El Padre Pío, fraile franciscano, recibió los estigmas, es
decir, las llagas de la Pasión y crucifixión de Jesús, prolongando de esta
manera el idéntico don recibido por San Francisco de Asís. Los estigmas del
Padre Pío sangraron abundantemente, desde el momento en que los recibió, en septiembre
de 1910, hasta dos días antes de su muerte, momento en que se cerraron.
Más allá de lo asombroso que resultan en sí mismos, desde el
punto de vista médico y científico –heridas abiertas producidas sin causa
natural, sangrantes, que a pesar del tiempo transcurrido nunca se infectaron,
lo cual contradice todas las reglas de la medicina-, lo más asombroso en los
estigmas del Padre Pío está dado por el origen de los mismos y por su
significado. En lo que respecta a su origen, los estigmas se originan en
Cristo, y por eso deben ser llamados, con más propiedad, “estigmas de Cristo en
el Padre Pío”, y representan un cumplimiento literal y material de la frase de
San Pablo: “Completo en mi cuerpo lo que falta a la Pasión de Cristo”. Por
esto, más que ser el Padre Pío el que sufre por los estigmas de Jesús, es Jesús
quien continúa sufriendo su Pasión, a través del Padre Pío, y es este el
significado de las llagas: puesto que de las heridas del primer sacerdote
estigmatizado de la historia no son suyas, sino que son las de Jesús, la presencia
de las heridas en el cuerpo de un sacerdote que vive distante veinte siglos de
Jesús, significa que es el mismo Cristo Jesús quien, a través del Padre Pío,
continúa derramando su Sangre redentora, por la salvación de las almas.
De esta manera, el misterio de las llagas del Padre Pío se
engrandece al infinito, superando ampliamente el mero interés científico o
médico, ya que remiten, por su origen, al Hombre-Dios y a su Pasión salvadora. Y
el misterio aumenta aún más, si se considera que las manos de Cristo,
perforadas por las llagas, son las que consagran el pan y el vino en el altar,
en cada Santa Misa, desde el momento en que el sacerdote ministerial actúa in Persona Christi. En otras palabras,
si las manos llagadas del Padre Pío eran las manos llagadas de Jesús hechas visibles, esas mismas manos llagadas,
pero ahora invisibles -desde el
momento en que el sacerdote ministerial no posee los estigmas-, son las que
consagran el pan y el vino en la transubstanciación. Si las llagas visibles del
Padre Pío son un misterio insondable, las llagas invisibles de las manos de
Cristo que consagran a través de las manos del sacerdote ministerial en la
Santa Misa, constituyen un misterio absoluto que supera toda capacidad de comprensión humana y
angélica, misterio ante el cual solo caben el asombro, la adoración y la acción de gracias a Dios Trino por tanta misericordia.
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