Dentro de la vasta
obra de San Gregorio Magno -que incluye la creación del "canto
gregoriano", llamado así en su honor, pues fue su creador-, se destaca la
introducción de tres súplicas en la oración que precede a la consagración:
"Concédenos vivir en tu paz, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos
entre tus elegidos". Estas tres súplicas, recitadas solo por el sacerdote
ministerial en la Santa Misa -en la Plegaria Eucarística I- pueden ser sin embargo recitadas también por
cualquier fiel que participe de la misma, pues son de gran provecho espiritual.
"Concédenos
vivir en tu paz": la verdadera paz, la paz que viene de Dios, la paz que
se acompaña de serenidad y alegría, la paz que, bajando del cielo, asienta en
lo más profundo del alma, es la paz que da Jesucristo desde la Eucaristía. No
es la paz del mundo, que es solo ausencia de guerra y nada más: es la paz que
brota de lo más profundo del Ser trinitario, se concentra en el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, y desde allí se difunde al alma que lo recibe en la
comunión eucarística. Quien asiste a Misa recibe, por lo tanto, en cada
comunión eucarística, uno de los dones más preciados en esta tierra, y es el
don de la paz divina, una paz que surge como consecuencia del restablecimiento
de la amistad entre Dios y el hombre, fruto del sacrificio de Cristo en la
Cruz. Aquel que comulga, por lo tanto, tiene el sagrado deber de donar a los
demás la paz de Cristo -no la paz del mundo, sino la de Cristo-, la que ha
recibido en la comunión eucarística, y si el mundo no tiene paz, es porque los
cristianos no han sabido comunicar a los demás aquello que han recibido en la
Eucaristía. Dios nos pedirá cuentas de cada comunión recibida y malograda, al
no haber hecho partícipes a los demás de la paz y el Amor divinos recibidos en
cada Eucaristía.
"Líbranos de la
condenación eterna": en la Santa Misa no solo el cielo entero baja al
altar, convirtiendo a este en una parcela del Reino celestial, sino que el
mismo Dios Hijo en Persona, por mandato de Dios Padre y para comunicar al Amor
divino a los hombres, Dios Espíritu Santo, por medio de la renovación incruenta
del sacrificio del Calvario, se hace presente con su sacrificio redentor. Tanto
el Santo Sacrificio de la Cruz, como su renovación incruenta, sacramental, el
Santo Sacrificio del Altar, son obra de la Santísima Trinidad, de las Tres
Divinas Personas, que intervienen activamente en la historia de la humanidad y
en la historia personal de cada uno de los hombres, con el objetivo de que sus
almas sean salvadas de la eterna condenación. El repetir esta oración, no solo
en la Santa Misa, sino en todo momento, damos gloria a la Santísima Trinidad, pues
el deseo de Dios Uno y Trino es que nos salvemos. No en vano el Eclesiastés nos
dice: "Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás", y al no
pecar jamás, conservaremos y acrecentaremos el estado de gracia, no nos
condenaremos, salvaremos nuestra alma, y glorificaremos a la Santísima Trinidad
por los siglos infinitos. Perseverar en la gracia santificante y hacerlo hasta
el último segundo de la vida, es una gracia en sí misma y debe ser implorada
todos los días, tanto para uno mismo como para los seres queridos, y el tener
presente la posibilidad cierta de la condenación eterna, ayuda a evitar aquello
que nos aparta del Amor de Dios en esta vida, temporalmente, y en la otra, para
siempre, y es el pecado. Al rezar esta oración -""Líbranos de la
condenación eterna"-, debemos tener presente ante nuestros ojos los
terribles castigos del infierno y el horroroso destino de dolor y terror de
quienes viven sin el Amor de Dios y, lo peor de todo, mueren sin este Amor
divino. La petición "Líbranos de la condenación eterna" se acompaña
del deseo de crecer cada vez más en el Amor divino.
"Cuéntanos
entre tus elegidos": asistir a la Santa Misa todos los días es un signo de
predilección divina, puesto que el deseo de asistir a la obra de nuestra
salvación, la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, es puesto
en los corazones por el Divino Amor. Quien asiste a la Santa Misa, lo hace
porque desea unirse, sacramentalmente, al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús,
y recibir de Él la infinita plenitud del Amor divino, junto con su paz, su
alegría, su fortaleza, pero este deseo no surge nunca del propio corazón
humano, sino que viene del mismo Espíritu Santo, quien elige a las almas para
infundirles el deseo en el corazón. La petición "Cuéntanos entre tus
elegidos" podría quedar así: "Tú,
oh Dios Trino, Amor infinito y eterno, nos has elegido para participar, en el
tiempo, de la renovación sacramental del Santo Sacrificio del Calvario;
muéstrate piadoso y bondadoso, y así como nos cuentas entre tus elegidos para
participar de la Santa Misa en nuestra vida terrena, cuéntanos también entre
tus elegidos en el cielo, para participar de la eterna alegría que es el
contemplar tu infinita majestad".
"Concédenos
vivir en tu paz", "Líbranos de la condenación eterna",
"Cuéntanos entre tus elegidos": las oraciones introducidas por San
Gregorio Magno, recitadas en la Santa Misa y a lo largo del día, constituyen
una valiosa ayuda para el crecimiento, no solo en el deseo del cielo, sino en
la contemplación del Amor divino.
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