En las Actas del martirio de San
Cipriano se lee, en el decreto por el cual se lo sentencia a muerte al santo
obispo, que la causa de su sentencia a muerte es el haberse convertido en
"enemigo de los dioses de Roma y de la antigua religión", además de
ser el "culpable" de que otros imiten su ejemplo y adhieran a la
"nefanda doctrina".
Visto con los ojos humanos, la muerte
de San Cipriano está justificada: es un "enemigo de la religión de
Roma", y por lo tanto, es enemigo también del emperador, a quien se adora
por medio de esta religión; es enemigo también de las costumbres y religiones
ancestrales -que no es otra cosa que paganismo y brujería-, y además es un
rebelde que altera la paz y el orden públicos y pone en peligro los cimientos
mismos del Imperio Romano, desde el momento en que es culpable de que
"muchos" abandonen la religión de Roma, el culto idolátrico al
emperador y la religión antigua -la brujería-, para seguir la religión de un
hombre crucificado y muerto hace cientos de años. En definitiva, a los ojos de
los hombres sin fe y a los ojos del mundo, la sentencia a muerte de San
Cipriano está justificada, porque es un enemigo del Imperio, un traidor, un
rebelde y un instigador a la rebelión, y todo esto lo hace acreedor del "odio
del mundo" (cfr. Jn 15, 18-21), el cual descarga sobre San Cipriano
toda la fuerza de su poder, poder que es muerte y destrucción.
Ahora bien, si el mundo, que está
"bajo el poder del Príncipe de las tinieblas" (cfr. 1 Jn 5,
19), guiado por el odio del ángel caído, odia a San Cipriano, es porque antes
odió a Cristo, Hijo de Dios, que ha venido para "destruir las obras del
demonio" (1 Jn 3, 8). Es por esto que, a los ojos de Dios, San
Cipriano no es enemigo sino amigo, y ya lo había dicho Jesús en la Última Cena:
"Ya no os llamo siervos, sino amigos" (Jn 15, 15), y San
Cipriano es amigo de Dios, porque Dios Padre ve en él la imagen de su Hijo
Jesús, imagen tallada y esculpida a fuego por la gracia santificante, y al ver
a su Hijo Jesús en San Cipriano, Dios Padre ve que no es San Cipriano quien se
inmola, sino su Hijo Jesús quien, a través de San Cipriano, continúa su Pasión
redentora, derramando su Sangre por la salvación de los hombres. Es así,
entonces, que a los ojos de Dios, todo cambia: el enemigo del mundo es su
amigo; el traidor a los ojos del mundo, es su hijo más fiel; el rebelde a los
ojos del mundo, es su hijo más dócil a las mociones del Amor divino; el que es
odiado por el mundo, es aquel a quien más ama Dios, enviándole el Espíritu
Santo, el Amor de Dios, que inhabita en el alma del mártir y habla a través
suyo.
El mensaje de santidad de San
Cipriano, entonces, es este: "Bienaventurados cuando os odien a causa del
Hijo del hombre, porque eso significa que sois amados por el Padre y su
Espíritu Divino".
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