San Vicente de Paúl, fundador de las Hijas de la Caridad,
destinadas a la atención de los pobres y abandonados de la sociedad, es un
ejemplo de cómo debe el cristiano obrar la verdadera caridad cristiana para con
los pobres. La caridad no es un amor natural, que brote del corazón humano: es
el Amor Divino que se expresa y manifiesta a través de la ternura y del amor
humano, pero no es amor humano: es Amor Divino, y por lo tanto la caridad que
ejerce el cristiano debe tener las mismas características del Amor Divino,
características entre las cuales sobresale la gratuidad, es decir, el dar y el
donarse a sí mismo sin esperar retribución a cambio.
Esto
es lo que diferencia a la caridad cristiana de la beneficencia social, y es lo
que impide que la caridad cristiana sea instrumentalizada a favor de mezquinos
intereses particulares. Es necesario hacer esta distinción, porque muchos en la
Iglesia pretenden utilizar a su favor la asistencia a los pobres, pensando que por
asistirlos, Dios habrá de darles en recompensa algún favor, sea material o
espiritual. Esta actitud egoísta, que usa del pobre para obtener favores, es lo
que ha condenado recientemente el Santo Padre Francisco:
“Algunos alardean, se llenan la boca con los pobres, algunos instrumentalizan a los pobres por interés personal o de su grupo. Lo sé, es humano, pero no está bien”. Y no solo “no está bien”, sino que, el mismo Santo Padre lo dice, es “un grave pecado (…) Sería mejor que se quedasen en casa antes de usar a los pobres por su propia vanidad”[1].
“Algunos alardean, se llenan la boca con los pobres, algunos instrumentalizan a los pobres por interés personal o de su grupo. Lo sé, es humano, pero no está bien”. Y no solo “no está bien”, sino que, el mismo Santo Padre lo dice, es “un grave pecado (…) Sería mejor que se quedasen en casa antes de usar a los pobres por su propia vanidad”[1].
Para
combatir esta instrumentalización, el Santo Padre pide que se obre siempre, en
este aspecto, “con ternura y humildad”, y son estas dos cosas precisamente las
que caracterizan a San Vicente de Paúl, quien sostiene que el hombre de fe debe
vivir dos amores: el amor afectivo –como el amor de un padre que acaricia a su
hijo pequeño de dos años- y el amor eficaz –el amor de un hijo que corresponde
con obras al amor de su padre, aún cuando no se sienta sensiblemente el amor
paterno-. Así debe ser el amor del cristiano para con Cristo: afectivo y
eficaz, pero como Cristo, además de estar con su Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad en la Eucaristía, está misteriosamente Presente, también en Persona,
en el pobre, en el prójimo pobre y abandonado, es en el pobre en donde se debe practicar y vivir, de modo concreto, la caridad cristiana. Esta Presencia misteriosa de Cristo en el pobre es lo que explica que
aquello que se hace a un pobre, se hace a Jesucristo, tanto en el bien como en
el mal: “¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer? (…) ¿Cuándo te vimos
hambriento y no te dimos de comer?” (…) Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos
más pequeños, Conmigo lo hicisteis” (cfr. Mt
25, 35-45).
San Vicente de Paúl nos enseña, entonces, a vivir el
verdadero amor de caridad para con los pobres, un amor desinteresado, que no
busca otra cosa que comunicar el Amor Divino, porque en los pobres está Cristo
y al servirlos a ellos, se sirve a Cristo: “Al servir a los pobres, se sirve a
Jesucristo” (C IX, 252).
[1]
Cfr. http://www.americaeconomia.com/node/101354:
“El Papa Francisco critica a quien alardea de ayudar a los pobres”.
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