En la Segunda Revelación, Jesús se le aparece a Santa
Margarita María de Alacquoque con su Corazón rodeado de espinas: “El divino
Corazón se me presentó en un trono de llamas, más brillante que el sol, y transparente como el cristal, con la llaga
adorable, rodeado de una corona de espinas, significando las punzadas
producidas por nuestros pecados…”[1].
Debido a que estamos acostumbrados a ver imágenes estáticas
del Sagrado Corazón, podemos llegar a creer que las espinas no le provocan
dolor a Jesús, reduciéndolas así a un elemento casi decorativo en la devoción. Pero
las espinas, que representan nuestros pecados, como lo dice el mismo Jesús, le
provocan dolores intensos y continuos. En otras palabras, el hecho de que Jesús
se aparezca a Santa Margarita María con su Corazón rodeado de espinas, no se
debe a un intento de construir una devoción basada en solo los afectos: describe
el estado real de intenso sufrimiento del Sagrado Corazón de Jesús en el Huerto
de Getsemaní y en la Pasión, en donde la enormidad de los pecados de toda la
humanidad, abatiéndose sobre Él, le produjo dolores intensísimos y de una magnitud
desconocida para el hombre. Son estos dolores atroces los que están
representados por la corona de espinas que rodean al Sagrado Corazón, dolores
sufridos en la Pasión pero también ahora, en su estado actual de resucitado y
glorioso, porque si bien Jesús ya no sufre físicamente, sí sufre moralmente,
así como sufre un padre que ve que su hijo se encamina irremediablemente hacia
el abismo. Las espinas del Sagrado Corazón representan por lo tanto no solo el
dolor físico, moral y espiritual sufrido por Jesús en la Pasión, sino también
el dolor moral experimentado ahora, en su estado de resucitado, dolor que se
extenderá hasta el fin de los tiempos.
Las
espinas sirven para que nos demos al menos una ligera idea de la intensidad, atrocidad
y agudeza de los dolores de Jesús, y eso lo podemos hacer considerando qué es
lo que sucede en un corazón vivo que se encuentre rodeado de espinas, puesto
que Jesús está vivo y con su Corazón latiendo con el ritmo cardíaco propio de
cada corazón. Como todo corazón vivo, entonces, el Corazón de Jesús late pero al
estar rodeado de espinas, sufre en cada latido; sufre en la fase de expansión
del Corazón –diástole-, en el momento en el que el corazón se relaja, porque
allí es perforado y atravesado por las espinas punzantes, las cuales llegan
hasta el interior de las cavidades cardíacas; sufre también luego, en la fase
de contracción –sístole-, porque estas espinas se retiran, provocando el desgarro
de las paredes cardíacas, aumentando el dolor producido en la fase anterior.
De
esta manera, podemos darnos al menos una pálida idea de los sufrimientos
padecidos por Jesús en el Huerto de Getsemaní y en la Pasión, sufrimientos que
continúan y continuarán hasta el fin de los tiempos y que son causados, como lo
dice Jesús, por la ingratitud, la indiferencia, la frialdad de los cristianos
para con su Sacrificio redentor y para con su Presencia eucarística. Esta es la
razón por la cual, si queremos en algo consolar y aliviar los dolores del
Sagrado Corazón de Jesús, debemos ofrecer Horas Santas en reparación.
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