San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 5 de mayo de 2017

El Sagrado Corazón se queja por nuestros abandonos


         Uno de los elementos más llamativos en las apariciones del Sagrado Corazón, es la insistente y amarga queja de Jesús por el abandono sufrido por Él en el Huerto, por parte de los discípulos, pero también por el abandono que experimenta, a lo largo de los siglos, por parte de sus otros discípulos, entre ellos, nosotros. Para saber cuál es la razón de estas quejas, reflexionemos acerca de la Segunda Aparición[1], tal como la relata Santa Margarita: “El divino Corazón se me presentó en un trono de llamas, más brillante que el sol, y  transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una corona de espinas y significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una cruz en la parte superior, la cual significaba que, desde los primeros instantes de su Encarnación, es decir, desde que se formó el Sagrado Corazón, quedó plantado en Él la cruz, quedando lleno, desde el primer momento, de todas las amarguras que debían producirle las humillaciones, la pobreza, el dolor, y el menosprecio que su Sagrada Humanidad iba a sufrir durante todo el curso de su vida y en Su Santa Pasión”[2].        
         Para entender mejor estas quejas de Jesús, debemos profundizar la reflexión en la Encarnación del Verbo y en nuestro bautismo: en uno y otro, el Verbo de Dios se une a la humanidad –de modo genérico en la Encarnación y de modo personal en el bautismo- con la fuerza del Amor de Dios, un amor que se compara al amor esponsal, por la intensidad y por la pureza de este amor. El Verbo de Dios se une, en la Encarnación, a la humanidad, y lo hace de manera tal que esa naturaleza humana a la que se une –alma y cuerpo- en el seno virgen de María, queda unida a su Persona Divina, de manera tal que todo lo que pertenece a esta humanidad, de la cual el corazón es el órgano más noble, porque sin éste no puede subsistir, es propiedad personal del Verbo de Dios y de tal manera, que es el Verbo mismo. A partir de la Encarnación, el Corazón –el Cuerpo y el Alma humanos- de Jesús de Nazareth, serán el Corazón, el Cuerpo y el Alma del Verbo de Dios. La unión es en el Amor, pero no en el amor humano, que es débil, sino con el Amor Divino, esto es, por medio del Espíritu Santo, y de ahí que se compare con la unión esponsal, por la pureza de ese amor y también por la pertenencia mutua, del Verbo a la humanidad y de la humanidad al Verbo.     Lo mismo se dice de cada persona en particular, cuando se lleva a cabo el sacramento del Bautismo: el Verbo se une a esa alma de modo indisoluble, con la fuerza divina del Amor de Dios, y con un amor de tipo esponsal, esto es, único, indisoluble, personal. Por el bautismo, el Verbo de Dios Encarnado, el Sagrado Corazón, se une al alma en el Espíritu de Dios, en el Amor de Dios, así como los esposos se unen entre sí, no por el amor carnal, sino por el amor espiritual que cada uno experimenta por el otro.
         Entonces, tanto por la Encarnación, como por el bautismo que todos y cada uno de nosotros, los católicos, hemos recibido, el Verbo de Dios Encarnado, que se le apareció a Santa Margarita como el Sagrado Corazón, se unió a nosotros con amor esponsal, con todas las características de este amor esponsal. De parte de Dios Hijo, la fidelidad a esta unión es absoluta; sin embargo, de parte nuestra, toda vez que elegimos el pecado en vez de la gracia, traicionamos a ese Amor esponsal con el cual estamos unidos al Verbo de Dios. Ésta es la razón última de la amarga queja del Sagrado Corazón cuando les reprocha a sus discípulos, en el Huerto, que no han podido velar una hora con Él, porque el desamor, la frialdad y la indiferencia, han sido más fuertes que el amor hacia Él, y es la razón por la cual el Sagrado Corazón se queja de todos y cada uno de nosotros, los cristianos cuando, siguiendo los pasos de los discípulos en el Huerto, esto es, la frialdad, el desamor y la indiferencia hacia Él, traicionamos su Amor esponsal al elegir el pecado en vez de a Él, que es la Gracia Increada.

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