San
Lucas, Evangelista, no conoció personalmente a Jesucristo; sin embargo, nos
dejó el que es considerado como el más completo de ente todos los Evangelios.
¿Cómo pudo saber con tanta
precisión acerca de Jesús, si él no lo conoció personalmente? Tal vez podría
explicarse por el hecho de que San Lucas era médico, y si bien las ciencias
médicas no eran tan avanzadas como ahora, exigían igualmente una cierta
disciplina en los estudios y el ejercicio frecuente de la memoria y del razonamiento.
En otras palabras, la mente científica de San Lucas sería la causa de que su
Evangelio sea uno de los más completos y precisos, tal como él lo dice, que
escribe para dar testimonio luego de informarse “de todo exactamente desde su
primer origen”.
Sin embargo, la razón
primera y última, y única acerca de su Evangelio, es decir, de la visión que
San Lucas nos deja del Hombre-Dios Jesucristo, no radica en motivos humanos.
Cuando analizamos su Evangelio, nos damos cuenta de las fuentes que lo inspiraron:
fue discípulo directo de San Pablo y, según la Tradición, fue la Virgen María quien le habló
acerca de su Hijo, y por esa razón escribió lo que sabemos acerca de la
infancia de Jesús (también se dice que San Lucas fue el primero en pintar un
retrato de la Virgen).
Por último, y como a todo autor humano de la Biblia, San Lucas fue inspirado por el Espíritu
Santo -esto explica que sea el evangelista de la Divina Misericordia, porque relata las parábolas del Hijo pródigo, de la dracma perdida, del Buen samaritano, etc.-, de modo que todo lo que está escrito en su Evangelio, es obra del
Espíritu Santo.
Son estas fuentes –San
Pablo, la Virgen,
el Espíritu Santo-, entonces, las que explican la redacción del Evangelio y el
hecho de ser el más completo de los Evangelios. Ahora bien, para poder ser
instrumento fiel y seguro, como San Lucas, que transmita con fidelidad lo que
se dicta, es necesario no solo haber erradicado de sí la soberbia, el orgullo,
el juicio propio, la duda contra la fe, sino también poseer las dos virtudes
que Jesús pide específicamente en el Evangelio que aprendamos de Él para
imitarlo, la mansedumbre y la humildad: “Aprended de Mí, que soy manso y
humilde de corazón” (Mt 11, 29).
Es por esto que a San Lucas
se lo representa con la figura de un buey, animal que es sinónimo de
mansedumbre –y, por extensión, de humildad-, que es lo que se necesita para ser
dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo, a la voz de la Virgen María, y a las
enseñanzas del Magisterio de la Iglesia
Católica.
Si San Lucas hubiera sido
orgulloso, soberbio, apegado a su juicio propio, jamás podría haber sido dócil
instrumento de Dios para escribir su Evangelio. Nosotros no hemos de escribir
un Evangelio, pero necesitamos de la misma mansedumbre y humildad de San Lucas,
para que el Espíritu Santo pueda grabar una imagen viva de su Hijo Jesucristo
en nuestros corazones, para que cuando nuestro prójimo nos vea y oiga, vea y
oiga a Jesucristo.
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