Visto con la razón natural, el hecho histórico de la muerte
de los Santos Inocentes, relatado en la Sagrada Escritura (cfr. Mt 2, 16-18), parecería un caso más
entre tantos otros motivados por los celos de un gobernante: al enterarse de
que ha nacido un niño que es rey, el rey gobernante manda asesinar a los niños
menores de dos años, para eliminar cualquier amenaza a su posición de poder.
Sin
embargo, el hecho dista mucho de ser un mero caso de pasiones humanas
desordenadas. Aunque parezca inverosímil a primera vista, en la muerte de los
Santos Mártires Inocentes, es decir, en la muerte de niños de menos de dos
años, indefensos y desvalidos, se inicia en la tierra la lucha entre el Cielo y
el Infierno, como continuación de la lucha comenzada en los cielos entre los
ángeles de luz, fieles al Amor Divino, y los ángeles apóstatas, convertidos en
seres de las tinieblas al negarse voluntariamente ser iluminados por la Luz
eterna de Dios Uno y Trino.
Todavía
más, en esta lucha, en la que las fuerzas del cielo, representadas en los Niños
Mártires, aparecen como derrotadas, puesto que los niños son masacrados sin
piedad, se inicia, también paradójicamente, el triunfo definitivo de las
fuerzas al servicio de Dios –los ángeles de luz y los hombres de buena
voluntad- sobre las fuerzas del Infierno. En otras palabras, a pesar de que la
masacre de los Niños Mártires pareciera mostrar un triunfo apabullante de las
fuerzas del mal, se trata en realidad de lo opuesto, ya que la muerte de los
Niños Mártires señala el triunfo más rotundo del Bien y del Amor de Dios, que
por medio suyo persigue y derrota a los ángeles caídos.
Sin
embargo, alguien podría preguntarse, movido también por la razón natural: ¿cómo
es posible que unos niños tan pequeños, de menos de dos años, venzan a los
siniestros poderes del Averno? ¿De qué manera puede un niño, que apenas ha
abandonado la lactancia y recién empieza a caminar, derrotar a un ángel, cuya
naturaleza es notoriamente superior a la humana? ¿Cómo es posible que un niño,
que ni siquiera sabe hablar, ponga en fuga a seres tan perversos como fuertes,
como lo son los ángeles caídos con relación a la naturaleza humana?
La
respuesta, que nos la da la fe en Cristo, nos dice que estos niños no vencen
con sus propias fuerzas, ni es su sangre la que hace huir a los demonios, ni es
su muerte la que los ahuyenta: los Niños Mártires vencen porque han sido
bañados, de modo anticipado, en la Sangre del Cordero; los Niños Mártires
vencen porque han sido lavados en la Sangre del Cordero y han quedado
resplandecientes con la gracia divina; el Niño de Belén, que es Dios redentor y
habrá de morir luego en la Cruz por ellos, anticipa el fruto del sacrificio de
la Cruz y los asocia a su Pasión, de modo que los Niños asesinados por Herodes
son, en cierta manera, el Cordero degollado del Apocalipsis (5, 6), que por
medio de sus cuerpecitos atravesados por las espadas y lanzas de los soldados y
por medio de la sangre que se derrama por las heridas abiertas, anticipa su
Triunfo Victorioso en la Cruz, Triunfo glorioso obtenido por el don de su
Cuerpo ofrecido en sacrificio en el Calvario y por el don de su Sangre,
derramada desde sus heridas abiertas y desde el Costado traspasado por la
lanza.
Los
Niños Inocentes triunfan porque es el Cordero degollado quien, desde la Cruz,
los asocia a su sacrificio y les hace partícipe de su Fuerza omnipotente, de su
Gloria divina, de su Sabiduría celestial, de su Amor eterno, de su Triunfo
Victorioso de la Cruz.
Esta
es la razón primera y última del triunfo de los Mártires Inocentes, masacrados
no solo por el celo enfermizo de un rey sin escrúpulos, sino por las fuerzas
del infierno que, desencadenadas contra la humanidad, muestran de esta manera
su poderío sobre el hombre cuando no lo protege Dios.
Pero
la lucha contra las Puertas del Infierno continúa, y continuará hasta el fin de
los tiempos, cuando el Supremo Juez vendrá a juzgar a la humanidad; mientras
tanto, continúa la masacre de los Santos Mártires Inocentes, que mueren de a
centenares de miles a lo largo y ancho del mundo, no ya bajo el hierro y el
acero de soldados que obedecen a un rey de la Antigüedad, sino bajo el hierro y
acero de modernos y afilados instrumentos quirúrgicos que se hunden sin piedad
en los cuerpecitos de los niños por nacer, provocándoles la muerte por aborto y
prolongando así la masacre del rey Herodes. Los niños abortados son los Santos
Mártires Inocentes de nuestros días, que mueren a manos de los modernos Herodes,
pero que también anticipan, con su muerte sangrienta, el triunfo definitivo y
total del Cordero sacrificado en la Cruz sobre las fuerzas del mal.