano es condescendiente con el Mal, en cualquiera de sus
formas, es señal de que se ha convertido en sal insípida, en sal que no sala y
no sirve más, y que sólo sirve para ser pisoteada. En otras palabras, si un
cristiano consiente la calumnia, la difamación de su prójimo, o de un
sacerdote, o del Papa, o de la Iglesia, y no reacciona, permitiendo que el Mal
se propague entre los hombres, es una mala señal, porque es señal de que ese
cristiano se ha convertido en un perro mudo, que calla cobardemente ante la
presencia del Mal, y es una señal mucho más grave todavía, si ese cristiano no
sólo calla ante la difamación y calumnia, sino que se convierte él mismo en
difamador y calumniador. Muchísimos cristianos católicos no sólo son
conniventes con el Mal en todas sus formas, callando cobardemente ante su
presencia y manifestación en múltiples formas -en la música, en el cine, en la
cultura, en los medios de comunicación masivos-, sino que son aliados del Mal,
desde el momento en que además de consumir, producen el Mal, sea con sus
lenguas, difamando y calumniando, sea con sus obras, obrando toda clase de
obras malas.
Luego continúa San Juan Crisóstomo,
advirtiendo a los cristianos, llamados "sal de la tierra" por Jesús,
que no deben temer el ser "insultados, perseguidos y calumniados a causa
del Evangelio", sino que deben temer el ser llamados
"hipócritas" por el mismo Dios. Dice así el santo: "Había dicho
el Señor a sus discípulos: cuando os insulten y persigan, y digan toda palabra
mala contra vosotros... (Mt 5, 11). Para que no se acobardaran al oír
esto, y rehusaran salir al campo de batalla, ahora parece decirles: si no
estáis preparados a sufrir todas estas cosas, vana ha sido vuestra elección. Lo
que debéis temer no es que se os maldiga, sino el ser envueltos en la común
hipocresía. En ese caso os habríais tornado insípidos, y seríais pisoteados por
la gente (...) si por miedo a la murmuración abandonáis el ímpetu que debéis
tener, entonces sufriréis más graves daños. En primer lugar, se os maldecirá lo
mismo; y luego, seréis la irrisión de todo el mundo; porque eso quiere decir
ser pisoteado". San Juan Crisóstomo advierte a los católicos que, cuando
dejan de ser "sal de la tierra", inmediatamente se convierten en
hipócritas, que sonríen y callan ante el Mal en vez de denunciarlo a gritos, y como
el hipócrita es "sal que ha perdido su sabor", es "pisoteado por
la gente", es decir, es tenido por el mundo como un aliado suyo y no como
un testigo de Jesucristo.
Según San Juan Crisóstomo, el
cristiano entonces debe temer el ser llamado "hipócrita", porque esto
significa que es cómplice con el mal, pero no debe temer ser maldecido a causa
del testimonio valiente de Jesucristo y su Evangelio: "Pero si seguís
frotando con sal, y por ello os maldicen, alegraos entonces. Ésa es
precisamente la función de la sal: escocer y molestar a los corrompidos. La
maledicencia os seguirá forzosamente, pero no os hará ningún daño, sino que
dará testimonio de vuestra firmeza".
Por último, el santo recuerda a los
católicos que han recibido la luz de la fe -en el momento del Bautismo-, pero
que mantenerla encendida depende del propio libre albedrío, de la libre
voluntad de querer dar testimonio público de Jesucristo, "llevando una
vida digna de la gracia", es decir, siendo coherentes y dando testimonio
de Jesús, más que con palabras, con el ejemplo de vida: "(...) Después de
haberles mostrado su propio poder, el Señor les exige franqueza y libertad,
diciéndoles: nadie enciende una lámpara y la pone debajo del celemín, sino
sobre el candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra
luz ante los hombres, a fin de que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a
vuestro Padre, que está en los cielos (Mt 5, 15-16). Es como si les
dijera: yo he encendido la luz; pero que siga ardiendo, depende ya de vuestro
afán apostólico. Y eso no sólo para alcanzar vuestra propia salvación, sino
también la de aquellos que han de gozar de su resplandor, y ser así conducidos
como de la mano hacia la verdad. Si vosotros vivís con perfección, como
conviene a los que han recibido la misión de convertir a todo el mundo, las
calumnias no podrán echar ni una sombra sobre vuestro resplandor. Llevad, pues,
una vida digna de la gracia; a fin de que, así como la gracia se predica en
todas partes, también vuestra vida esté de acuerdo con la gracia".
San Juan Crisóstomo llama a los
cristianos a ser "sal de la tierra y luz del mundo", dando testimonio
de Jesucristo con el ejemplo de vida, y a no callar cobardemente ante el Mal.
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