¿Qué
es lo que celebramos en la Fiesta de Todos los Santos? ¿Qué hay en ellos que merezca
ser festejado y celebrado por toda la Iglesia Universal?
Celebramos
a los santos porque ellos ganaron la entrada en el Reino de los cielos; ellos
se hicieron acreedores de las bienaventuranzas prometidas por Jesús; ellos se
ganaron la alegría eterna y ahora viven, para siempre,
Pero
todo, celebramos en los santos su paso por esta vida terrena, porque no solo fue
en vano –como los que obran las tinieblas-, sino que dejaron profundas huellas
luminosas, huellas de luz que quedaron impresas en un camino -angosto,
escarpado, difícil-, el Camino Real de la Cruz, el único que conduce a la luz,
y porque siguieron al Cordero y ahora están con Él para siempre, el ejemplo de
vida de todos y cada uno de los santos es para nosotros un tesoro valiosísimo,
de inestimable valor, porque con sus vidas nos señalan el sentido de nuestra
existencia y de nuestro paso por la tierra: ganar el cielo y la eterna alegría,
que no es otra cosa que la contemplación extasiada del Cordero,
Los
santos siguieron al Cordero y el seguimiento consistió en su imitación y su
imitación fue tan fiel, que al tiempo que reflejaron en sus vidas distintos
aspectos del Cordero, esa fidelidad les valió recibir el premio a la
perseverancia en la fe y en las buenas obras y así conquistar el Reino de los
cielos. Es en este aspecto de fidelidad a la gracia y de imitación del Cordero,
en donde radica el aspecto más valioso de las vidas de los santos, porque las
virtudes sobrenaturales con las que ganaron el cielo no son simples hábitos
virtuosos, sino manifestaciones de algunas de las infinitas y eternas perfecciones
del Ser trinitario de Jesús, dadas a conocer en el tiempo a través de la vida
humana de los santos. Esto –las infinitas perfecciones del Ser trinitario de
Jesús, comunicadas por la gracia- es lo que explica la diversidad de dones y
carismas que enriquecieron las vidas de los santos: los doctores son los que
expresaron, a través del estudio, la Sabiduría Divina; los mártires son los
que, por medio del derramamiento de su sangre, manifestaron al mundo la
Fortaleza de Dios; las vírgenes son las que, por medio de su castidad y pureza,
reflejaron la Pureza Inmaculada del Cordero; los que obraron la caridad, son
los que manifestaron con obras la Misericordia Divina; los que se santificaron
en el sacerdocio, son los que actualizaron el Santo Sacrificio de la Cruz de
Jesús y dieron la vida divina a las almas por medio de los sacramentos; los que
se santificaron en el matrimonio, son los que testimoniaron el Amor esponsal,
puro, perfecto, casto, celestial, fecundo, entre Cristo Esposo y la Iglesia
Esposa, y así como sucedió con estos santos, así fue con cada santo: cada uno
reflejó, utilizando como instrumento su cuerpo y su alma, la perfección del Ser
trinitario de Cristo que Él les comunicó de acuerdo a su plan divino de
salvación.
Y
todos, absolutamente todos, son un testimonio de Amor puro, perfecto, santo,
hasta la muerte de Cruz, a la Eucaristía, porque no hay santo sin Amor a la
Eucaristía, porque fue el Amor que brota del Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús lo que los llevó a los altísimos niveles de santidad de los que hoy y
para siempre gozan en el cielo.
En
cuanto a nosotros, al considerar el elevado grado de santidad que alcanzaron
los santos, sabemos que nos resultará muy difícil –o sino, directamente,
imposible- llegar a tan alta santidad, porque el grado heroico con el que
vivieron las virtudes es algo que supera las fuerzas humanas; pero debido a que
igualmente queremos alcanzar el cielo, lo que debemos hacer, en el día en que
los conmemoramos, es pedirles que intercedan por nosotros para que cada día que
pase, crezca en nuestros corazones aquello que los llevó al cielo: el Amor a
Jesús Eucaristía.
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