San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 3 de mayo de 2017

San Vicente Ferrer


         Vida de santidad[1].

         Nació en 1350 en Valencia, España. Sus padres le inculcaron desde muy pequeño una fervorosa devoción hacia Jesucristo y a la Virgen María y un gran amor por los pobres. Le enseñaron también a hacer una mortificación cada viernes en recuerdo de la Pasión de Cristo, y cada sábado en honor de la Virgen Santísima, lo cual ejercitó durante toda su vida. Se hizo religioso en la Comunidad de los Padres Dominicos y, debido a su gran inteligencia, a los 21 años ya era profesor de filosofía en la universidad.
Durante su juventud el demonio lo asaltó con violentas tentaciones y, además, varias mujeres de dudosa conducta se enamoraron de él y como no les hizo caso a sus insinuaciones, le inventaron terribles calumnias contra su buena fama. Siendo un simple diácono lo enviaron a predicar a Barcelona, en donde realizó uno de sus primeros milagros, el anunciar proféticamente, a una ciudad que estaba pasando hambre, que dos barcos traerían alimentos esa misma noche, lo cual sucedió efectivamente.
Era la época en que la Iglesia Católica estaba dividida entre dos Papas y había muchísima desunión, lo cual provocaba gran angustia a San Vicente. Su actividad misionera comenzó luego de una noche se le apareciera Nuestro Señor Jesucristo, acompañado de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán; en dicha aparición, le dio la orden de dedicarse a predicar por ciudades, pueblos, campos y países, tarea que realizó San Vicente durante treinta años, recorriendo el norte de España, el sur de Francia, el norte de Italia, y toda Suiza, predicando incansablemente y con enormes frutos espirituales.
Los primeros convertidos fueron judíos y moros: se dice que convirtió más de 10. 000 judíos y otros tantos musulmanes o moros en España. Era un gran predicador y las multitudes se apretujaban para escucharlo, donde quiera que predicara. Sus sermones duraban casi siempre más de dos horas (un sermón suyo de las Siete Palabras en un Viernes Santo duró seis horas), pero los oyentes no se cansaban ni se aburrían porque sabía hablar con tal fervor y énfasis y de temas tan propios para esas gentes, y con frases tan propias de la Biblia, que a cada uno le parecía que el sermón había sido compuesto para él mismo en persona. Antes de predicar rezaba por cinco o más horas para pedir a Dios la eficacia de la palabra, y conseguir que sus oyentes se transformaran al oírle. Hacía mucha penitencia: dormía en el suelo, ayunaba frecuentemente y se trasladaba a pie de una ciudad a otra (aunque en los últimos años se lesionó una pierna, por lo que se trasladaba cabalgando en un burrito).
A San Vicente lo que le interesaba no era lucirse, a diferencia de otros predicadores, que buscaban agradar a los oídos, para lo cual componían sermones rimbombantes, pero vacíos; lo que buscaba era convertir a los pecadores, llegando a conmover hasta a los más fríos e indiferentes. Su poderosa voz llegaba hasta lo más profundo del alma. En pleno sermón se oían gritos de pecadores pidiendo perdón a Dios, y a cada rato caían personas desmayadas de tanta emoción. Gentes que siempre se habían odiado, hacían las paces y se abrazaban. Pecadores endurecidos en sus vicios pedían confesores. El santo tenía que llevar consigo una gran cantidad de sacerdotes para que confesaran a los penitentes arrepentidos, ya que llegaban a haber hasta 15.000 personas reunidas en los campos abiertos, para oírle.
Después de sus predicaciones lo seguían dos grandes procesiones: una de hombres convertidos, rezando y llorando, alrededor de una imagen de Cristo Crucificado; y otra de mujeres alabando a Dios, alrededor de una imagen de la Santísima Virgen. Estos dos grupos lo acompañaban hasta el próximo pueblo a donde el santo iba a predicar, y allí le ayudaban a organizar aquella misión y con su buen ejemplo conmovían a los demás.
Como la gente se lanzaba hacia él para tocarlo y quitarle pedacitos de su hábito para llevarlos como reliquias, tenía que pasar por entre las multitudes, rodeado de un grupo de hombres encerrándolo y protegiéndolo entre maderos y tablas. Las gentes se quedaban admiradas al ver que después de sus predicaciones se disminuían enormemente las borracheras y la costumbre de hablar cosas malas, y las mujeres dejaban ciertas modas escandalosas o adornos que demostraban demasiada vanidad y gusto de aparecer. Y hay un dato curioso: siendo tan fuerte su modo de predicar y atacando tan duramente al pecado y al vicio, sin embargo las muchedumbres le escuchaban con gusto porque notaban el gran provecho que obtenían al oírle sus sermones.
Vicente fustigaba sin miedo las malas costumbres, que son la causa de tantos males. Invitaba incesantemente a recibir los santos sacramentos de la confesión y de la comunión. Hablaba de la sublimidad de la Santa Misa. Insistía en la grave obligación de cumplir el mandamiento de Santificar las fiestas. Insistía en la gravedad del pecado, en la proximidad de la muerte, en la severidad del Juicio de Dios, y del cielo y del infierno que nos esperan. Y lo hacía con tanta emoción que frecuentemente tenía que suspender por varios minutos su sermón porque el griterío del pueblo pidiendo perdón a Dios, era inmenso.
Los milagros acompañaron a San Vicente en toda su predicación, como el de hacerse entender en otros idiomas, y aunque él solamente hablaba su lengua materna y el latín, las gentes de otros países le entendían perfectamente como si les estuviera hablando en su propio idioma, como una repetición del milagro que sucedió en Jerusalén el día de Pentecostés, cuando al llegar el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, las gentes de dieciocho países escuchaban a los apóstoles cada uno en su propio idioma, siendo que ellos solamente les hablaban en el idioma de Israel.
A pesar de su fama y popularidad, San Vicente se mantuvo siempre humilde, afirmando con frecuencia: “Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura llaga de pecados. Todo en mí tiene la fetidez de mis culpas”. En sus últimos años, ya anciano y aquejado por varias enfermedades, tenía que ser ayudado a subir al sitio donde iba a predicar, aunque apenas empezaba la predicación se transformaba, se le olvidaban sus enfermedades y predicaba con el fervor y la emoción de sus primeros años. Murió en el transcurso de una misión, el Miércoles de Ceniza, el 5 de abril del año 1419. Debido a la cantidad extraordinaria de sus milagros y a su fama de santidad, el Papa lo declaró santo a los 36 años de haber muerto, en 1455.

Mensaje de santidad.

San Vicente Ferrer era retratado mientras predicaba, sosteniendo las Escrituras y señalando hacia lo alto, indicando su vehemencia en señalar el origen divino de la Escritura. Sin embargo, se lo retrataba también con alas y con una mujer yaciendo, lívida pero viva, a sus pies. Las alas, que lo hacen asemejar a los ángeles que están encima de él, se deben a que lo llamaban “el ángel del Apocalipsis”, debido a que en sus prédicas remitía continuamente a este Libro de la Escritura y al pasaje en el que Jesús avisa su regreso y el pago que trae para las obras libremente realizadas: “He aquí que vengo, y traigo conmigo mi salario. Y le daré a cada uno según hayan sido sus obras” (Ap 22, 12): esto es, el cielo para los buenos, o el Infierno para los malos (Jn 5, 29). La mujer lívida que escucha al santo representa lo que les sucedía a quienes lo escuchaban, según testigos presenciales: era tanta la elocuencia del santo que los pecadores,  en medio de los sermones imploraban perdón a Dios y, a gritos, pedían confesión. El cuadro refleja la esencia de la predicación del santo: no le interesaba el lucimiento personal, sino la conversión de los pecadores. Pero el tema en que más insistía este santo predicador era el Juicio de Dios que espera a todo pecador.




[1] http://www.ewtn.com/spanish/saints/vicente_ferrer.htm

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