San
Ignacio de Antioquía sufrió el martirio en tiempos del Emperador Trajano, quien
decidió la persecución de todos aquellos que no adoraran a los dioses del
panteón romano, a quienes atribuía la victoria sobre sus enemigos. En las Actas
del martirio de San Ignacio, se puede leer el interrogatorio al que fue
sometido por el emperador en persona y el testimonio de fe en Jesucristo que
resulta de este diálogo:
-¿Quién eres tú, espíritu malvado, que osas
desobedecer mis órdenes e incitas a otros a su perdición?
-Nadie llama a Teóforo espíritu malvado, respondió el
santo.
–¿Quién es Teóforo?
-El que lleva a Dios dentro de sí.
-¿Quiere eso decir que nosotros no llevamos dentro a
los dioses que nos ayudan contra nuestros enemigos?, preguntó el emperador.
-Te equivocas cuando llamas dioses a los que no son
sino diablos, replicó Ignacio. Hay un solo Dios que hizo el cielo y la tierra y
todas las cosas; y un solo Jesucristo, en cuyo reino deseo ardientemente ser
admitido.
-¿Te refieres al que fue crucificado bajo Poncio
Pilato?.
-Sí, a Aquél que con su muerte crucificó el pecado y a
su autor, y que proclamó que toda malicia diabólica ha de ser hollada por
quienes lo llevan en el corazón.
-¿Entonces tú llevas a Cristo dentro de ti?
-Sí, porque está escrito, viviré con ellos y caminaré
con ellos.
Cuando lo mandaron a encadenar para llevarlo a morir
en Roma, San Ignacio exclamó: “Te doy gracias, Señor, por haberme permitido
darte esta prueba de amor perfecto y por dejar que me encadenen por Tí, como tu
apóstol Pablo”.
San
Ignacio de Antioquía demuestra, con el don de su vida, que aquello que decía
con sus palabas, de que llevaba a Dios dentro de sí, era realidad, y por esto
muere como “Teóforo”, es decir, como “Portador de Dios”. San Ignacio vive y hace carne las palabras de Cristo: “Donde
esté tu tesoro, ahí estará tu corazón” (Mt 6, 19-23): su
tesoro es Cristo crucificado y por eso su corazón está al pie de la Cruz , mereciendo así compartir la
muerte martirial del Rey de los mártires.
El ejemplo de este mártir, con sus palabras, vida y
obras, es válido para todo tiempo, pero mucho más para nuestro tiempo, en el
que el mundo ha logrado desplazar del corazón de los hombres a Cristo Dios,
para colocar en su lugar a los ídolos del neo-paganismo imperante que parece
triunfar por todas partes. Al recordar a San Ignacio de Antioquía, le pedimos que interceda por nosotros para que en nuestros corazones arda el Amor
de Cristo, ese Amor que es depositado en el alma en cada comunión sacramental, para que así encendidos en el Amor del Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús seamos convertidos en
“Cristóforos”, es decir, “Portadores de Cristo”.
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