San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 31 de mayo de 2017

Las llamas de fuego que envuelven al Sagrado Corazón


         En las apariciones del Sagrado Corazón, Jesús le muestra a Santa Margarita su Corazón, el cual, además de estar rodeado de espinas, tener una cruz en la base y estar traspasado, está envuelto en llamas de fuego.
         ¿Qué significan estas llamas de fuego? Ante todo, es un fuego que arde pero no consume, lo cual hace recordar al episodio de la zarza ardiente (cfr. Éx 3, 2), en donde el fuego también arde, pero no reduce a la zarza a cenizas, sino que está en ella, sin dañarla. Podemos decir entonces que la zarza ardiente es como una prefiguración del Corazón de Jesús, envuelto en llamas. Pero todavía no hemos respondido la pregunta: ¿qué significan estas llamas de fuego? Significan al Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo no está en el Corazón de Jesús como algo añadido, sino como algo que le pertenece intrínseca y esencialmente. Es decir, el Espíritu Santo, el Fuego del Divino Amor, no está en el corazón de Jesús como algo agregado, como lo puede estar en los corazones de los santos y de los ángeles: puesto que Jesús es Dios Hijo, Él espira el Espíritu Santo, con el Padre, desde la eternidad, de manera que al encarnarse, el Espíritu Santo es soplado por Él y por el Padre en su Cuerpo –constituido por una célula llamada “cigoto”, cuyos genes paternos han sido creados al momento de la Encarnación y no donados por hombre alguno-, lo cual constituye la unción que Jesús recibe en el momento de la Encarnación en su Cuerpo. Dicho de otro modo, en el momento mismo de encarnarse, el Cuerpo de Jesús es ungido por el Espíritu Santo, porque Él lo infunde con el Padre y por eso se constituye en el Mesías, el Ungido por el Espíritu de Dios. Y ese mismo Espíritu es el que, al formarse ya el Corazón de Jesús en el seno virgen de María, arde en el fuego del Amor de Dios, porque el Amor de Dios, el Espíritu Santo, está en Él, en su Cuerpo humano, desde la Encarnación, porque Él es el Dador del Espíritu junto al Padre desde la eternidad.
         Esto es entonces lo que significan las llamas del Sagrado Corazón: es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo que el Padre dona al Hijo y el Hijo al Padre, desde toda la eternidad.

Ahora bien, en la Eucaristía está el mismo Corazón ardiente de Jesús, que arde como una brasa incandescente por la acción del Fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo. Así como el fuego penetra el carbón a tal punto de convertirlo en parte de sí mismo, puesto que el carbón y el fuego se convierten en una misma cosa, al ser el carbón, por la acción del fuego, una brasa incandescente, así también el Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Divino Amor, es una sola cosa con este Divino Amor, de manera que el Amor de Dios, el Espíritu Santo, es inseparable del Corazón de Jesús. Por esta razón, quien comulga la Eucaristía, comulga al Corazón de Jesús envuelto en el Fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo, y el deseo de Jesús es que estas llamas que envuelven su Sagrado Corazón, enciendan en el Amor de Dios a los corazones de los que comulgan, según sus palabras: “He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo quisiera verlo ya ardiendo!” (Lc 12, 49).

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