San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 16 de mayo de 2017

San Isidro Labrador


         Vida de santidad[1].

San Isidro nació en Madrid en el año 1082, en una humilde casa cercana a la iglesia de San Andrés, de padres cristianos mozárabes[2]. Sus padres eran unos campesinos sumamente pobres que ni siquiera pudieron enviar a su hijo a la escuela y por esa razón San Isidro no era muy instruido. Sin embargo, esta carencia en su formación humana fue compensada con creces, ya que sus padres le enseñaron la más grande enseñanza que los padres puedan dar a sus hijos: le enseñaron a tener temor de ofender a Dios, un gran amor de caridad hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración, por la Santa Misa y la Comunión y un gran amor filial por la Virgen.
Quedó huérfano a la edad de diez años, empezando desde esa temprana edad a trabajar como peón de campo, ayudando en la agricultura a Don Juan de Vargas, un dueño de una finca, cerca de Madrid. Se unió en matrimonio con María Toribia, una sencilla campesina que también llegó a ser santa y ahora se llama Santa María de la Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover). Precisamente, en casa de Vargas nacería Illán, hijo de Isidro y de María, y fue en esa casa en donde tuvo lugar uno de los numerosos milagros –más de cuatrocientos, constatados en su proceso de canonización- que se atribuyen al santo: siendo muy pequeño el hijo de Isidro, en un momento de descuido, se cayó a un pozo, provocando una gran angustia a su madre. Al enterarse de lo sucedido, San Isidro suplicó a la Virgen de la Almudena su mediación y apenas terminada la oración, el agua comenzó a subir inexplicablemente, llegando casi a rebasar el borde del pozo lo cual le permitió extraer a Illán sin rasguño alguno[3].
Isidro se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber asistido antes a la Santa Misa, dato que es corroborado por el Papa Gregorio XV, quien dijo de él: “Nunca salió para su trabajo sin antes oír, muy de madrugada, la Santa Misa y encomendarse a Dios y a su Madre Santísima”. Esto significa que la fuente de su santidad era la Eucaristía y que el portal bendito por el que le llegaban las gracias necesarias para su vida de santidad, era la Madre del cielo, la Virgen María, a la cual se encomendaba todos los días.
Aunque no era muy instruido en las ciencias humanas, San Isidro poseía sin embargo una gran sabiduría celestial, que le hacía despreciar los bienes terrenos y desear los bienes celestiales, los primeros entre todos, la Eucaristía y la Virgen[4]. Se distinguía además por su gran dedicación a su trabajo de agricultor, tarea que cumplía con gran destreza: uncir los bueyes, cuidar de los animales, podar los rastrojos, trabajar en la vendimia, la siembra, la cosecha, etc., aunque lo que hacía grande y santo a su trabajo, no era solo la dedicación, el sacrificio y el esfuerzo que ponía en cada tarea, sino que lo ofrecía siempre a Jesús y a la Virgen, al igual que también hacía lo propio su esposa, María.
San Isidro amaba tanto a la Virgen y a Jesús Eucaristía, que anteponía la Santa Misa –y la unión en el Amor con Jesús Eucaristía-, a su trabajo, aunque nunca dejaba de cumplir con su trabajo, aun cuando asistía a Misa todos los días. Precisamente, un clamoroso hecho sobrenatural, narrado en el proceso de canonización, se produjo en ocasión de su trabajo, hecho que a la vez comprueba la afirmación de que “Dios no se deja ganar en generosidad”: su ángel de la guarda araba por él, mientras San Isidro estaba en Misa.
Sucedió que sus compañeros de trabajo lo demandaron a su patrón, acusándolo de que llegaba tarde a sus labores, lo cual era verdad; es decir, San Isidro efectivamente llegaba tarde porque asistía a la Santa Misa. Sin embargo, su patrón se sorprendió de que, a pesar de que llegara tarde, su trabajo estaba siempre bien hecho, y completo. Intrigado por esta aparente contradicción –el santo llegaba tarde porque iba a Misa, pero su trabajo estaba siempre bien hecho-, Juan de Vargas decidió investigar por su propia cuenta, y es así como acudió al lugar de trabajo de San Isidro, ocultándose para pasar desapercibido. Desde ese lugar, Juan de Vargas pudo comprobar, con sus propios ojos, la razón por la cual, a pesar de que San Isidro llegaba tarde al trabajo a causa de la Misa, su labor estaba siempre realizada a la perfección: un ángel –probablemente su ángel custodio- lo reemplazaba en su tarea, arando las tierras para que pudiera asistir tranquilo a Misa sin faltar a su trabajo. Este es uno de los milagros más conocidos del santo y es la razón por la cual en la iconografía se lo representa con unos bueyes y con un ángel tirando de ellos.
Lo que ganaba como jornalero, Isidro lo distribuía en tres partes: una para el templo, otra para los pobres y otra para su familia (constituida por él, su esposa y su hijito). Amaba a Dios por sobre todas las cosas, y a las cosas en Dios, reconociendo en la naturaleza la Sabiduría y el Amor divinos, y este amor a Dios en la naturaleza lo demostraba cuidando hasta de las pequeñas aves, a las cuales alimentaba en pleno invierno, esparciendo granos de trigo por el camino para que las avecillas tuvieran con que alimentarse. Un día lo invitaron a un gran almuerzo y el santo se llevó con él a varios mendigos a que almorzaran también. El invitador le dijo disgustado que solamente le podía dar almuerzo a él y no para los otros. Isidro repartió su almuerzo entre los mendigos y alcanzó para todos y sobró.
En el año 1130 sintiendo que se iba a morir hizo humilde confesión de sus pecados y recomendando a sus familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios y mucha caridad con el prójimo, murió santamente. A los 43 años de haber sido sepultado en 1163 sacaron del sepulcro su cadáver y estaba incorrupto, como si estuviera recién muerto. Las gentes consideraron esto como un milagro. Poco después el rey Felipe III se hallaba gravísimamente enfermo y los médicos dijeron que se moriría de aquella enfermedad. Entonces sacaron los restos de San Isidro del templo a donde los habían llevado cuando los trasladaron del cementerio. Y tan pronto como los restos salieron del templo, al rey se le fue la fiebre y al llegar junto a él los restos del santo se le fue por completo la enfermedad. A causa de esto el rey intecedió ante el Sumo Pontífice para que declarara santo al humilde labrador, y por este y otros muchos milagros, el Papa lo canonizó en el año 1622 junto con Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe Neri.
Murió en Madrid el 15 de mayo de 1130. Fue sepultado en el cementerio de San Andrés, de cuya parroquia era diácono Juan, redactor de su vida. A través de una revelación divina en 1212 se descubrieron sus restos, constatándose que su cuerpo estaba incorrupto. Desde entonces se le considera patrón de Madrid. Pablo V lo beatificó el 14 de junio de 1619. Y Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de 1622, pero al fallecer éste, hubo que esperar al 4 de junio de 1724 fecha en la que Benedicto XIII expidió la bula de canonización. Aquél gran día de 1622 en la gloria de Bernini se encumbraba a los altares a un humilde campesino junto a estas grandes figuras de la Iglesia: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Jesús y Felipe Neri. El 16 de diciembre de 1960 Juan XXIII declaró a Isidro patrón de los agricultores y campesinos españoles.
         Mensaje de santidad.
A pesar de que se le contabilizan unos cuatrocientos milagros, aun en vida, no fueron estos milagros los que lo llevaron al cielo, sino el cumplimiento honrado y sacrificado de su trabajo, el cual le servía además como fuente de santificación, al ofrecerlo a Jesús crucificado. Pero lo que santificó a San Isidro, mucho más que el trabajo ofrecido a Dios, fue su gran amor a la Eucaristía y a la Virgen, amor demostrado en su deseo de asistir a la Santa Misa y comulgar con amor y fervor, cuantas veces fuera posible. Para San Isidro, la Santa Misa era la fuente de su vida, literalmente hablando.
Por último, en estos tiempos en los que los cristianos vacían las iglesias para abarrotar estadios, parques y paseos de compras el Domingo, San Isidro es ejemplo perfectísimo de cómo vivir el Domingo como lo que es, el “Día del Señor”: la actividad principal del Domingo era la Santa Misa, pues amaba recibir a Jesús Eucaristía por la comunión sacramental, cumpliendo así la primera parte del Primer Mandamiento: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas”; luego visitaba pobres y enfermos, cumpliendo así la segunda parte del Primer Mandamiento: “Amarás a tu prójimo” y por último, dedicaba el resto del día para su esposa y su hijo, fuentes de su felicidad, y así cumplía la tercera parte del Primer Mandamiento: “(Amarás a tu prójimo) como a ti mismo”.




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