San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 1 de mayo de 2017

San José obrero


         “Por medio del honrado desempeño del oficio de carpintero, San José ha venido a ser el modelo admirable de todos los trabajadores”[1]. Con esta antífona de Laudes, la Iglesia honra la memoria del Padre adoptivo de Jesús, San José. De esta manera, al poner la Iglesia a San José como modelo para todos los trabajadores, la Iglesia enaltece, además de la figura de San José, al trabajo en sí mismo, colocándolo en una órbita que sobrepasa infinitamente cualquier ideología humana, y es en la órbita de la santidad. En efecto, el trabajo, para la Iglesia, es algo sagrado y santo, desde el momento en que el mismo Dios en Persona “trabaja”, tal como lo dice Jesús: “Mi Padre trabaja y Yo también trabajo” (cfr. Jn 5, 17), y si bien Jesús se refiere a la obra de la salvación –que comprende la Encarnación del Verbo, los milagros, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús-, lo hace en términos de “trabajo”, lo cual indica el alto grado de consideración que Dios tiene del trabajo humano honrado, en cuanto es imitación y participación de su propio trabajo en cuanto Dios, esto es, la salvación del hombre. Esta dignidad intrínseca del trabajo se pone de manifiesto en el Génesis, cuando Dios, al revelar su obra creadora del universo visible e invisible, lo hace también en términos de “trabajo”, en este caso, utilizando la figura del descanso, acción propia del hombre y que, antropomórficamente, se la aplica a Sí mismo: “Y en el séptimo día completó Dios la obra que había hecho, y descansó en el día séptimo de toda la obra que había hecho” (Gn 2, 2). Es decir, la dignidad del trabajo honrado es tan alta, que Dios mismo se aplica a sí mismo la figura de un trabajador: trabaja en la obra de la Creación y trabaja –las Tres Divinas Personas que constituyen un Único Dios- en la obra de la salvación. Por este motivo, no es de extrañar que el Padre adoptivo de Jesús, San José, aun teniendo la posibilidad de vivir sin trabajar, desde el momento en que los ángeles, cuyo Rey es Jesús, podrían hacer todo su trabajo en cuestión de segundos, no hace uso de esta prerrogativa y, por el contrario, trabaja ardua y duramente toda su vida, en su oficio de carpintero, hasta el día mismo de su muerte. En efecto, según una antigua tradición, San José murió en ocasión del trabajo, pues se enfermó de neumonía al ser sorprendido, junto  con su Hijo Jesús por una tormenta de nieve, mientras acudían a un pueblo cercano para realizar un trabajo de carpintería.
            San José es modelo de trabajo honrado, que santifica, pero también hay otro elemento a considerar en el trabajo del cristiano, y es la perfección con la cual este se realiza y se ofrece a Dios, porque a Dios no se le puede ofrecer un trabajo mal hecho -voluntariamente-, ya que la perfección es parte del ser cristiano, tal como lo enseña Jesús y ordena: "Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48). Esto implica luchar contra la pereza, la decidia y la negligencia, y hacer el trabajo con la mayor dedicación posible: no importa si no sale perfecto, pero sí importa poner todo de nuestra parte para que sea perfecto.
         “Mi Padre trabaja, y Yo también trabajo”. El trabajo humano honrado es santo cuando el hombre, al trabajar, no solo imita, sino que, ofreciéndolo a Jesucristo en la cruz, se une por participación a la obra redentora del Salvador. Visto en esta perspectiva, no existe un trabajo “más importante” que otro, puesto que, independientemente de su cualidad, lo que lo hace santo –y por lo tanto, agradable a Dios-, es el ofrecer el trabajo propio, realizado honrada y sacrificadamente a Cristo Dios, por la salvación de las almas. Y en esto, San José es modelo ejemplar e insuperable para todos los trabajadores.




[1] Cfr. Liturgia de las Horas, Memoria de San José Obrero, Antífona de Laudes.

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