Al considerar la vida de la
Beata Madre Teresa de Calcuta, es inevitable reflexionar acerca de su estrechísima
relación con la pobreza, puesto que toda su vida está dominada por la misma:
desde su infancia -nació y creció en uno de los países más pobres de
Europa, Albania-, pasando por todo su período juvenil -fue religiosa en la
orden de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto-, hasta su edad adulta y muerte -vivió como religiosa, con voto de pobreza, en la Congregación que ella misma fundó-. Si bien vivió pobremente toda su vida, puede decirse que
intensificó hasta grados de muy alta santidad esta vida de pobreza, desde el
momento en que, inspirada por Dios, fundó la Congregación de las Misioneras de
la Caridad.
Por esto, podemos decir que en la
Madre Teresa de Calcuta se cumplen las Bienaventuranzas de Jesucristo,
particularmente la de la pobreza: "Bienaventurados los pobres, porque de
ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 1-12), y podemos decir
también que ella hizo la verdadera "opción preferencial por los
pobres".
¿En qué consiste esta "bienaventuranza
de la pobreza" y la "opción preferencial de los pobres"[1],
que le valieron a la Madre Teresa el ganar para siempre la eterna alegría en el
Reino de los Cielos?
La pobreza que abrazó la Beata Teresa
de Calcuta, que fue la que le permitió ganar la riqueza más grande que jamás un
alma pueda concebir, fue la pobreza de la Cruz. La Madre Teresa fue pobre con
Cristo pobre, y abrazó a Cristo pobre en la Cruz, pero también abrazó y asistió
al Cristo pobre que inhabitaba en los más pobres entre los pobres, los
habitantes desposeídos que vivían en la miseria en las calles de Calcuta.
La Madre Teresa aprendió a
ser pobre haciendo oración arrodillada a los pies de Cristo crucificado:
allí comprendió qué quiere decir "ser pobre", porque
vio que Jesús en la Cruz no posee nada, puesto que de todos los
bienes materiales de la Cruz, ninguno le pertenece: la Cruz de madera; el cartel
que dice "Jesús Nazareno Rey de los judíos"; los clavos de hierro que
perforan sus manos y pies; la corona de espinas; todo, es propiedad de Dios
Padre, que le presta a su Hijo amado estos pocos bienes, para que pueda llevar
a cabo la obra de la Redención de la humanidad. Hasta el paño con el que cubre
pudorosamente su Cuerpo no es suyo sino, según la Tradición, es propiedad de
la Virgen María que, destrozada por el dolor, con un gesto maternal cubre a su
Hijo en la Pasión así como lo cubrió al nacer, en Belén. La Madre Teresa
comprendió, al pie de la Cruz, que al Cielo solo se entra con la pobreza de
Cristo, que nada material tiene en la Cruz, y es así que eligió ser pobre con
Cristo pobre, y por este motivo en su Congregación no tenían ni sillas, ni
camas, ni computadoras, ni bienes materiales de ninguna clase, porque sabía que
al Cielo es imposible entrar cargado de joyas, oro, plata, dinero, diamantes, y
que solo se ingresa como Cristo ingresó: despojado de bienes materiales y con
el tesoro del Amor de Dios en el corazón, para así recibir la herencia de los
hijos de Dios, la riqueza de la gloria divina.
Pero la Madre Teresa no solo abrazó a
Cristo Pobre en la Cruz, sino también a los desposeídos de la tierra, los más
pobres entre los pobres, los miserables de toda miseria, y los abrazó porque
veía en ellos no solo la imagen viviente de Cristo Pobre y crucificado, sino al
mismo Cristo que, inhabitando misteriosamente en ellos, continuaba su Pasión salvadora.
Esta pobreza de la Madre Teresa y su opción preferencial por los pobres -que constituyen la verdadera
pobreza evangélica, la pobreza de la Cruz-, nada tienen que ver la pobreza
ideológica de corrientes filosóficas marxistas y capitalistas anti-cristianas,
que se esgrimen solo para enfrentar al hermano contra el hermano.
Además de las Bienaventuranzas, en la Madre Teresa se cumple también
la promesa de Jesucristo según la cual los últimos en la tierra serán los
primeros en el cielo: "los últimos serán los primeros y los primeros serán
los últimos" (Mt 20, 16), puesto que fue última
entre los últimos, viviendo pobremente y atendiendo a los más desposeídos de la
tierra, en quienes veía la imagen de Cristo crucificado, y por esto, ahora es
la primera en el Reino, en donde Dios Padre le ha concedido un puesto de honor
en el banquete celestial, en la Asamblea festiva de los santos que se alegran
eternamente en la Presencia del Cordero.
[1] Cfr. CELAM,
Sínodo de 1985, Juan Pablo II, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html
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