San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 23 de mayo de 2017

Santa Rita de Casia


Vida de santidad[1].

Santa Rita nació en 1381 en Casia, Umbría. Se casó con Pablo Fernando, de su aldea natal. Debido al carácter irascible de su esposo, su matrimonio constituyó, desde sus primeros inicios, un verdadero martirio, el cual es aceptado por la santa con heroicidad cristiana. Ante el constante maltrato de su esposo, Santa Rita pone en juego las armas espirituales que la Madre Iglesia le ha enseñado: callar, sufrir en silencio y ofreciendo su dolor, rezando por la conversión de su esposo, conversión que llega finalmente gracias a su bondad y paciencia y la acción de la gracia.
Su matrimonio, del cual nacieron dos gemelos, vivió una verdadera tragedia al ser asesinado su esposo, como consecuencia de los enemigos que se había acarreado por su mala vida pasada, antes de su conversión. Santa Rita perdona a los asesinos de su esposo y les pide a sus hijos que hagan lo mismo, imitando el perdón que Cristo nos dio a cada uno de nosotros, al ser nosotros, con nuestros pecados, los que le quitábamos la vida. Sin embargo, sus hijos no escuchan el pedido de su madre e insisten en la idea de vengarse. Al ver que estaban en peligro de eterna condenación, Santa Rita ora pidiendo a Dios que se lleve a sus hijos, antes de que estos cometan un pecado mortal, lo cual sucede efectivamente.
Al haber enviudado y al haber quedado sin hijos, Santa Rita vislumbra la posibilidad de concretar su deseo de consagrarse, por la vida religiosa, al Señor, por lo que pide la admisión por tres veces en las Agustinas de Casia, siendo rechazada las tres veces.
Es admitida en el monasterio luego de que, milagrosamente, se le aparecieran San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino. Hace la profesión religiosa ese mismo año de 1417, y allí pasa 40 años, vividos sólo para Dios. Como religiosa, fue ejemplar, viviendo en extrema humildad, pobreza, obediencia, y ofreciendo continuos ayunos, vigilias y penitencias con cilicios. Llevada por la gracia, recorrió con alegría y amor las tres vías de la vida espiritual, purgativa, iluminativa y unitiva.
Sus hermanas en religión refieren un episodio que da cuenta de su santidad. La Priora le manda regar un sarmiento seco, lo cual, visto humanamente, no tenía mucho sentido, puesto que era imposible que reverdeciera. Sin embargo, Rita cumple la orden rigurosamente durante varios meses y el sarmiento reverdece.
Santa Rita solía pasar largas horas de rodillas, en un reclinatorio, ante la imagen de Jesús crucificado, meditando en su Pasión y en el dolor que nuestros pecados le provocaban. Fue en una de esas meditaciones que recibió una gracia muy particular: se le produjo una herida en la frente, como si fuera producida por una de las espinas de la corona de Jesús, la cual le procuraba un intenso dolor continuo, además de humillación permanente. Esta herida no cicatrizaba nunca y, aún más, empeoraba y comenzaba a supurar, emitiendo un olor nauseabundo, con lo que Santa Rita, a  pesar de ser religiosa y amar la vida comunitaria propia de la vida consagrada, tuvo que vivir hasta su muerte, apartada del resto de la comunidad. La herida desapareció solo una vez, por unos días, cuando Santa Rita, con sus hermanas en religión, salieron del convento para asistir a una misa en Roma, presidida por el Santo Padre. También desapareció definitivamente cuando Santa Rita murió, y en vez del olor nauseabundo que hasta ese entonces se sentía, el cuerpo de Santa Rita comenzó a exhalar un exquisito perfume de rosas.
En los días anteriores y en el momento de su muerte, sucedieron también hechos prodigiosos, como el florecer de una rosa y el madurar de dos higos en pleno invierno, para satisfacer sus antojos de enferma. También al morir se produjo otro sorprendente milagro, indicios de que su alma en gracia ingresaba en el Reino de los cielos: al momento de expirar, las campanas comenzaron a tañer solas a gloria y su celda se iluminó con una luz resplandeciente y desconocida. Murió en el año 1457 y fue canonizada por el Papa   León XIII en el año 1900.   

         Mensaje de santidad.

         A pesar de todos estos prodigios que verdaderamente sucedieron, lo que la hizo santa no fueron estos, sino una vida de virtudes heroicas cristiana en todos los estados de vida que le tocó vivir: fue un modelo extraordinario de esposa, de madre, de viuda y de monja. Como esposa, sufrió en silencio la brutalidad de su esposo antes de su conversión, además de rezar permanentemente por su conversión, obteniendo del Señor esta gracia. Como madre, amaba tanto a sus hijos, que pidió para ellos la muerte terrena, antes de que cometieran el pecado mortal de la venganza y así sufrieran la segunda muerte, es decir, la eterna condenación en el infierno. Como viuda, guardó luto cristiano y desde el momento mismo en que enviudó, guardó con respeto y caridad cristiana la memoria de su esposo fallecido, tomando la decisión de ingresar en el convento para consagrarse como religiosa. Ya como religiosa, cumplió siempre a la perfección la regla de su Orden, además de recibir la gracia mística de sufrir, de modo permanente y hasta su muerte, una herida producida por una de las espinas de la corona del Señor, participando y uniéndose místicamente a su Pasión, la cual amaba meditar, día y noche. Por todo esto, Santa Rita es modelo ejemplar para toda mujer, en cualquier estado de vida que se encuentre.

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