San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 2 de septiembre de 2013

San Gregorio Magno


          Dentro de la vasta obra de San Gregorio Magno -que incluye la creación del "canto gregoriano", llamado así en su honor, pues fue su creador-, se destaca la introducción de tres súplicas en la oración que precede a la consagración: "Concédenos vivir en tu paz, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos". Estas tres súplicas, recitadas solo por el sacerdote ministerial en la Santa Misa -en la Plegaria Eucarística I- pueden ser sin embargo recitadas también por cualquier fiel que participe de la misma, pues son de gran provecho espiritual.
          "Concédenos vivir en tu paz": la verdadera paz, la paz que viene de Dios, la paz que se acompaña de serenidad y alegría, la paz que, bajando del cielo, asienta en lo más profundo del alma, es la paz que da Jesucristo desde la Eucaristía. No es la paz del mundo, que es solo ausencia de guerra y nada más: es la paz que brota de lo más profundo del Ser trinitario, se concentra en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, y desde allí se difunde al alma que lo recibe en la comunión eucarística. Quien asiste a Misa recibe, por lo tanto, en cada comunión eucarística, uno de los dones más preciados en esta tierra, y es el don de la paz divina, una paz que surge como consecuencia del restablecimiento de la amistad entre Dios y el hombre, fruto del sacrificio de Cristo en la Cruz. Aquel que comulga, por lo tanto, tiene el sagrado deber de donar a los demás la paz de Cristo -no la paz del mundo, sino la de Cristo-, la que ha recibido en la comunión eucarística, y si el mundo no tiene paz, es porque los cristianos no han sabido comunicar a los demás aquello que han recibido en la Eucaristía. Dios nos pedirá cuentas de cada comunión recibida y malograda, al no haber hecho partícipes a los demás de la paz y el Amor divinos recibidos en cada Eucaristía.
          "Líbranos de la condenación eterna": en la Santa Misa no solo el cielo entero baja al altar, convirtiendo a este en una parcela del Reino celestial, sino que el mismo Dios Hijo en Persona, por mandato de Dios Padre y para comunicar al Amor divino a los hombres, Dios Espíritu Santo, por medio de la renovación incruenta del sacrificio del Calvario, se hace presente con su sacrificio redentor. Tanto el Santo Sacrificio de la Cruz, como su renovación incruenta, sacramental, el Santo Sacrificio del Altar, son obra de la Santísima Trinidad, de las Tres Divinas Personas, que intervienen activamente en la historia de la humanidad y en la historia personal de cada uno de los hombres, con el objetivo de que sus almas sean salvadas de la eterna condenación. El repetir esta oración, no solo en la Santa Misa, sino en todo momento, damos gloria a la Santísima Trinidad, pues el deseo de Dios Uno y Trino es que nos salvemos. No en vano el Eclesiastés nos dice: "Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás", y al no pecar jamás, conservaremos y acrecentaremos el estado de gracia, no nos condenaremos, salvaremos nuestra alma, y glorificaremos a la Santísima Trinidad por los siglos infinitos. Perseverar en la gracia santificante y hacerlo hasta el último segundo de la vida, es una gracia en sí misma y debe ser implorada todos los días, tanto para uno mismo como para los seres queridos, y el tener presente la posibilidad cierta de la condenación eterna, ayuda a evitar aquello que nos aparta del Amor de Dios en esta vida, temporalmente, y en la otra, para siempre, y es el pecado. Al rezar esta oración -""Líbranos de la condenación eterna"-, debemos tener presente ante nuestros ojos los terribles castigos del infierno y el horroroso destino de dolor y terror de quienes viven sin el Amor de Dios y, lo peor de todo, mueren sin este Amor divino. La petición "Líbranos de la condenación eterna" se acompaña del deseo de crecer cada vez más en el Amor divino.
          "Cuéntanos entre tus elegidos": asistir a la Santa Misa todos los días es un signo de predilección divina, puesto que el deseo de asistir a la obra de nuestra salvación, la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, es puesto en los corazones por el Divino Amor. Quien asiste a la Santa Misa, lo hace porque desea unirse, sacramentalmente, al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, y recibir de Él la infinita plenitud del Amor divino, junto con su paz, su alegría, su fortaleza, pero este deseo no surge nunca del propio corazón humano, sino que viene del mismo Espíritu Santo, quien elige a las almas para infundirles el deseo en el corazón. La petición "Cuéntanos entre tus elegidos" podría quedar así:     "Tú, oh Dios Trino, Amor infinito y eterno, nos has elegido para participar, en el tiempo, de la renovación sacramental del Santo Sacrificio del Calvario; muéstrate piadoso y bondadoso, y así como nos cuentas entre tus elegidos para participar de la Santa Misa en nuestra vida terrena, cuéntanos también entre tus elegidos en el cielo, para participar de la eterna alegría que es el contemplar tu infinita majestad".

          "Concédenos vivir en tu paz", "Líbranos de la condenación eterna", "Cuéntanos entre tus elegidos": las oraciones introducidas por San Gregorio Magno, recitadas en la Santa Misa y a lo largo del día, constituyen una valiosa ayuda para el crecimiento, no solo en el deseo del cielo, sino en la contemplación del Amor divino.

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